Sin embargo no he podido escribir
ese poema donde los obreros con overol
ocupan las portadas de las revistas
y la mecánica del verso
sigue manchando de grasa
nuestra ropa de domingo.
Prefiero escribir que haber escrito
esos sonetos de trescientas páginas
dedicados a obnubilar a los lectores
de las ex-repúblicas socialistas
que miran con afecto los escombros
pero se niegan a recogerlos desde
el suelo y los confunden con un par
de metáforas recogidas de las últimas
cosechas de un árbol que no era el
de la ciencia aunque sus frutos estuvieran
igualmente prohibidos. Los manuales
de retórica escritos por los profesores de
retórica se acumulan encima de mi escritorio
a la espera de que escriba una recensión
elogiosa en la medida de lo posible
susurran mientras deslizan un billete
con delicadeza por la superficie del mantel
los editores de las editoriales que han
sacado adelante semejantes mamotretos
como una especie de terapia que se
anticipa a la llegada de los síntomas:
los círculos dibujados por los extraterrestres
en los campos de maíz. O la forma en
que algunas mujeres se acercan
a la ventana, para que la luz del verano
las ayude a comprender esas primeras
ediciones que parecen haber sido
publicadas en algún universo paralelo
al que sólo podemos acceder
de pie en las puertas de las librerías.
Desde allí las contemplamos
(primero a las mujeres, luego
a las primeras ediciones:
nuestra única ventaja
es saber que ellas
saben mucho
más que nosotros:
el resto son obreros con overol
negados como nosotros
para la profecía.
Inédito, 2013
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