Gérard Valbert, director del servicio literario de la
Radio Suiza Romanda (RSR), tuvo el gran mérito de descubrir lo indescubrible,
un inédito de Céline que todo el mundo creía definitivamente perdido, la
entrevista realizada en marzo de 1955 por Robert Sadoul para la Radio Suiza
Romanda (RSR), y que nunca había sido reproducida.
Ese texto es ejemplar en varios aspectos, en primer
lugar porque es la primera entrevista dada por Céline luego de su regreso de
Dinamarca; porque lanza algunos disparos fulgurantes: “La gloria es para los
muertos. Los vivos sólo llegan a la Academia”; y porque expone todas las ideas
que retomará luego en el transcurso de sus entrevistas con los periodistas, de
la invención del cuello postizo al “estilo emotivo”, pasando por “el crawl
evidentemente ha destronado al pecho”, que a veces expresa de una manera
diferente: “El jazz mató al vals lento”.
Esta primera entrevista de la posguerra coincide con la
publicación de Conversaciones con el
profesor Y, admirable pastiche de una entrevista imaginaria dada por
Céline, en la que decía que Gaston Gallimard lo había presionado para que
saliera de su reserva y se hiciera valer, como todos los otros escritores, a
fin de favorecer las ventas: “…es mecenas, Gaston, entendámonos, pero también
es comerciante, Gaston; yo no quería ocasionarle molestias… en el acto, sin
perder un minuto, me puse a buscar algunas habilidades para ‘seguir el juego’…
imaginen, siendo científico como soy, ¡si no iba a prospectar los alcances de
ese ‘seguir el juego’!… ¡Comprendí en un santiamén! ¡En primer lugar! que
‘seguir el juego’ era pasar a la radio… ¡antes que nada!… ¡ir y argumentar sobre
cualquier cosa!… ¡pero deletrear el propio nombre cien veces!, ¡mil veces!… ser
el ‘jabón de pompas grandes’ o la ‘navaja de afeitar sin hoja’… ¡o el ‘escritor
genial’!… ¡la misma salsa, las mismas maneras! ¡Y no bien uno deja caer el
micrófono se hace filmar! Filmar la propia infancia, la pubertad, la madurez,
los pequeños percances…”.
Esta entrevista dada por Céline a Sadoul se inscribía,
entonces, en el marco del lanzamiento de Conversaciones
con el profesor Y, cuya publicación pasó completamente inadvertida. Habrá
que esperar la salida de De un castillo
al otro y la resonante entrevista dada por él a L’Express, para que Céline
recupere su propio lugar, y que desde ese entonces no abandonó, en la primera
fila de la escena literaria.
Es la primera vez que
el escritor Louis-Ferdinand Céline habla para la radio. Louis-Ferdinand Céline,
o doctor Destouches, como usted prefiera, me gustaría saber si comenzó a
escribir antes de ejercer como médico.
En absoluto. Se podría decir eso si se toma en cuenta
que yo escribí una tesis que se llama “La vida y la obra de Philippe Ignace
Semmelweis”, y que, en definitiva, es un poco literaria. Podría considerarse
como una primera novela. Una novela médica, estrictamente médica, y científica
en una parte. Eso se remonta a 1924.
¿Y usted comenzó a
trabajar de médico en qué año?
En el 24. Entré
en la Société des Nations enseguida después de mi tesis, a la sección de
epidemiología y de higiene en Ginebra, en 1924 exactamente, y permanecí allí
cuatro años.
¿Pensaba usted
realizar los dos oficios o ya había elegido su camino?
