martes, septiembre 14, 2010

"Cabaret Voltaire", de Camilo Brodsky

Inédito



El compañero Presidente mira las adoquinadas
calles de Zurich desde la ventanita izquierda del
Cabaret Voltaire, como a la espera de que Lenin
pase por la vereda del frente, tome asiento y continúe
la partida de ajedrez dejada abierta ayer nada más
por petición de Hugo Ball, que fue corriendo a apagar la
cafetera prendida al interior del local. El compañero
Presidente parece ido, transportado sobre la mirada
que echa así como al descuido sobre el exterior manchado
por la nieve y los charcos de barro que los primeros autos
van dejando entre los adoquines. Allende —el compañero
Presidente, sí, el mismísimo— quizás pregunta al silencio
invernal de Zurich si su propia vida no fue acaso
            una intervención urbana, un
montaje dadaísta sito en La Moneda, con inesperados
vórtices caníbales arrastrando campesinos obreros y estudiantes
            —¡Adelante!
en la algarabía decontruccionista de la performance ejecutada con
delicioso gusto y fatales consecuencias. En este punto es
            quizás posible
que el compañero Presidente visualice el rol
duchampiano que cumplieron los exégetas
de la profecía autocumplida del fascismo y la revolución
            —por un lado
enunciando la inevitabilidad histórica de su propio aniquilamiento
            y haciendo
de este modo posible su concreción; por otro,
connotando y designando los procesos solo
nominalmente y esperando con esto cristalizar
—demiurgos del materialismo histórico encerrados
en su propio Gran Vidrio— el proceso en sí,
haciendo de la política gesto y ya no
acción. Es posible también que el compañero
Presidente —Allende o “Chicho” para la izquierda
confianzuda— simplemente deje que se vaya el tiempo
entre las cucharadas de azúcar cayendo en su taza, o que prefiera
            revisar el bolso
de mano que cuelga de la silla en busca de cigarros —un vicio que
lo acompaña desde poco antes de esta forma extraña de vivir
            la propia muerte,
pero que le complace en lo más íntimo de su dicotomía de doctor
            y revolucionario
que mira el devenir de un mundo. No el suyo, necesariamente;
            sólo un mundo
cualquiera, que va pasando ante sus ojos de mártir sin pasta
            para serlo, que se
desarrolla de manera previa a su muerte digna de luchador social
            y compañero, que no
adivina todavía su futuro de estampita religiosa, su perfil serigráfico
            en alto contraste adornando todas
y cada una de las marchas a los cementerios de su patria
            —procesiones en
sentido inverso al recorrido del poder: de los nichos
            empotrados en los
muros de la necrópolis no se marcha hacia las Alamedas, sino
            desde estas a las tumbas,
devenidas en hogar natural de las ideas del compañero Presidente,
            que insistimos,
puede estar tan solo echando un ojo —casi de jubilado,
            podríamos decir—
sobre la pelusa de nieve que comienza
a caer en torno al Cabaret Voltaire.










2010









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