Comencemos recordando a tu
círculo más cercano. ¿Con quiénes te veías tú?
En los años setenta me veía mucho con Mario Milanca y Nicolás
Miquea. Habíamos fundado unas revistas que se llamaban Fuego Negro y
posteriormente la revista Envés. Después viene una que se
llamaba Punto Próximo y otra más, Posdata. Ya con Punto
Próximo, aparece gente más joven de la Universidad de Concepción, como Tomás
Harris, Roberto Henríquez, Alexis Figueroa y Carlos Decap. Eran ellos los que
hacían estas dos últimas revistas, en la que a veces colaboraba. El director
del Instituto Chileno-Británico de Concepción, Jeremy Jacobson, empezó a
generar encuentros. En uno de esos lleva a Lihn y tenemos una comida... ¡Qué
honorable! ¡Una comida en medio de la biblioteca del instituto! Lihn estaba muy
exultante en ese momento; exultante en el sentido de un detonante cultural. Él
hablaba, se reía un poco de la situación de los poetas llorones y cosas así,
hablaba sobre la necesidad que teníamos de conocer autores, decía que Chile no
era el centro del mundo y que en cierta manera lo que había que hacer era cavar
un hoyo hasta China. Sin Internet ni nada, lo que él estaba diciendo es que
había que conectarse, conocer a otra gente, otras tradiciones, conocer otras
escrituras. Ya estaba preocupado de lo oral como un elemento necesario para el
desarrollo de la literatura. Lihn era un tremendo animador en el sentido
profundo de provocar, en otros o en el auditorio, provocar la explosión
intelectual. Otra de las veces en que lo encontré, Lihn estaba en una mesa de
escritores y él dice algo como que los tiempos difíciles son los mejores para
la escritura ¡Casi se lo comieron!
¿Y quiénes estaban ahí de
los que no simpatizaron con su provocación?
¡Todo el PC! Pero había mucha gente más por supuesto. Mira,
pasaba cotidianamente este tipo de reacciones: Si en esa época tú te
encontrabas con un amigo y él te preguntaba “¿cómo estás?” y tú respondías “bien”,
¡te transformabas casi automáticamente en un adepto al régimen! Era complicado.
O sea que había una policía
del pensamiento de ambos lados...
¡Sin ninguna duda! Y Lihn entra desde una apertura del
reconocimiento de tradiciones y del rompimiento de las tradiciones, de ir más
allá de los íconos. Lihn era un monstruo, en un grado intocable.
¿Cuándo trabajaste con
Parra en el título de tu libro Aguas
servidas y la cercanía con él que eso suponía, no te atrajo
enemistades?
Sí.
¿Había muchos grupos en el
círculo literario?
Sí, muchos.
¿Y eran enemistades
políticas o literarias?
Era más politizado. Claro que todos éramos animales literarios,
y para usar el lenguaje de la época había un enemigo común que hacía que esas
enemistades pasaran a segundo plano. Había otra posición, otra poesía que
circulaba, yo diría que hasta el año ’85, y que era por vías más clandestinas.
Y la posición, por lo menos la mía, era que la poesía no tenía que estar en la
clandestinidad. En la clandestinidad funcionaban otras cosas para mí. La
escritura era una forma de estar y mi objetivo no era la resistencia pero sí
constituir registros. Yo no quería la opción de estar escondido.
¿Y no había una mirada
peyorativa a quienes optaban por publicar en la clandestinidad?
No, eran simplemente dos visiones. Recuerdo haber ido a la
población La Victoria o a La Legua y haber leído, en una sala vidriada, poemas
que estaban pegados a los vidrios con contenido político muy fuerte. Esos
poemas estaban pegados ahí, escritos a mano o a máquina, y donde estaba montado
eso, donde estaban pegados los poemas eran carátulas de discos de vinilo de música
de rock pesado. Para mí eso es absolutamente significativo, porque no era
Víctor Jara o grupos más relacionados con la contestación y el canto popular.
Aguas
servidas reúne poemas
que según la prensa tú escribiste entre el año 73 y el 80. ¿Esos poemas
responden a una intención de unidad provocada?
Es que nunca he escrito poemas. Si hay que dar un nombre, yo he
escrito libros. Mis libros responden a una intención, a una propuesta o a su
búsqueda.
Floridor Pérez escribió una
crítica a Aguas servidas en
que precisamente dice que las fechas de tus textos no son casuales, porque te
preocupa encontrar un lenguaje capaz de saltar la censura.
