domingo, marzo 29, 2009

"Osvaldo Rodríguez, mistificación del Gitano", de Juan Cameron






Durante la secundaria veía pasear a Osvaldo Rodríguez por la calle Valparaíso de la mano de Chantal de Rementería. Era una hermosa pareja; ella terminaba sus estudios en un liceo de la zona y él era por entonces estudiante de Arquitectura. Tiempo después se instalaron con un negocio de afiches en calle Etchevers, a la vuelta de mi casa.

Con mis compañeros de curso íbamos a menudo a su establecimiento sólo por ver a Chantal. Nunca compramos nada; era una especie de apuesta para cruzar algunas palabras con ella -un tanto altanera con nosotros- aunque su joven marido estuviera allí, arreglando los estantes y haciéndose el desentendido.

No tuve mayor contacto con Osvaldo, a quien sabía amigo de Juan Luis Martínez, sino hasta el período de la Unidad Popular. Por aquella época existía en Valparaíso otro grupo importante de poetas en torno al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Figuraban allí varios nombres, algunos desaparecidos ya de este ejercicio. Allí estaban Renato Cárdenas, hoy antropólogo y destacado chilote nacional, Gregorio Paredes, Ana María Veas, Gustavo Boldrini y, con anterioridad a ellos, Eduardo Embry, Nelson Osorio, Erna Alfaro y la revista Piedra, y varios más. Rodríguez Musso era más cercano a éstos que a los poetas de Viña. Los unía también cierta afinidad política y un compromiso militante del cual carecían casi la totalidad de los vecinos viñamarinos.

En torno a estas actividades nos hicimos amigos. Pronto estudiaba yo en la Escuela de Derecho, en calle Errázuriz, notorio centro de actividades para la Federación de Estudiantes. La FECH, dominada por las Juventudes Comunistas, funcionaba sin embargo en Colón, en el local ocupado en la actualidad por la Escuela de Servicio Social.

Después, a raíz del certamen convocado por esta institución, supimos que nuestras madres eran amigas de juventud, que habían estudiado juntas y que, sin hacer demasiado escándalo, cada una de ellas nos admiraba ya por la actividad artística.

Consideraba a Rodríguez un compositor, un cantante. Lo había escuchado en la Peña de la Universidad, sabía de sus vínculos en Santiago, de su paso por la Peña de los Parra, por la carpa de la Violeta, y de su amistad con Patricio Manns, Víctor Jara, Payo Grondona y otras destacadas figuras de la música popular. Conocerlo era para mí motivo de orgullo.

Su ejercicio en la poesía me parecía una consecuencia lógica de la composición; una suerte de arreglo literario de sus propias letras. Por aquella razón me sorprendió, hacia fines de 1971, verlo ocupar el tercer lugar del certamen literario convocado por la FECH local. Yo había obtenido el primer lugar por varios textos que después integraron Una vieja joven muerte, y el segundo con verdaderos “poemas militantes” para convencer al jurado. Después de Osvaldo, y ocupando la mención honrosa de rigor, se ubicó nuestro querido Sergio Badilla, quien ya se había trasladado a la Escuela de Periodismo.

Días antes de la ceremonia supe de ciertas presiones por parte de los organizadores y de Nelson Osorio, que fungía de jurado. Una figura como Gitano no podía aparecer en un tercer lugar; no era conveniente para los tiempos de revolución que corrían. Compartimos entonces el primer lugar, aunque yo mantuve el segundo, y Sergio ocupó el tercero vacante. Cuando años después, al leer su lista de méritos artísticos, lo vi como ganador de dicho certamen -y sin mencionar al suscrito- no me quedó más que sonreír en silencio.

Por aquel tiempo llegó a Valparaíso Martín Micharvegas, médico, poeta y cantante argentino. Poni, como se le conoce, venía a saludar nuestra pequeña revolución y se vinculó con Jacques D’Arthuys. Ese mismo verano terminaba yo mi práctica profesional en la Sección Habitacional del Colegio de Abogados. Una tarde bajé a servirme un café a un local ubicado a los pies del edificio, frente al Instituto Chileno Francés. Poni compartía allí en una mesa con uno de sus guitarristas, Carlos Carlsen, y una poeta rumana -Ana Giugariú- compañera por entonces de D’Arthuys [1]. Me agregué a ellos y mientras charlábamos pasó por allí Osvaldo Rodríguez. Me levanté y fui a buscarlo. El Gitano miró desde la puerta y, más interesado en la poeta que en los músicos, entró al local.

Este fue el comienzo de una enorme amistad. De allí surgió el primer long-play de Osvaldo, el que incluye varias canciones que Poni ya había grabado en Buenos Aires. Ha llegado aquel famoso tiempo de vivir, es una de ellas; Décadas, es otra. Yo tenía el disco original que Poni me regaló y el que, al partir por primera vez al exilio regalé, en calidad de legado, a Juan Luis Martínez.