Yo tenía solamente la vocación médica, y lamento
haberla descuidado un poco. Si me hubiera entregado totalmente a la medicina,
no habría tenido tantos disgustos en mi vida, pero me entregué a la literatura,
y lo pagué muy caro. Por otro lado, yo había empezado a escribir en 1927, al
dejar la Société des Nations, para comprarme un departamento. Lo digo con toda
franqueza… Porque en ese momento yo no tenía dinero, y me costaba mucho pagar
el alquiler, entonces me dije: “Comprándote un departamento vas a tener una
preocupación menos”. Entonces le pregunté a… fui a ver a Denoël… en realidad le
dejé un manuscrito, me había puesto a escribir, era el manuscrito de Viaje al fin de la noche, y luego se lo
dejé a Denoël, y se perdió, lo tenía otra mujer, hubo una confusión general, y
luego finalmente lo encontraron… Me llamo Céline porque es el nombre de mi
madre, ella se llamaba Céline, pensaba pasar desapercibido, porque me di cuenta
enseguida de que es muy difícil practicar la medicina mientras se es escritor,
¿no? Lo miran a uno como un médico chistoso o un escritor de fantasía, eso
vuelve la vida complicada. Ahora bien, al cabo de un tiempo atravesaron ese
honesto anonimato, y luego, en efecto… se pusieron detrás de la pista… y me
convertí en ese hombre llamado Céline, que es un nombre de mujer. Después
continué escribiendo porque trabajaba en un dispensario municipal, y allí es
visto con malos ojos cuando se practica la medicina y al mismo tiempo uno se da
a conocer como escritor, no les gustaba la gente así, no les gustaba nada, la
profesión de escritor les parecía ridícula, ese señor sentado a una mesa,
detrás de una mesa, que se pone a pensar en cosas “sublimes”… ¿a asunto de qué?
Pero yo lo hacía con un objetivo estrictamente alimenticio, comercial y
necesario… y luego de golpe me informaron que el libro se vendía bien. Bien, me
dije, tanto mejor, y luego la vida empezó a volverse muy complicada. Este
asunto de escribir fue siempre para mí como una maldición… Bueno, ésa es toda
la historia.
Sí, pero,
Louis-Ferdinand Céline, me gustaría que me dijera cómo encontró no sólo el tema
de Viaje al fin de la noche, sino
también el estilo. Porque en su estilo hay algo que era, sobre todo en esa
época, absolutamente revolucionario, ¿no? No se había visto un estilo semejante
en la literatura.
Todavía no se ve, en el sentido de que los otros, los
otros escritores, forzosamente, copian más o menos modelos, ¿no?, tienen un
ideal, un entusiasmo: del griego “el dios que está en nosotros”. Entonces
sienten un entusiasmo por… ¿quién?, ¿quién? Por Paul Bourget, por Miomandre, por
Voltaire, por Anatole France... Y ese ideal les impide ser personales, porque,
en el fondo, es muy poco lo que un hombre tiene de personal. Conocí a un
profesor de canto en Ginebra, cuando estuve en Ginebra, que me decía: “Todos
los hombres tienen una voz, no importa quien cante”. Entonces yo me decía: bien,
sí, no importa quién. En efecto, yo creo que todo el mundo puede escribir un
libro que sea suyo verdaderamente, es decir, que tenga un estilo propio, a
condición de que tenga la humildad de restringirse y no intentar hacerse el
gran escritor que diga: “ah, haré lo que hizo aquel otro”. Como me decían las
mujeres: “Si tuviera su talento, ¡las cosas que escribiría!”. Todo eso es
falso. Es muy poco lo que un hombre encuentra, la naturaleza le da muy pocas
cosas para encontrar. Ya es muchísimo cuando simplemente hay algo para hacer.
Es muy poco, una pequeña invención, no importa qué, el cuello postizo, o una
cadena de bicicleta… esas fueron grandes invenciones, pero muy chiquitas
también… y Lavoisier también es muy chiquito, contó los átomos, o las moléculas,
pero eso es muy poco. Mientras que cuando se ve en grande y se quieren enviar
mensajes al mundo, entonces se cae en una fantochada grotesca, como les pasa a
casi todos los escritores, a todo el que se agita arriba de un escenario. Eso
es simplemente hablar de uno mismo. Eso es paranoísmo, una enfermedad. Esta
enfermedad que es soportable en una mujer que quiere actuar en escena, en un
hombre político, en un abogado… es muy difícil de soportar en un hombre que
tiene una técnica, porque ya no hay necesidad de hablar de uno. Como por
ejemplo Rembrandt, que hacía diez veces su retrato. No creo que Rembrandt
estuviera particularmente orgulloso de sí mismo, lejos de eso, simplemente
trabajaba la cosa, se consideraba a sí mismo como una cosa.
Sí, precisamente,
usted habla de técnica, es una cosa extremadamente importante para el literato.