Exactamente. Pero más que la censura, me preocupaba el hecho de
que el lenguaje que teníamos, que ya se había usado, no podía dar cuenta de lo
que estaba pasando.
O sea que la censura no era
tu preocupación...
No. Lo que pensaba era que tenía que dar con un lenguaje
apropiado, porque si yo ponía la palabra “dolor”, no tendría ningún significado
por ser un cliché. Esa palabra funciona en una manifestación de masas; pero no
funciona cuando tú te instalas frente al horror. Hay ahí un lenguaje que queda
eliminado. En principio estoy dando cuenta de lo mismo, pero desde la
posibilidad de hablar con palabras que generen la sensación que producen
ciertas situaciones. Un lenguaje que actúe como un mapa. Pero no es la
realidad, tomada como materia. En una parte lo digo por ahí: “Sin palabras, la
realidad existe”. Ahora sí, surge una censura. Hay un momento en que todo
escrito tiene que pasar por la censura. Diarios, documentos, todo. Nunca se
logró controlar todo, pero ese era el decreto. Saco mi libro en noviembre de
1981 y voy a una distribuidora que es alternativa y ahí me dicen que para que
circule mi libro tiene que tener una autorización. Lo llevé a Santiago y
averigüé que tenía que llevarlo al Ministerio del Interior. Y fui con mi libro,
a dejarlo. ¡Fui con una inconsciencia bastante grande de lo que significaba
eso! La cosa es que pregunté y me dijeron que llamara en una semana más. Me dijeron
que llamara el jueves y lo hice así todo los jueves porque comenzaron a
tramitarme. Me empezaron a pasar de una oficina a otra e incluso, alguna vez,
llegué a hablar por teléfono con la secretaria del ministro del Interior. Al
cabo de seis o siete meses, me dijeron que el libro estaba aprobado. Tuve que
ir a ese edificio y ahí iba con miedo, porque tenía que entrar donde estaba
Pinochet, Merino y todos esos. ¡Era bastante más grave que entrar a una
comisaría! La inseguridad era absoluta en ese minuto. Uno estaba absolutamente
a merced del aparato represivo del Estado.
¿Tú escuchaste hablar de
algún escritor a quien le haya pasado esto de irse preso por la censura?
No, con respecto a la censura no. Pero la cosa es que en ese
edificio subí a un ascensor lleno de milicos con armas y en un séptimo piso,
creo, un funcionario de civil me dice “tome, aquí tiene su libro aprobado. Ahí
tiene su autorización en papel”, que todavía tengo guardado.
¿Y el hecho de contar con
esa autorización no significaba para otros escritores que tu poesía era en
realidad liviana, descomprometida con la historia o cosas por el estilo?
No, no. Puede haber significado algo, quizás… algo
significaría. No, en mi caso no se sentía al menos esa mirada. Cuando no era
autorizado, no se podía hacer nada, salvo si eras un Lafourcade, por ejemplo,
que cuando le prohibieron su libro El
gran Taimado, se podía hacer un escándalo. Pero si a mí me hubiesen
prohibido Aguas Servidas,
hubiese tenido que quedarme callado.
¿Pero en qué sentido son
actos de provocación los libros autorizados?
En esa época, si tú andabas con la revista Hoy bajo
el brazo eras provocador. Entonces eso me reafirmaba la creencia de que había
que aparecer. Después, el año 74, una de las grandes discusiones que tuvimos
con Mario y con Nicolás Miquea era en torno a la pregunta: “¿Es posible
escribir y publicar poesía con todo lo que estaba pasando?”.
¿O sea que se estaban
preguntando si no era un acto de inconsciencia el escribir poesía en ese
entonces?
No, la pregunta era en el sentido de cómo hacer literatura
frente al horror.
¿Y cuáles fueron las
respuestas que se dieron?
La respuesta principal era que había que formar parte de un ser
colectivo, de un ser social.
Era bastante colectivo el espíritu o el tenor de las ideas que
en ese tiempo se expresaban. Lo que era bastante notable, porque el 74, 75 y 76
se produce un partimiento de la sociedad impuesto. Todos eran entes aislados.
Sin embargo, circula por otros medios, no necesariamente clandestinos, pero no
oficiales, un mismo sentimiento. Cuando sale la revista Manuscritos, el
año 75, fue un golpe tremendo desde la Universidad de Chile. Ahí sale lo que
estaba haciendo Ronald Kay, Huneeus, el trabajo de Zurita, Guzmán, Jorge, Lihn
y Parra. Cuando esa revista llegó a Concepción, comenzamos a leer y ahí nos
dimos cuenta de que había otros que están haciendo lo mismo que lo que estamos
haciendo. O sea, en una sociedad con compartimientos individuales, los vínculos
tienden a crearse precisamente porque tú estás mucho más atento a lo que está
pasando al lado.
¿Pero cómo explicas tú eso
de que sin saber lo que se está haciendo en otros lados, se genere más o menos
lo mismo?
Primero: creo que el corte que se produce es tan brutal –los
vínculos establecidos o el tramado de la sociedad desaparece– que uno se pone
mucho más atento a mirar lo que está pasando. Segundo: tú estás mucho más
consciente del material con el que estás trabajando. Yo no estoy trabajando con
Arte, no estoy trabajando con Sociología, no; estoy trabajando con lenguaje. Lo
mismo pasa con las artes visuales de la época. Cuando los vínculos sociales se
rompen, te haces mucho más consciente, para generar vínculos, del soporte que
estás usando para manifestarte. Piensa tú, por ejemplo, que Kay se va a la fotografía
de los selknam. ¿Por qué se va ahí? Porque está buscando cuál es el soporte
para transmitir sus imágenes y lo encuentra, por ejemplo, en los pueblos aborígenes
u originales. Él es uno de los primeros en hacer esto. Ahí él hace algo que
antes solo estaba planteado desde la etnografía. Zurita hace lo propio y Lihn
se va más a lo oral ¿Por qué?, lo mismo. Lo que se está buscando es “¿Cuál es
la marca? ¿Con qué trabajo? ¿Cómo respondo?”. Porque el lenguaje ya sabido deja
de responder a lo que está pasando, o a lo que queremos decir, porque es
una cosa muy colectiva. El libro de Gonzalo Muñoz se titula Exit. ¡Una palabra en inglés! En el
caso de las mujeres es notable en los 80: la Elvira Hernández que escribe La Bandera de Chile. ¡La
recuperación de los símbolos que habían sido coartados desde el horror! Eugenia
Brito, Diamela Eltit con Lumpérica,
la plaza pública de noche, el margen; pero no el margen por el margen, sino el
margen de cada uno que está viviendo esa situación.
Sería interesante saber si
tú viviste una decepción frente a lo que el gobierno de Allende proponía, entre
otras cosas, en el ámbito de la cultura. ¿Hubo cambios perceptibles en el
círculo literario durante la UP?
No hay duda de que había un aparato político que también
ejercía una censura y esto era tan fuerte que uno mismo se censuraba. Ahí
tienes tú el caso de la Mistral. Se la asociaba a la Democracia Cristiana. Pero
esto ha sido así desde hace mucho tiempo. Piensa tú que Andrés Bello
representaba a un sector político, Bilbao a otro, Lastarria, etc. Lo que pasó,
es que del año 38 en adelante, el rector de la vida intelectual chilena es el
Partido Comunista, con todo lo que ello significa y esto hasta el año 1973. Y
todavía quedan retazos de eso. No sé si siempre lo ha sido, pero el Arte está
vinculado con las esferas de poder.
En literatura a veces se
observa grupos emergentes que llegan con un afán rupturista. Al menos en Chile
esto se ve bastante. ¿Este afán rupturista se podría explicar porque se ha
instalado una especie de tradición rupturista?
Sí, lo tengo claro. Por ejemplo, una de las críticas que a
veces se hace sobre el pensamiento que se produce a principios del siglo XX,
cuando aparece Darío, luego en el caso específico chileno con Huidobro, Neruda,
De Rokha, Humberto Díaz-Casanueva, Rosamel del Valle, es la aparición de unos
egos tremendamente desmesurados. Frente a la dominación de la clase política
que había emergido después de la revolución de 1891, frente a la clase política
que Europa tiene en ese momento, frente a todo eso que también son cánones
feroces, la única posibilidad de decir algo es erigiéndote como un vate. Y esto
tiene un correlato después del 73, cuando la Iglesia católica dice con mucha
soberbia, sacándolo del ámbito religioso, “somos la voz de los sin voz”. En ese
minuto, la única posibilidad era plantearte desde: “Yo represento a…”. Para no
negociar y defender lo mío tengo que plantearme –en ese sentido se forma una
elite– desde una postura de “autoridad”, más fuerte que la autoridad. Piensa en
Vallejo, piensa en Whitman… viene por ahí la cosa, cuando dice: “Yo soy la
voz”. Ahora nadie puede decir eso, al menos nadie lo ha hecho.
