sábado, enero 10, 2009

Dos poemas de Rodrigo Olavarría






DESCUENTOS

Una vez dije: “Tengo dos vidas para curarme de esta”.
Antes tuve una vida para ver el monte Fuji
desde todos los ángulos posibles, incluso desde el mar.
Tuve una vida para escribir la vida de un príncipe
que terminó viviendo la vida de un monstruo.
Tuve una vida para sentarme en una playa
y escribir el poema que las olas me dictaban
al frotar sus lomos y abandonarse sobre la arena.
Tuve una vida para discutir con profetas y los arcángeles.
Tuve una vida para despedirme de Stevenson
aunque fuera ante su tumba.
Tuve una vida para ser condenado a muerte,
huir, vivir como cortesano y desaparecer.
Tuve una vida para pensar en las ancas de los caballos
con más amor que cualquier jinete.
Quedan dos vidas para curarme.




EN EL PALACIO

Estaba en la línea de fuego, cercano a las trincheras,
mientras bombardeaban a nuestros muchachos
y los políticos declaraban la guerra a tres países más,
me propuse escribir poemas de amor,
parodias de los folletos de la iglesia católica
Quería hacer como los poetas,
escribir algo que pudiera hacer pasar por poesía,
textos amorosos escritos a la manera de los panfletos mormones
cuyos títulos suelen ser preguntas del tipo:
“¿Cómo era mi vida antes de conocer al señor?”.
Estaba sentado junto al cadáver de un amigo,
un soldado boliviano que me había prestado fuego,
cuando vi aparecer en el cielo un avión,
un biplano desde el cual caían papeles que decían:
“Para que todos sean uno; como tú, oh Señor,
en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros.
Yo en ellos, y tú en mí...”.









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