lunes, julio 31, 2006

«La mirada ausente (Foucault y Lacan en Brazil de Terry Gilliam)», de Fernanda Ramondo





El poder invisible 

Tal como lo establece Michel Foucault (1976), en su análisis social de acuerdo con el funcionamiento del sistema carcelario en Vigilar y castigar, a partir del siglo XIX se ha asistido a la conformación de un nuevo tipo de estructura social que ha reemplazado a la antigua sociedad del espectáculo por una sociedad de la vigilancia sustentada en dispositivos disciplinarios que aseguran el control y la «normalidad» de los individuos que forman parte de ella. 

Esta sociedad de vigilancia, podría llamarse también sociedad panóptica ya que reproduce la estructura y funcionamiento de poder de esa prisión ideal que el arquitecto Bentham ideara, para maximizar la eficacia y minimizar la economía del sistema carcelario: el panóptico. En efecto, según Foucault, «el panóptico (...) debe ser comprendido como un modelo generalizable de comportamiento; una manera de definir las relaciones de poder en la vida cotidiana de los hombres». 

En el panóptico, la mirada (su ausencia o presencia) es poder; en eso reside el secreto de su éxito. «Una construcción en forma de anillo en la periferia, con una torre central con anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo; la construcción periférica está dividida en celdas, cada una de las cuales atraviesa toda la anchura de la construcción. Tiene dos ventanas, una que da al interior y otra al exterior, de tal manera que la luz atraviesa la celda de una parte a otra. Un vigilante en lo alto de la torre central, por el efecto de la contraluz, puede percibir cualquier movimiento de aquel que se encuentre en la celda. Cada prisionero es perfectamente individualizado y constantemente visible, mientras que, desde la celda, el reo no puede observar quien lo observa desde la torre (si es que lo observa alguien)».  

A la luz de su descripción, el panóptico se presenta como un dispositivo que concentra su eficacia en la nueva articulación del eje ver y ser-visto (fundamental en todo sistema de vigilancia) que propone. En palabras de Foucault «el panóptico es una máquina de disociar la pareja ver-ser visto: en el anillo periférico, se es totalmente visto, sin ver jamás; en la torre central, se ve todo sin ser jamás visto».

De esta manera, el individuo que forma parte de la estructura panóptica se sabe en un estado potencial de permanente vigilancia y eso garantiza su pasividad y control de movimientos. En el panóptico (en la sociedad que se constituye de acuerdo a su modelo) «la inspección (desde la posición de poder, o sea de quien vigila) funciona sin cesar. La mirada está por doquier en movimiento» aún sin estarlo realmente ya que el entero diseño del dispositivo induce a aquel que está dentro de él a «un estado consciente y permanente de visibilidad». Poco importa quien es el sujeto o el objeto de esa mirada
[1], la garantía de su posible existencia (reafirmada por la arquitectura de la construcción que privilegia la torre como sede del poder) alcanza para poner en marcha el engranaje, la relación dominante– dominado. 

En una sociedad donde la multiplicación y complejización de las relaciones interindividuales puede atentar contra el normal desarrollo de la convivencia de los individuos, garantía del orden social, el esquema de poder propuesto por el panóptico, gracias a sus mecanismos de observación, penetra en el comportamiento de los hombres determinando sus tareas y sus conductas, asegurando dicho orden. El alcance del panoptismo, en este sentido, es ilimitado: «es capaz de reformar la moral, preservar la salud, revigorizar la industria, difundir la instrucción, aliviar las cargas públicas, establecer la economía como sobre una roca»; el panoptismo se desparrama en todos los niveles que conforman estructuralmente la sociedad con el objetivo de profundizar su desarrollo: «se trata de aumentar la producción, desarrollar la economía, difundir la instrucción, elevar el nivel de la moral pública; hacer crecer y multiplicar». 