¿Cómo fue que usted obtuvo esa técnica?, ¿la obtuvo enseguida o estuvo obligado
a trabajarla durante mucho tiempo antes de, por ejemplo, hacer la puesta a
punto para Viaje al fin de la noche?
Hay una cosa muy simple. Hablamos biológicamente, en el
hombre. En todo hombre hay una manera de sentir y de hacer que no tiene nada
que ver con la de su vecino. Por ejemplo, se sabe que no hay una hoja en el
bosque que sea idéntica a otra. Pero los hombres son de tal manera que son la
misma cosa, no se parecen forzosamente, eso no se puede, pero son intimidados
por los otros a parecerse, y van detrás, son corderos… y los escritores
también. Se imitan unos a otros sin saberlo; pero hay que decir que en el
momento de nacer, si uno no ve los floreros al revés, no los verá jamás de ese
modo. Es la historia de los pintores. La originalidad es poca cosa. Yo creo es
más bien una pequeña técnica, una técnica nueva, por ejemplo como el estilo crawl
en natación. El crawl en lugar del pecho… el crawl evidentemente destronó al
pecho; batió todos los récords; del momento en que aparece una nueva técnica,
los deportes progresan. En cuanto a esta historia de escribir, yo me dije
humildemente, sin ningún tipo de pretensión… yo veía que lo que los otros
escribían me exasperaba. Yo veía que ahí adentro había algo que me exasperaba.
¿Qué? No lo sé muy bien. Pero, en fin, era exasperante. Y ellos tienen el
derecho de decir que yo los exaspero, no me opongo. Y esta exasperación venía
de cierta forma que me parecía académica, lisa, chata, conformista, estilizada,
engominada y, por ende, pedantesca… completamente… se vanagloriaban. Entonces,
yo iba bastante a menudo –y esto lo explico en un libro que tal vez se
encuentre en librerías (me recomiendo, recomiendo mis libros, soy
verdaderamente muy indecente, pero recomiendo mis libros porque nadie los
recomienda y me boicotean en todos lados; es algo evidente, todo el mundo lo
sabe), se llama Conversaciones con el
profesor Y. Se hace bien en recomendarlos, en comprarlos ahora, porque las
tiradas no son muy grandes. Mi editor me sabotea, es un hecho.
Sí, pero yo tengo la
impresión, ahora le hablo como amigo, que el Profesor Y, que es el
entrevistador, ¿no?… está dirigido por el escritor de forma muy marcada.
¡Pero eso es necesario! Y le voy a decir por qué.
Porque nunca se dirige de forma demasiado marcada la oposición técnica. Las personas
no cuentan… ¡Las ideas! ¡Tiene ideas! ¡Envían mensajes! Pero de mensajes están
llenas las bibliotecas, nada es más común y vulgar que las ideas, las ideas son
innobles, los filósofos están llenos de ideas… Hay una técnica, hablemos de la
aguja de Reverdin, lo digo siempre, ése es un invento admirable. La pequeña
técnica, la pequeña cosa. Y el hombre no tiene mucho tiempo para encontrar algo
extraordinario, la vida es demasiado breve, no tiene fuerza suficiente para
eso, la naturaleza sólo le da muy poco tiempo para el hallazgo. Y si ha hecho
un hallazgo, el tipo que inventó el cuello postizo, yo diría que era un genio.
Es un poco mi caso…
Me gustaría que me
hablara del Viaje al fin de la noche,
y cómo encontró el tema del Viaje al fin
de la noche. Usted me dice: en la base hay una cuestión alimenticia. De
acuerdo, pero ¿las grandes ideas surgen de cuestiones alimenticias?
Sí, sí. Claro que sí. Claro que sí. Es así que…
Cuando Napoleón, por
ejemplo, quería hacer la unificación de Europa, ¿se trataba de una cuestión
alimenticia? Porque como usted tiene una debilidad por Napoleón, lo ataco en su
propio terreno.
