domingo, junio 21, 2009

"La importancia de vivir", de Lin Yutang

Extracto



No nos entregamos ahora a ociosas tonterías al hablar de las sonrisas de dictadores; es terriblemente grave que nuestros gobernantes no sonrían, porque tienen todos los cañones. Por otra parte, la tremenda importancia del humor en la política sólo puede ser comprendida cuando imaginamos (...) un mundo de gobernantes bromistas. Enviemos, por ejemplo, cinco o seis de los mejores humoristas del mundo a una conferencia internacional, y démosles poderes plenipotenciarios de autócratas, y el mundo se salvará. Como el humor marcha necesariamente de la mano con el buen sentido y el espíritu razonable, más algunos poderes excepcionalmente sutiles de la mente para notar inconsistencias y locuras y mala lógica, y como ésta es la forma más alta de la inteligencia humana, podemos estar seguros de que cada nación estará representada en la conferencia por su espíritu más cuerdo y más sano. Que Shaw represente a Irlanda, Stephen Leacock a Canadá; G. K. Chesterton ha muerto, pero P. G. Wodehouse o Aldous Huxiey pueden representar a Inglaterra. Will Rogers ha muerto, pero sí viviera haría un buen diplomático en representación de los Estados Unidos; podemos poner en su lugar a Robert Benchiey o Heywood Broun. Otros habrá de Italia y Francia y Alemania y Rusia. Enviemos a esta gente a una conferencia en vísperas de una gran guerra, y veamos si pueden iniciar una guerra europea, por mucho que lo intenten. ¿Se puede imaginar a este grupo de diplomáticos internacionales iniciando una guerra, o conspirando siquiera por una guerra? El sentido del humor lo veda. Todos los pueblos son demasiado serios y medio locos cuando declaran una guerra contra otros pueblos. Tal es la seguridad que tienen de estar con la razón, de que Dios está de su lado. Los humoristas, mejor dotados de sentido común, no piensan lo mismo. Ya veréis que George Bernard Shaw clama que Irlanda no está en lo cierto, y un caricaturista de Berlín sostiene que el error está del lado de Alemania, y Heywood Broun afirma que la parte principal de las equivocaciones corresponde a los Estados Unidos, en tanto que Stephen Leacock, en la presidencia, pide disculpas generales para la humanidad, y nos recuerda suavemente que en punto a estupidez y pura tontería ninguna nación puede decir que es superior a las demás. ¿Cómo, en nombre del humor, vamos a iniciar una guerra en esas condiciones?

Porque ¿quiénes iniciaron nuestras guerras? Los ambiciosos, los capaces, los hábiles, los que alientan designios, los cautos, los sagaces, los altaneros, los patriotas en exceso, los inspirados por el deseo de "servir" a la humanidad, los que tienen que hacerse una "carrera" y causar una "impresión" en el mundo, que esperan poder mirar al mundo con los ojos de una figura de bronce montada sobre un caballo de bronce en alguna plaza. Es curioso que los capaces, los hábiles y los ambiciosos y altaneros son al mismo tiempo los más cobardes y confusos, pues carecen de la valentía y la profundidad y la sutileza de los humoristas. Están siempre dedicados a trivialidades, en tanto que los humoristas, con su mayor alcance de espíritu, pueden pensar en cosas más grandes. Según están las cosas, un diplomático que no susurra en voz baja y parece muy asustado e intimidado y correcto y cauto no es diplomático. . . Pero ni siquiera tenemos que reunir una conferencia de humoristas internacionales para salvar al mundo. En todos nosotros hay una cantidad suficiente de esta deseable mercancía que se llama sentido del humor. Cuando Europa parece estar al borde de una guerra catastrófica, podemos enviar todavía a las conferencias a nuestros peores diplomáticos, a los más "experimentados" y seguros de sí mismos, los más ambiciosos, los más murmuradores, los más intimidados y correcta y debidamente asustados, aun a los más ansiosos por "servir" a la humanidad. Si se exige que, al comenzar cada sesión de la mañana y de la tarde, se dediquen diez minutos a la exhibición de una película del Ratón Mickey, y se obliga a todos los diplomáticos a estar presentes, se podrá evitar todavía cualquier guerra.












1937









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