No es de extrañar, entonces, que sea la sociedad moderna, más precisamente la sociedad capitalista (que exige el máximo rendimiento al menor costo), el reflejo (más o menos exacto) de un esquema panóptico; en términos marxistas, si los cambios en el modo de producción determinan los cambios sociales, en esta fase tardía del capitalismo, se exige una sociedad disciplinaria específica: «nuestra sociedad no es la del espectáculo, sino la de la vigilancia; bajo la superficie de imágenes, se llega a los cuerpos en profundidad (...) se persigue el adiestramiento minucioso y concreto de las fuerzas útiles (...) estamos en la máquina panóptica, dominados por sus efectos de poder que prolongamos nosotros mismos, ya que somos uno de sus engranajes». Utilidad e imágenes, dos términos que definirán el siglo XX. El primero porque caracteriza al individuo moderno dentro del sistema: éste lo califica, lo incorpora en tanto sea un individuo útil. En este sentido el poder panóptico asegura la docilidad y la utilidad de todos los elementos del sistema. Por otra parte, las imágenes debido al poder y desarrollo alcanzado por las comunicaciones han impuesto un cambio en la relación de los individuos con el mundo, al mismo tiempo que han multiplicado la mirada. Si la mirada se vuelve múltiple, los mecanismos panópticos del poder se intensifican, extienden sus redes y atraviesan a los individuos. En beneficio de su eficacia, puede decirse que imponen una fuerza de homogeneización que borra singularidades (cualquier individuo = individuo útil) ya que el individuo sólo se define (es alguien) en relación con el lugar que le otorga el poder. 

Dentro de este panorama, la película Brazil de Terry Gilliam plantea un modelo de sociedad panóptica forzado hasta sus propios límites, de manera tal que encuentra una ruptura. Si bien parece ubicarse por su tratamiento visual dentro del género de ciencia ficción, el film, desde sus primeras imágenes invoca un anclaje con el presente, con la sociedad contemporánea: en un cartel se indica «en algún lugar del siglo XX». 

Sociedad utópica, tal vez, pero reconocible en sus singularidades, el ambiente donde se desarrolla la trama de la película sufre una interesante contaminación temporal - espacial; en Brazil, confluyen pasado, presente y futuro en la figura de sus objetos combinados para formar una sociedad «avanzada», sustentada en una modalidad de poder que garantiza la distribución infinitesimal de sus relaciones: la disciplina. 

En algún lugar del siglo XX «gracias» a la proliferación y al avance tecnológico, los mecanismos de poder se han intensificado, su aparato de control parece haberse perfeccionado. La mirada panóptica cuenta con numerosos aliados que garantizan su eficacia. Los ojos que vigilan se han multiplicado: los medios de comunicación contribuyen a afirmar esa fuerza de homogeneización que envuelve a los individuos. Las propias palabras de Foucault en su descripción de un sistema disciplinario sirven para describir el funcionamiento de esta sociedad: «Este espacio cerrado, recortado, vigilado, en todos sus puntos, en el que los individuos están insertos en un lugar fijo, en el que los menores movimientos se hallan controlados, en el que todos los acontecimientos están registrados, (...), en el que cada individuo está constantemente localizado, examinado, distribuido entre los vivos, los enfermos y los muertos (...) constituye un modelo compacto de dispositivo disciplinario». 

Ya sea en un restaurante o en las oficinas públicas el control de individuo se muestra permanente: un aparato detector revisa el cuerpo, un televisor registra los rostros, las computadoras permanentemente suministran información sobre los individuos, apenas sucede algo en el transporte de un individuo (Sam Lowry) el poder lo detecta. Hay siempre una mirada que lo abarca todo. 

Una sociedad de control es en Brazil, también, una sociedad del orden y, como tal, del progreso (sólo en el orden es posible el progreso), pero de un progreso que sin embargo, parece no haber traído grandes ventajas y aparece como francamente ineficiente: todos los electrodomésticos sincronizados no ayudan a Sam Lowry a llegar temprano al trabajo, el aire acondicionado no funciona, las cirugías estéticas no son garantía de belleza, el aire puro o el cielo azul parece haber sido desterrado del planeta. Se impone una sociedad de la apariencia: la representación reemplaza a la realidad (en el restaurante, la comida servida se «traduce» en una foto), lo que los papeles enuncian valen más que cualquier realidad constatada (a Buttle lo llevan en el lugar de Tuttle porque así lo marca el formulario de turno y no hay reclamo que sea admitido). 

En la sociedad de Brazil la burocracia es la cara visible del poder, sin detentarlo nunca por ella misma, asegura sus redes conformadas sobre la base de la circulación de información. Esta reviste capital importancia dentro del sistema de vigilancia ya que permite un pleno control y conocimiento de los individuos. La sociedad se nutre de información, la necesita siempre; por eso se destaca la importancia de un Ministerio de Información, único lugar físico de poder que aparece en toda la película. Las redes del poder son redes de información y a perpetuarlas y afianzarlas contribuyen tanto las máquinas (las computadoras y su infinita recepción de formularios) como los hombres (todos los empleados que trabajan en el Ministerio de Información, y los espías que persiguen a los sospechosos). De esta manera, tal como lo afirma Foucault, el individuo forma parte del engranaje del poder, lo afianza con su labor. 