Napoleón manejaba a los hombres. Tenía ideas generales,
sabía un montón de cosas… Él era filósofo, y yo no lo soy en absoluto. Era
filósofo, lo que hace la cosa un poco diferente. Hablo de un problema técnico… technik, como dicen los alemanes, un
problema technik… Y a la technik yo no le quito nunca los ojos de
encima. Me pongo contento cuando me dicen –esto nos sucede a menudo en la
medicina, durante treinta y cinco años yo practiqué de una manera empírica–:
“¡Este niño tiene fiebre, doctor”, y es un trastorno, ¿no?, la palabra “fiebre”
ya trastorna. Y uno no tiene otra manera de salvarlo, de salir de esa
situación, que agarrando un termómetro, mirar, meter el termómetro donde ya
sabemos y confirmar si verdaderamente tiene fiebre o no. Porque se ha
comprobado en miles de casos que se puede tener calor, una irritación, una
ebullición… y que no haya fiebre. Entonces uno está obligado a decirle: “Lo
siento, señora, el chico no tiene fiebre”. Y generalmente en esos casos llaman
a otro médico, que le encontrará la fiebre, porque la madre decidió que tiene
fiebre. Y entonces le decía, me había hecho una idea de ese Viaje al fin de la noche… pero tener
ideas, ideas hay en todos lados, eso no quiere decir nada, la calle está llena
de ideas…
Sí, pero ésa usted no
la encontró en la calle.
Pero no es nada, nada. Uno se detiene un segundo y
después dice: “¡Ah! ¡Tengo una idea!”… En un salón hay miles de idea. Diez
personas se encuentran en un salón y una dice: “Oh, si Virginie se pusiera a
escribir… tiene una manera tan fina de escribirle a su tía; podría escribir
novelas”.
Pero ella no sabe
explotarlas...
No, no explotarlas, sino meterlas en el papel, que es
otro asunto. Luego, que ellas se sostengan en la página, y además, las ideas no
tienen nada que ver con eso. Es una manera, una especie de coincidencia, de
conjunción de acontecimientos que vienen al caso. Le cuento algo al respecto.
En una época, esto lo cuento en el Profesor
Y, debía ir a menudo a la orilla izquierda del Sena. Yo iba de la orilla
derecha, de la place Clichy, o de la place Pigalle. Y me dije: hay varias
maneras de ir, o bien voy a pie, o en el metro, o en bicicleta, o en autobús.
Utilicé todos los medios, y comprobé que ir a pie, en bicicleta o en autobús
era muy complicado: lo detenían a uno en todas las esquinas, lo chocaban, no se
llegaba nunca, uno tenía que estar siempre alerta… En esa época yo era joven,
iba mirando las lindas damas, frescas y fogosas, que atraían mi mirada, y
después me chocaba con policías, con perros… siempre reculando, en fin, mil
problemas. Mientras que cuando uno va en el metro, y llegaba a
Issy-les-Moulineaux, que era mi destino, enseguida, al cabo de algunas
estaciones, lo único que había que hacer era sentarse, y luego uno llegaba.
Entonces me dije: esto es una cuestión práctica. Habría que escribir de la
misma manera que el metro. Entonces, el metro es la materia primera. ¿Cómo
hacer? Lo que entra en juego no es el verbo, sino la emoción. En las Escrituras
se dice: “En el comienzo era el verbo”. No, eso no fue así. En el comienzo era
la emoción. Tenemos a un profesor de biología, Savy, un hombre eminente, que lo
dijo muy bien: “En el comienzo era la emoción”. Al principio todo es emoción.
Así, una ameba, un protozoario, cualquier animal primitivo, reacciona cuando se
lo toca, se conmueve; un fagocito… vivimos gracias a la emoción de los
fagocitos, que se abalanzan sobre los microbios. El verbo está para reemplazar
a la emoción, ésa es la verdad.
Ya todo se acabó.
Ya todo se acabó… Un affaire ocurre en silencio. Desde
el momento en que no hay silencio, no hay nada. Entonces usted me dirá: ¿cómo
va a hacer? La clave está en deformar… deformar el estilo, de modo de captar la
emoción. Esa emoción, ¿de dónde viene? Viene de su naturaleza personal, todo el
mundo tiene emociones, no hay que ser cultivado… Un demagogo, un logógrafo no
es emotivo, un charlatán no emociona. Pero a las emociones hay que buscarlas,
hay que captarlas. ¿Captarlas cómo? ¡Ahí está la gran dificultad! Por ejemplo,
supongamos que mañana matan al presidente de la República, al presidente de la
Corte de Justicia o que hay una violación que sale en todos lados. En ese
momento usted va a un café, a un almacén, a una plaza, ve a todas las personas
reunidas, algunos discurren, hacen frases. ¿Qué buscan? Buscan el tono emotivo.
