Entre
púrpura y oro, de amor embriagada
la tarde ha llegado.
Es
la hora del frescor y de nuevo revive
El
pueblo niño, alegre ante la aventura de la noche.
Y
la isla toda, reunida en las orillas
Al
son del vivo, al rumor de los cantos y las risas,
Se
agita, loca, abigarrada, conversadora.
Las
mujeres, los aros en las orejas y los pliegues
Del
refajo tensos sobre sus cinturas delicadas,
Desnudo
su torso, de tonos de bronce y de betún.
Y
el muriente ardor del poniente de nuevo se enciende
En
los bruscos rayos de oro que festonan su carne.
Duerme
en el aire vespertino el viento eterno del verano.
El
sol, envejecido, vencido, retrocede,
Ante
la joven luna, al borde del crepúsculo,
Y,
radiante, dirige sus fuegos por un instante
A
la cresta de las olas que danzan y suavemente
Se
besan entre sí, y a la solitaria cabeza
Del
Aroraï, templo, y límite de la tierra,
Desde
donde el telón de los bosques
oculta a todos los ojos
La
gloria, el dolor y el secreto de los Dioses.
en Noa-noa, 1994
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