La burocracia es el lugar de la no-distinción. A nivel particular, también reproduce un modelo panóptico de organización; el aparato burocrático de Brazil se desarrolla interrelacionando distintos niveles jerárquicos, dividiendo el poder en departamentos (Antecedentes, Recuperación de Información, Extravío de información) que forman una cadena infinita de la cual no se sabe cual es el primer eslabón. El poder se ramifica y se multiplica, actúa y controla, pero no tiene centro, no hay una cabeza visible que lo detente efectivamente. Mr. Hepman y Mr. Kurtzman al frente de sus respectivos departamentos, son simples delegados circunstanciales de un poder que (si existe) permanece oculto. A medida que se sube en las jerarquías de dicho poder, sus mecanismos de control se hacen cada vez más indistinguibles: mientras que Antecedentes está invadida de seguridad, Recuperación (jerárquicamente más importante) está completamente vacío, con un único guardián que, sin embargo, parece tener todo bajo control. 

Como en el panóptico, alcanza con el conocimiento abstracto de ese poder, que solo se especifica arbitrariamente a través de la burocracia (o sea de sus efectos), para que se vuelva efectivo. En este sentido se cumple la predicción foucaultiana de que el poder panóptico automatiza (los empleados de Antecedentes aparecen como trabajadores autómatas que esperan a que la mirada de mando –Mr. Kurtzman– desaparezca para evadirse consumiendo imágenes que el poder –los medios– proveen) y desindividualiza (no hay un rey); el poder es siempre visible en sus efectos (la burocracia, los secuestros, los grandes edificios estatales) pero nunca verificable concretamente (en tanto no hay una persona que lo ejerza, alguien que se responsabiliza por ese aparato): en suma, una mirada que no tiene dueño. 

En la comunidad de Brazil, como sociedad panóptica, un poder basado en modalidades disciplinarias impone una fuerza de homogeneización que garantiza su efectividad, borra las singularidades, paradójicamente multiplicándolas: por una parte, el poder define la individualidad de las personas en tanto las clasifica, las jerarquiza, les otorga una utilidad, un lugar dentro del sistema, pero al mismo tiempo, les niega cualquier posibilidad de vivir esa singularidad que les concede. La organización reemplaza a los nombres por números (Jack es un número, los prisioneros son un número, el propio Sam es un número no bien entra a Recuperación de información), a los rostros por máscaras (las cirugías estéticas deforman los rostros, los torturadores usan máscaras, los detenidos son encapuchados, las fuerzas de seguridad esconden su rostro dentro de un traje negro). Alcanzando el mayor grado de perfección panóptica, esa fuerza homogeneizante se impone no sólo sobre las almas (a través de la imposibilidad de afirmar la singularidad)[2] sino también sobre los cuerpos. Testimonio de ello es la misma frase que se repite una y otra vez a lo largo del film: «¿Qué han hecho con su cuerpo?».[3]



La mirada ausente 
Foucault y Lacan 

De acuerdo con lo expuesto hasta el momento, a diferencia de un sistema tradicional (la sociedad del espectáculo) donde los términos de la eficacia de un sistema de poder se miden por su presencia, por su visibilidad; en la sociedad de vigilancia los términos sufren un cambio transcendental y se definen por su ausencia, por su invisibilidad o, lo que es lo mismo (valga la paradoja), por su presencia ausente. 

Como ya lo afirmara el detective Dupin de «La carta robada» de Edgar Allan Poe, la misma evidencia de un elemento, vuelve a este invisible a los ojos: «... Hay un juego de adivinación (...) que se juega con un mapa. Uno de los participantes pide al otro que encuentre una palabra dada (...) cualquier palabra que figure en la abigarrada y complicada superficie del mapa. Por lo regular, un novato en el juego busca confundir a su oponente proponiéndole los nombres escritos con los caracteres más pequeños, mientras que el buen jugador escogerá aquellos que se extiendan con grandes letras de una parte a otra del mapa. Estos últimos (...) escapan a la atención a fuerza de ser evidentes, y en esto la desatención ocular resulta análoga al descuido que lleva al intelecto a no tomar en cuenta consideraciones excesivas y palpablemente evidentes...». 

El poder (panóptico) puede contarse entre estos elementos: de tan visible (su «arquitectura» le asegura la visibilidad) es como si estuviera ausente. 