El tono emotivo de la situación que se presenta, buscan el tono. Y una vez que
encontraron el tono, se ponen contentos. Es el tono del acontecimiento, el tono
emotivo del acontecimiento, lo que se busca en las conversaciones particulares.
La terraza de un café, con todas esas personas agobiadas que beben alcohol, que
se emborrachan… Buscan la emoción, ¿no? Hay que encontrar la emoción, el tono
emotivo y luego mantenerse ahí. Entonces, una vez que uno encontró el tono
emotivo que buscaba, uno agarra el estilo y lo retuerce… de cierta manera, o lo
tensa… ésa es la gran dificultad, la enorme dificultad. Entonces uno tiene un
estilo, si se puede decir así… la famosa historia de “el estilo es el hombre”
era para una época, y entonces, por ejemplo, es imposible tener en este momento
el mismo estilo que en 1900. ¿Por qué? Porque pasaron un montón de cosas,
muchas invenciones atravesaron el estilo, lo hicieron papilla. El estilo Paul
Bourget, el estilo Anatole France, todo eso es imposible, o es posible cuando
hacemos arqueología, cuando nos inclinamos con nostalgia sobre el pasado.
Evidentemente, comprendo muy bien el placer que uno puede sentir al escribir
así. Pero no es actual. Y el mensaje tampoco es actual, ni el mensaje ni nada
de eso. El estilo emotivo es lo único que le queda al hombre, porque la
mecánica lo abarca todo. Tomemos la descripción… Los impresionistas salieron
del atelier. Estaban los retratos, los cuadros… ya nadie quiere hacer un Le Radeau de la Méduse. Evidentemente,
con la novela, ahora, una excelente novela, excelentes novelas, están escritas
con luz de atelier… están escritas como se hacía la pintura en la época de
Jean-Paul Laurens. Maria Chapdelaine,
por ejemplo, que es… una cosita muy linda pero que no es emotiva, es una
descripción, la insistencia en las situaciones. Pero para eso uno tiene un
montón de trucos, uno tiene la medicina, que ha hecho muchísimos progresos, las
investigaciones, que se han multiplicado, que informan sobre todo eso… uno no
tiene necesidad de ir a buscarlo a los libros. Mientras que la emoción, nos
queda la emoción. Porque, por ejemplo, hay que decirlo, los actos esenciales de
la vida reposan sobre la emoción, y no insisto más… porque no quiero asustar.
Tengo más bien la
impresión de que es una lógica rigurosa, incluso demasiado rigurosa, la que
preside ahora casi todos los destinos sociales y humanos, y que esta lógica es
la que mata cada vez más a la emoción.
No la mata del todo, ya que ella aparece en este
momento, se la ve, en todos los terrenos. Por ejemplo, somos cuarenta mil médicos
en Francia, reconocidos, los médicos que han hecho la carrera, y tenemos
cuarenta mil curanderos, que proceden únicamente por la emoción. Tenemos la
religión, consagrada únicamente a la emoción; tenemos la pintura que sólo vive
por la emoción, por el sueño que desencadena. Mirar una pintura es emocionarse.
Al comienzo de esta
entrevista usted me dijo que había comenzado a escribir por una necesidad
alimenticia, ¿no?
¡Únicamente!
O para comprarse un
departamento…
Que, por otro lado, no me compré.
Está bien, eso no
importa. ¿Piensa usted que un escritor, usted o cualquier otro, o un pintor que
quisiera trabajar sólo por el deseo de hacerlo, pueda tener una emoción por
encargo? Porque hay un gesto emotivo que usted lleva a cabo, pero por encargo.
Ah, no, si no está hecho para eso, puede ser un
ensayista, puede ser un muy buen periodista, puede ser un magnífico descriptor,
pero no se es un escritor por necesidad. La necesidad de la época… todo lo que
hacen los escritores, en mi opinión, son guiones que ganarían mucho si se
llevaran al cine, sólo les falta un cineasta.
En el fondo, usted
fue, en cierto sentido, un innovador en este género, sobre todo literario, que
es el humor negro.
