domingo, septiembre 16, 2007

“El guardador de rebaños”, de Alberto Caeiro

XLVIII / Traducción de Juan Carlos Villavicencio




De la más alta ventana de mi casa
con un pañuelo blanco digo adiós
a mis versos que parten a la humanidad.

Y no estoy alegre ni triste.
Ese es el destino de los versos.
Los escribí y debo mostrárselos a todos
porque no puedo hacer lo contrario
como la flor no puede esconder el color,
ni el río esconder que corre,
ni el árbol esconder que da fruto.

Ahora que van lejos como en una diligencia
y yo sin querer siento pena
como un dolor en el cuerpo.

¿Quién sabe quién los leerá?
¿Quién sabe a qué manos irán?

Flor, me tomó mi destino para los ojos.
Árbol, me arrancaron los frutos para las bocas.
Río, el destino de mi agua era no quedar en mí.
Me someto y me siento casi alegre,
casi alegre como quien se cansa de estar triste.

¡Váyanse, váyanse de mí!
Pasa el árbol y queda disperso por la Naturaleza.
Marchita la flor y su polvo dura por siempre.
Corre el río y entra en el mar y su agua es siempre la que fue suya.

Paso y quedo, como el Universo.




en El guardador de rebaños,
Descontexto Editores, 2018



























No hay comentarios.: