La gran placenta de la tierra la está pariendo cotidianamente, como a un niño de material sangriento e irreparable, y el hambre milenaria y polvorosa de todos los pueblos calibra su vocabulario y su idioma folklórico, es decir, su estilo, como su destino estético y no a la manera de las categorías.
Por eso es pueblo y dolor popular, complejo y ecuménico en su sencillez de subterráneo, porque el pueblo es complejo, sencillo, tremendo e inmortal, como sus héroes, criado con leche de sangre.
Tiene su arte aquella virtud de salud, que es vital y mortal simultáneamente, de las honestas, recias, tremendas yerbas medicinales de Chile, que aroman las colinas o las montañas y las arañan con su olor a sudor del mundo del futuro, o de lo remoto antiquísimo, y son como látigos de miel dialéctica, con hierro adentro, en rebelión contra el yugo.
Yo no defino así ni el volumen ni el tamaño social de su estilo; no; me refiero a la cualidad que la orienta a ella y su guitarra y aun la pintura en proverbio o la tonada revolucionaria, a su guitarra y a ella, porque ella no es una guitarra con mujer, sino una mujer con guitarra.
Por debajo, en el total denominador común humano, su folklore, no snob, se entronca a la Picaresca española, construida con la entraña popular, en la entraña popular, interfiriéndolo; un catolicismo, más pagano que cristiano, llora, sonríe, brama en el subsuelo; aquel humor feliz de sentirse desventurado de coraje dramatiza la guitarra y de tan ingenuo es macabro, como la gárgola de la Catedral Gótica, como Rabelais o como el Aduanero Henri Julien Rousseau, o Bosch, el fraile terrible.
Saludo a Violeta, como a una "cantora" americana de todo lo chileno, chilenísimo y popular, entrañablemente popular, sudado y ensangrado y su gran enigma, y como a una heroica mujer chilena.
Paris, 1 de junio 1964
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