Yo no diría que es negro… Algunos artistas de nuestra
época, algunos escritores me parecen que han rozado esta manera de expresarse.
En el extranjero no veo a ninguno. Entre los ingleses no veo a nadie. Entre los
alemanes, tampoco. Hay que ser muy civilizado, es nuestro caso, hay que estar
muy avanzado en la emotividad, si se puede decir así. Y la emotividad de los
ingleses, por ejemplo, la emotividad shakespeariana… esa manera de mandar
estrellas al cielo a puñados, es magnífica. Incontestablemente el poeta más
grande de su época, de todas las épocas tal vez, pero no es especialmente
emotivo. La emotividad es una cosa totalmente distinta. La emotividad estaría
más bien cerca de la lengua francesa, pero la lengua francesa no está
trabajada… los escritores franceses en particular parecen ya no sentir eso, ya
no sienten la necesidad. En cambio, uno encuentra por ejemplo en Villon, que
sin embargo es antiguo, ese sentimiento. Él lo siente, lo quiere, y lo alcanza
a través de sus versos. Alcanza esa emotividad. Pero eso no lo veo mucho en los
escritores extranjeros. Y eso que conozco bien el inglés, conozco bien el alemán.
En Heine tal vez, muy poco… En Francia somos víctimas del academicismo, de lo
que se enseña en la universidad, cada uno tiene sus modelos, y lo que llaman
originalidad no son más que refritos, siempre la misma fórmula, refritos de
refritos, de Voltaire, de Bourget… Hay admirables periodistas… yo no veo que haya
emotividad en un periodista y además no tiene necesidad de ser emotivo. Pero en
lo que concierne al escaso, al pequeño segmento que les dejan a los escritores,
luego de la formidable irrupción del cine, de la televisión, de la radio, todas
esas bellas invenciones, es evidente que lo único que le queda al escritor es
la emoción. Y los franceses, que tenemos esa lengua real que es el francés, esa
lengua imperial de la que todos los pueblos dependen, salvo cuando uno llega a
los eslavos o a los chinos, a los orientales… Pero Alemania, Inglaterra,
América, dependen claramente del francés, o del latín, que es más o menos lo
mismo… No hay una palabra nueva en inglés americano que no venga del latín.
Nosotros somos tributarios de esta descendencia, que es una felicidad, porque
estaba muy bien fabricada. Ningún pueblo tiene una Biblioteca Pléiade ni gramáticos como los que tenemos nosotros. Se
ha dicho: el francés es académico; esos son cuentos. Es académico porque está
trabajado por gente monótona, que no trabaja mucho el tema, que nunca se
esfuerza, que no tiene la humildad de tirar todo abajo y después decirse: eso
no es lo que buscaba. Frecuenté los asilos, como interno, los asilos de locos…
¿Y qué se les pregunta a los locos? ¿Cuál es el interrogatorio que se le hace
primero a un loco? Se le pregunta dónde está, quién es y qué hora es… Es el ABC
del interrogatorio del loco, de ese señor que ya no sabe dónde está ni quién
es. Y bien, no puedo decir que los escritores de hoy en día se den cuenta de
eso. Hay una locura en esta placidez del escritor actual frente al mundo
moderno, hay una especie de locura que consiste en negar. En suma, en no saber
dónde se está, quién se es y qué hora es. Es la hora del cine, se está en
Francia con su lenguaje, y uno es uno. Pero no pueden analizar la situación.
Hay un gran reproche
que se le formula a usted en relación con sus libros, y es el empleo de
palabras muy ordinarias, no diría las más vulgares, ni las más groseras, pero a
menudo se dice: “Céline es un escritor que goza utilizando las palabras más
bajas, y que elige en general para expresarse el lenguaje más común”. Entonces,
me gustaría que nos diera una explicación, porque yo sé que usted es un
defensor de la lengua francesa.
Un día le dije a Marie Bell justamente eso: “eres una
basura”, y ella me dijo: “no, en absoluto, porque para hacer basura hay que
haber salido de ella, hay que estar muy desapegado”. Bueno, ése es mi caso. Yo
soy esencialmente refinado y esencialmente puritano. Bebo agua, como fideos… Y no fumo, no tengo ningún vicio,
ninguno.
