Con prólogo de Beatriz Sarlo, Descontexto Editores ha sacado una antología del poeta Oliverio Girondo (Buenos Aires, 1891. Ibid. 1967). Se llama Irreductible y contiene los trabajos de Girondo desde Veinte Poemas para ser leídos en el Tranvía, 1922; Calcomanías, Membretes, publicados entre 1924-1927; Espantapájaros, 1932; Persuasión de los días, 1942; hasta en En la masmédula (1954-1963). Además incluyen poemas en otras publicaciones, y un conjunto de fragmentos de poemas no recopillados en un apartado llamado «Trizas».
Girondo perteneció a un grupo de artistas entre los que se contó Borges, Enrique Molina, Olga Orozco, la novelista Nora Lange, su esposa, Macedonio Fernández, es decir la plena vanguardia argentina.
Su peculiar revolución, impresa en su estilo, consistió en una alteración profunda de la sintaxis y el léxico habitual del español de su tiempo. Ir en contra de la corriente del hábito burgués, y que en su caso particular consideró una estética que saludó a la modernidad como un espectáculo en que se desarmaban las divisiones entre lo sublime y lo grotesco; lo alto y lo bajo, marcada por un fuerte anticlericalismo y por una puesta en escena de una sensualidad que abarcaba tanto el cuerpo de la letra, su volumen, sus pliegues y múltiples juegos, como sus lados más oscuros y siniestros.
Los escenarios de Girondo están dominados por la erótica y la velocidad:
«Las notas del pistón describen trayectorias de cohete, vacilan en el aire, se apagan antes de darse contra el suelo. Salen unos ojos pantanosos con mal olor, unos dientes podridos por el dulzor de las romanzas, unas piernas que hacen humear el diccionario».
El esfuerzo del poeta Girondo en sus primeros textos, el llamado «diario de viaje», como diría alguna crítica va a ser ir en contra del diccionario, de la costumbre así como de lo trascendente: más bien su estética consagra lo repentino, transitorio, fugaz, no hay valores fijos y toda verdad se descarna, desencantada, de su objeto. Así Girondo, se siente lejano de esos objetos que aparecen sellando el cuerpo diurno de la modernidad; es una especie de flaneur, como Baudelaire en el S. XIX, pero más caótico y menos melancólico y crítico. Baudelaire trazó las huellas de lo moderno en Europa; Girondo vio la llegada del liberalismo expansivo y triunfante, pero también su ácido corrosivo y poderoso, ajeno a toda ética.
Según Mallarmé, el libro es la extensión total de la letra y en estos textos encontramos el y los golpes de dados de una partida que tiene «bandejas que son lunares con senos semidesnudos», «ingleses que fabrican niebla con sus pupilas», sirvientas cluecas, «un mar lleno de baba y epilepsia», en una «hora en que los muebles viejos aprovechan de sacarse las mentiras». En fin, la permutación de lo trascendente y el humor y el desplazamiento de lo serio y solemne hacia lo ocasional y lo absurdo. Una nueva gramática, de origen surrealista y patafísico alimenta esta estética y desempolva los huesos de lo serio. El sexo, como ha dicho Sarlo en su Prólogo, el sexo riente y jubiloso es el que se exhibe aquí sin pudor como el gran ornamento de la máquina. Girondo es un gran lector de Mallarmé y de su discípulo Marcel Duchamp.
Vio la eroticidad de la máquina, el orgasmo de su mecanismo y la lengua de su cuerpo que modeló emociones y construyó psiques, economías y cuerpos. Específicamente, Girondo, quiso darle un vuelco al realismo, a Güiraldes, al gauchismo; quizá planeó una estética cosmopolista y exultante, venerante de la máquina, el tranvía, el automóvil, la foto.
Un arte sin aura nace tanto para la foto, el cine y también para el libro, en la medida que admite una postal turística dentro de sus páginas. El que viaja en un transatlántico goza el instante o lo padece, pero ha renunciado a la profundidad. Los viajes de Girondo por Europa lo inundan del olor y sabor de un nuevo mundo Conoce a mucha gente y este saber parcial inunda su poesía: Apollinaire y los caligramas, la poesía visual, Rimbaud, Jarry, Pérec.
Pero nada permanece a nivel metafísico. De la cual huye así como de su pretendida profundidad. Su estética es negativa, en la medida en que demuele las contradicciones y los binarismos que han cimentado el pensamiento occidental. Al contrario, todo comparece con igual derecho a existir, lo bello y lo feo, lo sublime y lo abyecto.
Este poner de cabeza abajo los valores serios en los que se afirmó por siglos la filosofía y la ética occidental es el gran aporte de Girondo, su esfuerzo fue un deconstructivista prematuro al instalar una nueva gramática que no otorga una jerarquía, sino al contrario, la demuele: Así en «Sevillano»:
«En el atrio: una reunión de ciegos auténticos, hasta con placa, una jauría de chicuelos que ladra por una perra», p. 37.
«La Gioconda es la única mujer viviente que sonríe como algunas mujeres después de muertas», p. 51.
«Trasladar al plano de la creación la fervorosa voluptuosidad con que durante nuestra infancia, rompimos a pedradas todos los faroles del vecindario», p. 51.
«He dicho que parece / yo no aseguro nada», p. 119.
«Tiro mis veinte poemas como una piedra, sonriendo ante la inutilidad de mi gesto».
Hay en «Río de Janeiro»: «caravanas de montañas que acampan en los alrededores» y «con sus caras pintarrajeadas los edificios saltan unos encima de otro» (cita de Olga Orozco: «entre la nada y el absoluto»).
En «Sevilla»: «hay perros que pasean con caderas de bailarín» y «tabernas que cantan con una voz de orangután». (en «Paisaje Bretón»).
Reconoce el fanatismo, la desmesura y el recogimiento del espíritu español, con humor e ironía como reconoció y evaluó todo.
Su poesía configura un teatro de metáforas en que las palabras, privadas de sus contextos habituales cobran volumen y espesor. El blanco de la página comparece como otro significante más en el juego de este nuevo contradiccionario haciendo aparecer el goce del encuentro con sentidos inesperados y las nuevas connotaciones, en el juego de las aliteraciones y los oxímoron que complejizan este universo básicamente constituido por el lenguaje.
En Persuasión de los días, se advierte una crítica al modo de vida abusivo y destructivo, de los imperialismos. Ya se siente el ácido espíritu de las Guerras Mundiales y la destrucción de los países europeos. La guerra hace su entrada y el paisaje social y cultural se transforma. Así lo señala en su texto: «Hay que compadecerlos» (p. 114):
No saben
¡Perdonadlos!
No saben lo que han hecho,
lo que hacen,
porqué matan,
porqué hieren las piedras,
masacran los paisajes…
Este proceso que se caracteriza como un duelo porlo perdido, por el desastre motivado por la guerra genera una revolución poética en su poesía, particularmente en su texto En la Masmédula (1954-1963), texto que recupera la ironía y el humor propios del escritor y lo lleva a encontrar, en la fuga de los significantes, el gesto errático y desobediente que caracterizó el gran texto girondiano.
Agosto, 2023
Pueden comprar el libro escribiendo a descontextoeditores@gmail.com
o en las mejores librerías de Chile y Argentina gracias a BigSur
No hay comentarios.:
Publicar un comentario