La oposición al discurso de
Pinochet, que era una época de posiciones extremas, quizás un poco como lo que
plantea Bourdieu, sirvió para subliminar el espíritu de rebelión social.
Para entender los 80 insisto que el origen está en torno a los
70. Mira, 1959: la revolución cubana –muchachos llevan a cabo una lucha armada
por sus ideales; 1967: “El Mercurio miente”; 1968: mayo en México; en Chile
está “la revolución en libertad” de Frei y la reforma agraria que sigue después
con Allende. Los Beatles y Los Rolling Stones son antípodas de Fidel Castro, de
Violeta Parra –no sé si tanto–, pero de algún modo se siente que pertenecen a
la misma sociedad. No representan compartimientos que están desconectados de
los otros, sino que representan compartimientos abiertos, compartimientos que
son puras ventanas.
¿Durante la dictadura no se
percibía un reflejo de la época con la historia de Chile? ¿No se asumía una
parte de la violencia como, por llamarla de algún modo, parte de una herencia
histórica?
Mi percepción es que esa época no es un paréntesis. No es un
paréntesis, no. Es parte de mí, como es parte de la comunidad de Chile. Lo que
hay ahí, a mi entender, es un reflejo de la sociedad; pero un reflejo
exacerbado. Eso, me parece, no disminuye el estado de emergencia vivido. Pero a
mis 22 años, eso de “Chile, país de larga tradición democrática” ya no lo
creía. Por un dato simple: El año ’57, cuando se produce la huelga de las
micros, recuerdo que vi en fotos las protestas que reprime Ibáñez. Eso me hace
entender que la represión no ocurre a partir del 73. La historia de Chile está
llena de movimientos militares. ¡Antes de que la derecha invocara a Portales,
invocó a Balmaceda! ¡Lo de Ranquil, durante la República Socialista! Y aparece
Pinochet como un monstruo… ¡Pero si no era, ni es, un extraterrestre!
¿Crees que el trabajo de la
crítica ha mal interpretado a la poesía escrita durante la dictadura?
Yo creo que hay demasiada crítica sociológica.
Pero muy segmentada.
Pero muy segmentada. Por ejemplo, se mantienen ciertos hitos
que vienen de antes, como por ejemplo esto de los grandes egos, esto de querer
saber quién es el primero, quién es el más grande. Esta es una visión que se
refiere al arte en general. La sociedad no es piramidal, puede ser en términos
de conceptos, pero cómo se mueve no es piramidal. No, no está el más grande,
esa visión de record Guiness, que si bien es cierto te puede dar una
visión. La realidad es múltiple.
¿Y no crees que hay
continuidad en los grupos de poder?
Hay continuidad; pero las formas sociales o la forma de vivir
la vida, si bien es cierto están sometidas a eso, fluyen de distinta manera. Mi
vínculo con la gente que está escribiendo en este minuto no tiene que ver con
la generación, sino con puntos de interés. Todo trabajo en Arte está
condicionado. Uno está condicionado por la situación histórica, social que uno
vive. Sin embargo, la forma de insertarse en ese contexto es
desestructuralizante. A propósito de la escritura: Cuando escribo, me pongo
ciertas condicionantes, ciertos límites, porque mi única posibilidad de romper
ciertos límites es tenerlos, si no es el delirio.
¿Entonces tú no estás en el
delirio?
¡No, para nada! El límite como una forma de descubrir nuevas
cosas, como un proceso de maravillarse, por ejemplo, ante los sonetos que
rechazaba como un formalismo absoluto. Cuando leo a Góngora, por ejemplo, con
sus poemas que expresan la libertad casi absoluta de la percepción sometida a
los límites, es porque él logra que los límites sean la posibilidad de
expandirse. Entonces los límites tienen que ver con posicionarse desde la
libertad.
¿De ahí parte tu poesía?
No lo sé; me has hecho hablar nada más.
La oralidad es como un
destriparse.
Pero la piel tiene que contener las tripas, si no es el delirio
de la muerte.
en
“Dos poetas penquistas: Carlos Cociña y Tomás Harris”;
Atenea (Concepción), Nº
506, Concepción, Chile, Diciembre 2012
Tomado
de Scielo.cl, el 11 de diciembre de
2017
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