jueves, marzo 29, 2007

"El bien no puede fundarse en un Dios homicida", de Manlio Sgalambro



Los interrogantes que el cardenal Martini plantea en su última intervención, sobre los cuales se me ha pedido que me pronuncie, inducen a partir de una pregunta ulterior: ¿cómo aparece el bien entre los hombres? ¿Cómo es posible que sobre esta banda de canallas, de vez en cuando, con la rapidez del rayo, se abata algo, un acto bueno, un gesto de pena, y se retire con la misma rapidez? La maravilla ética nos inicia en la moral en un mundo en el que resulta más fácil que se cometa un delito. «¿Es que hacen falta pretextos para cometer un delito?», pregunta la princesa Borghese en Juliette. El inicio de la ética está íntimamente unido al estupor. El mal social es una bagatela frente al mal metafísico: un acto de bien contiene la más absoluta negación de Dios.

Refuta el orden del mundo, atenta contra la disposición que se pretende divina. El bien es la mayor tentativa de anular «el ser». Por ello no puede basarse en Dios, en algo que en todo caso ha dado origen a un mundo que se sostiene ontológicamente sobre el mutuo carnage. Con el bien negamos, por lo tanto, a Dios; pero «el ser», es decir, Dios o el orden «metafíisico» del mundo, lleva siempre las de ganar. En consecuencia, ¿cómo puede basarse el bien en Dios? Recuerdo el juicio global de Spinoza sobre intelecto y voluntad en Dios, juicio que se puede expresar de esta manera: Dios no es inteligente ni bueno. Es un ser, un horrible ser, añadiría un espinoziano coherente. Le llamamos Dios sólo por su potencia. Sospecho de todas formas que hay otras muchas cosas silenciadas en la filosofía de Spinoza. Estimado señor, quisiera en cualquier caso hacerle notar todo el peso que la gran teología escolástica sufre por esta existencia. ¡Hacerle notar los miles de subterfugios con los que ésta cela su rabia! Las leyes de la exclusión de la impiedad son leyes complejas y practicadas en estado de sonambulismo, sin que por tanto nos demos cuenta de nada, como sucede cada vez que se lleva a cabo una infidelidad. La idea de Díos no debe ser, ésa es la cuestión, la idea que me formo de Dios, la idea que de Dios se forma el impío. Dios no debe existir. Quiero añadir que eso se deduce de la austeridad de la impiedad. Nosotros no podemos asociarnos con una naturaleza inferior. Creo estar seguro de la naturaleza inferior de Dios. La idea de Dios no supone una naturaleza divina. Estoy muy preocupado por la opinión corriente que se ha convertido en un nexo no escindible de ideas. Veo con amargura que la idea de Dios y la idea del bien se presentan enlazadas. Por lo menos cuando no nos vigilan. Se comparten en ese momento las peores astucias de un alma turbada. Naturalmente, usted no lo sabe, pero yo sostengo que el bien sólo puede pensarse, no hacerse. ¿Qué me diría si yo añadiera que, siendo «pensamiento», no puede «ser»? Añado además que para mí la impiedad es sed inexhausta de bien y me resulta indignante que ello se relacione con Dios, cuya idea, vuelvo a repetirlo, lo rechaza totalmente.

Al elegir a un hombre como prójimo, como hermano, se contesta al Absoluto que nos arroja juntos a la muerte. Porque para nosotros, los mortales, desear el bien de uno es desear que no muera.

Elegir a un hombre como prójimo es elegirlo para la vida. ¿Cómo puede fundarse este acto, por lo tanto, en un Dios «que nos llama a su lado»? Ille omicida erat ab initio [1]: en el principio ontológíco mismo se contiene nuestra muerte. El acto del bien, en el momento en que elige a «otro» como prójimo, le dice: tú no debes morir. El resto es una subespecie de lo útil. En el bien hay aflicción y dolor por el hecho de la muerte. El bien es una lucha contra la mortalidad del otro, contra «el ser» que lo absorbe y lo mata (o según las terribles y amenazadoras palabras que en un tratado del maestro Eckhart describen así el acto en el que nos «unimos» a Dios: «Uno con Uno, uno del Uno, uno en el Uno y, en el Uno, eternamente uno»). Entendido de este modo, el bien es impracticable y es únicamente «pensamiento». ¿Cómo se puede, por otro lado, sostener una visión que no sea la de la impracticabilidad del bien? Desear el bien de los demás es desear que no mueran, eso es todo. (¿Cómo se puede conciliar, repito, la idea del bien con Dios, que es la muerte misma? Creo, por el contrario, que la idea de Dios y la idea de la muerte se asocian de tal manera que podemos usar tanto un nombre como el otro.) El resto es Justiz und Polizei.




Febrero de 1996.




[1] Él era homicida desde el principio.


Texto entreverado en el cruce epistolar entre Umberto Eco y Carlo Maria Martini (Arzobispo de Milán), recogido en ¿En qué creen los que no creen?

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