Dicho en otros términos, el panoptismo «hace de modo que el ejercicio de poder no se agregue desde el exterior, como una coacción rígida o como un peso, sobre las funciones en las que influye, sino que esté en ellas lo bastante sutilmente presente para aumentar su eficacia aumentando al mismo tiempo sus propias presas» (Foucault:1976). El poder circula, decide, actúa, pero el individuo al que somete no es capaz de identificarlo concretamente. Su presencia evidente en todos los niveles de la vida social, su profusión de redes lo convierten en una ausencia aparente y le otorgan un estatuto de inaccesibilidad que garantizan su eficacia. 

En el Seminario: «La carta robada» de E.A.Poe, Jacques Lacan (1983) afirma que todo poder legítimo, y cualquier poder en general, se asienta en el símbolo. El problema se presenta cuando no lo hace. A tal respecto, puede resultar pertinente establecer una analogía entre el análisis que de «la carta» (del cuento de Poe) hace Lacan y el esquema de poder panóptico. Al igual que éste, la «protagonista» del cuento de Poe es visible e inverificable, o sea, «escapa a la atención a fuerza de ser evidente». 

El poder, como la carta, «está ahí, disimulada en una especie de presencia-ausencia. Está ahí pero no está. En su valor propio sólo está ahí en relación con todo lo que ella amenaza, con todo lo que viola, con todo lo que escarnece, con todo lo que pone en peligro o en suspenso». Es un significante en estado puro, al que no es posible rozar sin ser atrapado inmediatamente en su juego. Domina por sobre las particularidades individuales y la posición de los sujetos con respecto a él, ejerce un poder estructurante sobre los mismos; es decir, que los individuos se definen únicamente en relación a él. En palabras de Foucault, el poder marca, caracteriza al individuo dentro del sistema, determina quien es normal y quien no lo es y de acuerdo con ello, establece pautas de conducta. 


Si la carta según Lacan es un arma de doble filo que basta con ponerla en juego para que sea aniquilada, su efectividad reside en no hacerlo, o sea, en no otorgarle ningún sentido simbólico. Por eso, la carta quiere pasar desapercibida para conservar su poder y se metamorfosea para lograrlo, escapando a la simbolización. Por su parte el poder hace lo mismo para garantizar el control y el orden necesarios para su perpetuación: su estrategia consiste entonces en multiplicar sus redes a tal punto de excluirlas del campo de lo simbólico. Como los policías de «La carta robada»[4], los individuos pierden la capacidad de «simbolizar» el poder en el que se hallan sumergidos. La situación de poder de la que participan, que en un principio se basaba en un juego de posiciones intercambiables[5], Se complejiza al extremo, y deja de contarlos entre sus detentores reales; se transforma en una situación de dominación que, sin embargo, el individuo no está capacitado de percibir como tal (por hallarse dentro de ella). Entonces, significante puro, ya no símbolo, el poder circula imperceptiblemente, actúa, define, determina, vigila, secretamente. Tomar conciencia de esta situación, es recuperar la capacidad de simbolización que el poder encierra, descubrirlo entre las redes, otorgarle un lugar dentro del lenguaje. A esto apunta el personaje de Sam Lowry en la película Brazil, y lo hace hasta sus últimas consecuencias, provocando la primera fractura aunque más no sea en el espacio de sus sueños, donde el poder estalla en mil pedazos (literalmente Recuperación de Información vuela con la bomba de Tuttle en el último, y quizás póstumo, sueño de Sam). Por esta razón para la sociedad panóptica, Sam traspasó los límites de lo permitido y es «un hombre perdido», ya no es útil y sólo le queda la muerte. 

Los mecanismos internos del panóptico precisan permanecer escondidos. La vigilancia «permanente, exhaustiva, omnipresente» de este poder omnisciente, hace todo visible a condición de volverse ella misma invisible. Solo estando indiscerniblemente ausente, como la carta, esa mirada (vigilante) es poderosa. Porque esa ausencia le permite desplazarse, traspasar paredes y expandirse, reafirmar ese campo estable y uniforme llamado fuerza de homogeneización, donde los individuos se confunden y se agrupan en un todo común.



La evasión del alma 
El individuo frente al poder en Brazil de Terry Gilliam 

La trama de Brazil puede leerse en su intento de proponer una ruptura (o tal vez simplemente una raspadura) de esa fuerza de homogeneización. Es la afirmación de la singularidad del individuo (Sam Lowry) a partir de (metafórica y literalmente) su capacidad de soñar. 