Por otro lado, los más
virtuosos son los más peligrosos.
Sí, exacto. Es lo que le reprocharon a Robespierre, y
con justeza, y que terminó tan mal. Y entonces, la historia de esta basura que
usted dice que yo manejo… Me reprochan…
¿Cómo si fueron
médicos?
Le reprochan a un pintor el utilizar el color caca en
el fondo de un cuadro; el color caca es un bello color para un fondo, el fondo
de muchos cuadros es de color caca, pero es la combinación de tintas la que
hace a la cosa. Los franceses tienen una lengua magnífica, pero no son muy
artistas. Es lo que le reprochaban a Lanson. Lanson, el barbudo, el terrible
Lanson, académico si los hubo, y él lo decía bien: “evidentemente, los
franceses no son muy artistas”. Y no lo son porque tienen una lengua que ha
sido muy pulida, quizá les tienen demasiado respeto a las formas, después está
el diploma de estudios, el título universitario, el bachillerato, el doctorado,
están los discursos académicos, están los periódicos, que tienen un lenguaje
fundamentalmente objetivo, que no son subjetivos… Todo esto les impide soñar, al
ensueño hay que constreñirlo. Podría dar el ejemplo de Villon, en Villon hay
ensueño, pero está constreñido, está terriblemente frenado, encajonado.
Se dice que usted es
uno de los primeros en haber utilizado el argot.
Para nada. Es una vieja historia. El argot fue
utilizado mucho antes que yo, por todo el mundo. Hay admirables canciones, de
la banda de Mandrin, que son absolutamente formidables. Y en el argot de su
época, Villon también lo hacía… De una forma más floja, Bruant, que no sabía
cómo utilizarlo, que no lo metía en la novela, tenía miedo, y hacía esas
novelas de estilo académico. Era muy divertido, Bruant.
Pero yo creo que en
Bruant hay un falso argot…
El hombre tenía inspiración, pero era tímido. Porque
hace falta mucha desfachatez para lanzarse a escribir en esta querida lengua
francesa, tan defendida por el cuerpo constituido, por un pasado, un historismo famoso, como decían los
alemanes. Hace falta mucho coraje para cortarla en pedazos y después decir: no,
no es así. Ahí está el cuello postizo, el crawl. Lo que quiero decir es que ahora
se nada en crawl. Pero antes todos nadaban pecho. Ahora bien, durante mucho
tiempo, evidentemente, todas las personas que nadan pecho continúan nadando
pecho… Es así. Pero sin embargo, perciben que hay otra cosa, le echan el ojo al
crawl, luego copian, pero sin reconocer que copian. Pura banalidad… El argot
hay que utilizarlo, es un lenguaje muy importante. El mismo Malherbe lo
recomendaba. Pero es necesario que permanezca en el vehículo, que no se
desborde, que no detenga al vagón, que no lo frene, que no lo desvíe a
izquierda, a derecha, y que finalmente no llegue a ninguna parte. Para eso es
necesario tener una meta.
Louis-Ferdinand
Céline: ¿no pensó alguna vez en expresarse por otro medio que no sea la literatura?
Por el cine, por ejemplo… o la radio…
En absoluto. No tengo talento para hacer eso. No tengo
talento para nada, creo, salvo para esta pequeña manera de hacer, de encontrar
la emoción del lenguaje hablado a través de lo escrito. Lo que es bastante
difícil, demanda mucho trabajo. No voy a hablar de esto porque no es
conveniente hablarles del trabajo que uno hace a las personas que lo escuchan,
y en realidad, a nadie.
¿Pero el lenguaje
cinematográfico es un lenguaje que usted podría utilizar como medio de
expresión?
