Si por un punto fuera de una recta trazamos una paralela a ella obtendremos una soleada tarde de otoño.
En efecto:
El cielo todo ojos azules refleja el sueño sin peces de los estanques y estos a su vez bañan tibiamente la pereza de la tarde.
Los árboles ciegos pasan en lenta procesión y en sus más altas ramas pía oro alguna hoja rezagada.
Las calles en masa quieren salirse a pasear al campo pero tan lentamente que pronto los viandantes se las dejan atrás todas estremecidas al sol.
Campos amarillentos trepan por colinas y alcores y allí se tienden, con las piernas abiertas, en espera de la noche. Sólo unos chopos siempre inquietos, telegrafían un “Morse” de hojas.
Acompasado respirar de la tarde y todas las cosas batiendo a su ritmo.
Yo, traigo en la palma de la mano mi bastón sin hojas.
Un seno duerme runruneando al sol.
Todas las ventanas tienen pestañas como mujeres.
La torre de la iglesia, como un índice, señala la última nubecilla blanca.
Después de un bordoneo un silencio y luego pasa Cristo vendiendo voces.
Las golondrinas besan el pico de las siete.
Una descarga cerrada de veletas por el aire.
Los orejas de aquel mulo –él no se apercibe— reabsorben la tarde.
Se extingue la luz en mis solapas.
Es la hora en que comienza el solitario parto de las farolas.
Alguien da media vuelta al interruptor de las estrellas.
Que es lo que no nos habíamos propuesto demostrar.
1925
Retrado de Luis Buñuel por Salvador Dalí, 1924
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