Visualmente, dentro de una sociedad gris, donde domina la fría burocracia y el terrorismo (de Estado), el personaje de Sam Lowry se presenta a través de su sueño. Primera ruptura, aún a nivel individual, que lo diferencia dentro de ese campo uniforme e instala un principio de fuga. Es a través de sus sueños, fundamentalmente, que Sam Lowry acentuará la rasgadura en la fuerza de homogeneización, pasando primero por obstáculos que superará en la fantasía y que luego se confundirán con los de la vida real. De todos ellos el más importante es el enorme monstruo que se levanta entre él y Jill, clara metáfora del ese poder invisible que domina a los individuos. En efecto, el monstruo aparece y desaparece ante Sam, el combate es lento y desigual y la victoria final tarda en concretarse. Sam es vencedor; matando al monstruo no sólo ha reafirmado su voluntad de singularización sino que también ha comenzado a matar los alcances del poder sobre él mismo, como engranaje, como participante: aterrorizado Sam descubre que el monstruo tiene su rostro.

Paralelamente, en el plano de la realidad e influido por el espacio del sueño, Sam acentuará las líneas de fuga que lo caracterizarán. Segunda ruptura: Sam se opone a la voluntad materna y rechaza el ascenso. Tercera ruptura: aceptación de Tuttle que significa también la decisión de transgredir al sistema dándole protección a quien ese mismo sistema persigue porque considera peligroso. Tuttle representa la decisión consciente y puesta en práctica de destacarse del campo uniforme y darle la espalda al entero sistema de poder. Si éste borra cualquier tipo de singularidad fuera de sus dominios, Tuttle es la fuerza de singularización que lo desafía y lo amenaza y por eso hay que destruir. Es como la melodía de «Brasil» (que Tuttle canta) que acompaña los sueños de Sam como esa posibilidad, nunca perdida, de emergencia de una fuerza de heterogenización, del lugar de un individuo único y singular que se distingue más allá de la masa uniforme que requiere el poder. Aún sin saberlo, Sam Lowry sigue los pasos de Tuttle pero se diferencia de éste porque lo impulsa el amor y no únicamente un inclaudicable espíritu de rebeldía. En la búsqueda de Jill, llegará la cuarta y fundamental ruptura con la fuerza de homogeneización propulsada desde el poder «panóptico»: mientras escapa con Jill, Sam, conscientemente, decide no acatar a la autoridad. La rasgadura se acentúa y se vuelve irreparable e insoslayable; a partir de ahí, Sam representa lo mismo que Tuttle, es una fuerza de singularización que atenta contra el sistema, como tal será perseguido. Una vez que Sam rompe con esa relación institucionalizada que se establece entre el poder y el individuo, los sueños son reemplazados por la realidad: esa evasión del alma a través de los sueños ahora se concreta. Podría decirse que en la escena de amor entre Sam y Jill, ambos son individuos libres: han recuperado el poder sobre sus almas y sobre sus cuerpos. El castigo no tarda en llegar, y el aparato de poder cae con todas sus fuerzas para reinstaurar el orden homogeneizante que ha sido quebrado. Pero el primer paso hacia la fractura fue dado, la primera debilidad del sistema ha aflorado a la luz en la posibilidad de uno de sus integrantes de liberar su alma. A Sam le aguarda la muerte, pero su última sonrisa es la de un hombre que ha conseguido, finalmente, escapar de la vigilancia y reconquistar su libertad, refugiándose en el sueño (emancipación del alma). Por eso la música de «Brasil» sigue sonando, esperanzadora, sobre los títulos finales. Por eso frente al Ministerio de Información un ángel, igual que Sam, llevando la palabra «Verdad» impresa en su pecho, levanta sus alas para emprender el vuelo.




[1] «Hay una maquinaria que garantiza la asimetría, el desequilibrio, la diferencia. Poco importa por consiguiente quien ejerce el poder» (205).

[2] «La relación de cada cual con su enfermedad y con su muerte pasa por las instancias de poder, el registro a que éstas las someten y las decisiones que toman».

[3] Para Foucault el cuerpo es una fuerza de producción, inmerso en el campo político, las relaciones de poder operan sobre él.

[4] Según Lacan la policía, como poder, se basa en el símbolo, pertenece al orden de lo simbólico. Cuando entablan la búsqueda de la carta en la casa del ministro, van en busca de un símbolo y por eso jamás la encontrarán ya que dicho objeto pertenece a otro orden; es un significante puro.

[5] «Toda institución panóptica (...) podrá sin dificultad estar sometida a esas inspecciones a la vez aleatorias e incesantes (...) Cualquier miembro de la sociedad tendrá derecho a ir a comprobar con sus propios ojos como funcionan los hospitales, las escuelas, las fábricas, las prisiones (...) Se convierte en un edificio transparente donde el ejercicio de poder es controlable por la sociedad entera».




















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