miércoles, enero 10, 2024

“Agua, confesiones de la profundidad”, de Cecilia Gajardo





“-Pero cuando volvimos, tarde, del jardín de los jacintos, / tus brazos llenos y tu pelo mojado, no podía / Hablar y la vista me fallaba, no estaba / ni vivo ni muerto, y no sabía nada, / mirando el alma de la luz, el silencio”.

 

¿Qué es la belleza?, nos preguntamos desde que tenemos el primer ápice de conciencia, cuando empezamos a abrir los ojos más allá de nosotros mismos, o tal vez, cuando nos miramos con cautela. El movimiento de las manos, el cambio de las pupilas en la luz y la oscuridad. En estos versos de T. S. Eliot hay un intento -siempre será intento- de llegar a dilucidar el concepto de belleza, me parece, sin embargo, un poco arriesgado adjudicar “la belleza” como un mero concepto, pues escapa del entendimiento, y si escapa del entendimiento no puede ser un concepto. 

 

“Ni vivo ni muerto, y no sabía nada”, es, creo, uno de los versos que más se acercan a esto que llamamos “belleza”, el abismo, por ejemplo, es un estado corporal, que remueve al hombre de tal manera, que la belleza pasa a ser oscuridad y luz en un mismo instante como podemos observar en el cuadro de Caspar David Friedrich donde vemos a un hombre en una dimensión sublime. No solo está observando un acantilado, un roquerío y el mar, está al borde de pertenecer a ello. Esos instantes remueven las dudas, y la duda es parte de la belleza, “mirando el alma de la luz, el silencio” en palabras de T. S. Eliot. ¿Qué es mirar el alma de la luz?, ¿será lo mismo que mirar el alma de la oscuridad?: “Temed la muerte por agua” nos muestra La tierra baldía. En cinco palabras nos acercamos, también a un estado de ambivalencia, el temor a la muerte por agua. El agua tiene luminosidad, salvación, superficie, cercanía y la oscuridad, profundidad, desconocimiento, miedo, incertidumbre. ¿No es belleza el no saber?, ¿no es belleza el miedo? Por otro lado, ¿no es belleza tener la certeza de una salvación, de respirar? El agua, entonces, es un elemento que contiene tanto, como la belleza contiene lo inabarcable.

 

Aristóteles decía, a grandes rasgos, que, a través de la poética, la poesía era más “verdadera” que la historia. Con esto se refería al modo de hacer lo bello. 

 

Santo Tomás decía, o utilizaba la palabra “agradar”, “lo que he visto agrada, lo que he oído agrada”. Sin duda, Santo Tomás está apelando a los sentidos, a la experimentación de lo bello, o mejor, de llegar a lo bello, de encontrarlo. 

 

Ahora bien, ¿cómo sabemos si llegamos o no a la belleza? Quizás siempre ha estado en nosotros, pero definirla es lo más limitante, he aquí una ambivalencia, por un lado, la belleza está en todos lados, lo tangible y lo imaginable, pero, aun así, pareciera ser indefinible:

 

Pero, incluso en casos donde es imposible de hecho decir exactamente lo que quiero decir, es imposible en principio llegar a ser capaz de decir exactamente lo que quiero decir. [...]. Puedo, al menos en principio, enriquecer el lenguaje introduciendo en él nuevos términos u otros recursos (Searle, Actos de habla, 29).

 

Que el lenguaje no sea suficiente implica que, a partir de la experimentación podríamos, tal vez, llegar a un lenguaje íntimo para definir la belleza, ahora, sería una concepción absolutamente autónoma, por ende, no universal como la experiencia de las profundidades, de pensarse en las profundidades.

 

 

 

Enero, 2024

 




















No hay comentarios.: