viernes, noviembre 26, 2010

“Círculos de luz creada…”, de Aciro Luménics







El paseo nocturno, junto al arrabal; una playa hecha de colores rosáceos y temibles, hasta cierto punto. Cae el cuerpo encima del tejado, mira desde su especial condición de cadáver joven, reciente, momento cumbre, cuando el brillo aún no desaparece, cuando el tiempo se evapora en torno a la frágil disolución de la eternidad en un día, parodiando aquel amable titular de periódico extranjero en Semana Santa. Noticias de último minuto. La caída se hace libre, desde un cómodo concierto intravenoso. El delirio y difuminación de las especies. Estar en la mitad de un holograma, mientras el alrededor se desvanece entre el fuego y la desgracia. El nivel de flotación desaparece y reaparece. Cantos de sirenas llegan, sin embargo el tiempo luce y se recuece en el llanto de un pequeño abandonado hace más de tres generaciones. La historia se hace una, se fragmenta en millonésimas imágenes; cada una cuenta su espacial manera de entender. Una flor de hielo se deshace en el silencio... Una piedra explota en la cima de un volcán austral... La certeza y esperanza de un mendigo en las afueras de Madrás... Una madre se lanza al vacío desde el piso dieciséis sin llegar jamás al suelo... Cuatro especies vegetales diferentes cumplen con su fase de extinción... Un ventilador en pésimo estado gira tristemente en sus últimos veintitrés minutos de funcionalidad o, digamos, existencia... Ciento cuatro mil millones de letras combinadas, en lamentos, frases y dialectos, guardan el reposo necesario en los subsuelos de una biblioteca personal, producto de la delirante imaginación de un magnate nigeriano... Una fila de automóviles desechos: latas oxidadas, sangre seca en el tapiz, cables liados a propósito, volantes trizados y una secuela de imágenes de todo tipo que se proyecta en los parabrisas: gente cruza apurada de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Luces rojas en intermitencia. Luces amarillas. Placas de color gris. Ax-123654. Una mano posa sobre otra al aspirar en cuarta velocidad. La música derviche suena en el volumen tres. Las ventanas abajo. Kilómetros de arena. Un pueblo perdido en el destierro, mar y olvido. En busca de los hielos, el anciano oculto. Paraísos en desorden. Luces que retornan...

Y en el medio de la noche, una llamada en el desierto. Su imaginación cansada, su piel áspera, su voz lenta y baja; sus palabras expresadas en un código instantáneo de sencilla resolución. Su mirada al norte, su feroz caricia, su relato sin final...





en Desierto al sur, 1956














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