La cuestión de la autoría la he debido aclarar, varias veces, a los cantantes de microbuses en mi país. ¿Sabe Ud. quien es el autor de la canción que acaba de interpretar? les pregunto. De Gitano Rodríguez, responden invariablemente. Entonces les informo que es del poeta y médico argentino Luis María Martínez, nuestro Poni Micharvegas, amigo mío, quien vive de la música y ejerce de pura piedad como psicoanalista en Madrid.

Es una de las últimas imágenes que guardo más o menos completa de Gitano.

Después me crucé con él (¿o fue solamente con Payo Grondona?) en el “Subte”, el Metro de Buenos Aires, intercambiamos varias cartas, recibí sus libros y sólo pude abrazarlo, luego de dos décadas, en la Galería de Arte de la Municipalidad de Valparaíso. Fue la tarde anterior a uno de mis regresos a Suecia.

Rodríguez participaba en una nostálgica muestra de época montada por Jorge Osorio. Me presentó a su esposa, una hermosa alemana llamada Silvia Ruehl, y a su pequeña hija, Eleonora. Cruzamos pocas palabras, brindamos algo y me dijo con tristeza que regresaba a Italia, que se sentía rechazado en este país, que no lograba ubicarse, que sentía no haber tenido oportunidades; también que se sentía enfermo. A esto último no le presté atención [2].

La figura del Gitano Rodríguez es un paradigma para nuestra conducta y nuestra práctica cultural. En el país, y en especial en este puerto, era un tipo querido por sus pares y por la juventud a raíz de su famoso vals, Valparaíso. Al regresar a Chile las puertas le fueron cerradas. Es cierto que le ofrecieron y concedieron algunas pequeñas ayudantías y regalías, mas resultaron insuficientes para sobrevivir con su familia. Cuando pidió más se le trató de farsante, de poco realista, de querer mantener en Chile el status económico que tenía en el extranjero. Para muchos provincianos, el extranjero todavía significa riqueza y bienestar.

Desalentado, derrotado, optó por regresar a Italia. Años después contrajo un cáncer, enfermedad que lo mató en aquel exilio, en Bordalino. Al retornar sus cenizas a Valparaíso hubo un gran recibimiento público, se honró su nombre, aparecieron ediciones de sus trabajos y más de alguna poeta desempolvó viejas fotografías para subirse al carro funerario. Hoy, en cada acto oficial donde la ciudad se ve involucrada, se invoca el nombre del poeta y se entona su canción, como si una de sus pavesas se lanzara al aire para gastarlo de una vez por todas.








[1] Estos datos fueron confirmados por Micharvegas, vía correo electrónico, este otoño de 2008.

[2] Al ser publicada una primera versión de esta nota en la página virtual de Editora Cultura Libre, su hijo, Ignacio Rodríguez de Rementería, luego de las necesarias correcciones a mi texto, aclara: “Cuando mi padre mencionó que estaba “enfermo” se refería a los problemas respiratorios que le causaba el aire santiaguino, pues recuerdo ese periodo y, dado que tenemos genes en común, reconozco el mismo trastorno del tipo alérgico, que me obliga a tomar antiestamínicos. Por la manera en que está presentado en el escrito, pareciera que se refería al cáncer pero no es así, pues en tiempos de esa exposición estaba recién comenzando su estadía en Chile y los síntomas de la enfermedad mortal aparecieron años después y en Italia.”

“La tesis de que fue la falta de acogida en Chile la que mató a mi padre se sugiere en la manera de presentar la enfermedad y sus problemas para encontrar trabajo en Chile. Si bien la falta de oportunidades laborales seguramente influyó enormemente en su decisión de regresar a Europa, no hay para qué construir un mito en torno a lo que pasó. Como yo tengo la suerte de conocer a mi padre de manera directa y no a través de su halo mitológico, puedo aportar este tipo de antecedentes, y también mi opinión y experiencia de que no hace falta ser retornado para tener problemas para encontrar trabajo y funcionar en Chile, un país donde el neoliberalismo funciona con eficiencia y esplendor, y los quehaceres que menos se acercan a la productividad de los grandes negocios están sumamente desfavorecidos”.














2 comentarios:

@ignace dijo...

Gracias por la cita y las correcciones :-)

Unknown dijo...

Interesante comentario de una época muy interesante de la juventud porteña. Lamento no haberte conocido.Nosotros somos parte del grupo que pensó y creo el primer mural político de Chile, aquel que se creo junto con el apoyode Neruda en el puente Capuchino. www.nerudavive.cl