Soy un hombre que hace trucos para personas que están
en sus casas y que quieren leer… Y yo hago el trabajo, es decir, ellos tienen
que sentir, cuando me leen en voz baja, que alguien les habla adentro suyo. En
su interior. Ésa es toda la cuestión. Y que les habla a ellos, a sus nervios,
directamente. Y no a su oreja, que la química se haga en sus cabezas,
directamente. No hay necesidad de leer en voz alta. A menudo la gente me dice:
usted debería leer sus cosas en voz alta. Eso sería grotesco. Los míos no son
libros para leer en voz alta. Soy un hombre de la intimidad. Esto parece
curioso, para la intimidad. En efecto, el lector se ofusca un poco con la lectura,
es un poco maltratado. Pero eso es premeditado. Es víctima de una violación
premeditada. Ésa es la cuestión. Se dice que la música es un mensaje directo al
sistema nervioso, y reconozco que me inclinaría a la música, evidentemente, si
pudiera elegir. Si me hubiera preguntado qué carrera artística quería hacer, habría
pedido ser músico, evidentemente. O poeta, poeta…
Porque usted piensa
que el lenguaje musical es mucho más importante que el lenguaje…
Más emotivo. Lo que me interesa en este punto es la
emoción, no el verbo. Al comienzo era el verbo. El verbo es el blabla… el verbo
es un desecho, es la intelectualidad… es un desecho de la emoción. Cuando no
tenemos nada que hacer, cuando ya no tenemos nada, cuando ya no sentimos nada…
hablamos. Mientras que los grandes sentimientos son mudos. La emoción se calla.
Para terminar, me
gustaría que hablara un poco de sus dos últimos libros: Fantasía para otra ocasión y Normance.
Fantasía para otra
ocasión y Normance son desagradables, ofensivos,
porque cuando el lector lee Viaje al fin
de la noche, todavía está un poco en la literatura costumbrista, mientras
que aquí se sale realmente de eso y se está claramente en un lenguaje puramente
emotivo. Ese lenguaje que, sin embargo, me traerá la victoria cuando yo haya
muerto. Hay que morir… La gloria es sólo para los muertos. Los vivos sólo
llegan a la Academia.
Se pone emotivo…
No, no me pongo emotivo. Pero es evidente que estoy
destinado a ser escupido, vilipendiado, ensuciado, mortificado, y, de ser
posible, fusilado hasta el fin de mis días. Sócrates ya lo había previsto. Pero
yendo a Fantasía para otra ocasión y Normance… evidentemente ubican, ponen,
meten al lector delante de una manera de escribir que lo indigna, porque el
lector se dice: este tipo no tiene título secundario, no aprendió nada en la
escuela, no aprendió nada leyendo el diario, ese tipo se expresa de una manera
innoble, no sabe terminar las frases…
¿Y por qué no quiere
terminarlas?
¿Por qué un poeta escribe en versos? ¿Por qué no
escribe en prosa? Prudhomme escribía en versos, naturalmente. Bueno, yo escribo
en prosa, naturalmente.
¿Y busca usted
indignar al lector?
En absoluto. Yo
solo me ocupo de la técnica. El
lector me da lo mismo, me es indiferente en la medida de lo posible.
¿No se ocupa del
lector en lo más mínimo?
No, en absoluto, no me importa lo que piense. Me
interesa mucho que compre mis libros, porque eso me permite comer.
¿Va a haber una
continuación de Normance?
Eso es un hecho. Pero demanda mucho trabajo…
Justamente, hay una
pregunta que me gustaría hacerle… ¿trabaja fácilmente o difícilmente?
Trabajo fácilmente y difícilmente, es decir, que el
trabajo que yo hago es muy difícil, nadie puede hacerlo, la prueba es que nadie
lo hace, y demanda mucho trabajo. Porque esta facilidad, borrar el trabajo para
que no se lo vea, demanda mucho trabajo. Pero no le voy a dar muchos detalles
al lector eventual porque no tiene necesidad de saber esas cosas. Es suficiente
con que abra el libro y que se sienta cautivado. Habiendo pagado primero.
Entonces dice: “Ah, este Ferdinand, este Destouches es un cerdo”, en fin, todo
lo que él quiera, eso es la emoción, es evidente.
Y vuelve al libro…
Y vuelve. Y cuando lee a los otros. Cuando lee a los
otros, los otros lo asquean… Ésa es mi guerra: volver a los otros ilegibles.
¿Los otros son muy
suaves?
Demasiado suaves, demasiado académicos…
¿Recibe muchas cartas
de injurias de sus lectores?
Recibo de todo, todo tipo injurias, de amenazas… Pero
eso no me molesta. ¡La técnica ante todo!
¿Tuvo lectores que al
principio se horripilaron con sus textos, con su estilo, y que luego se
volvieron admiradores?
De eso no me ocupo. No me interesa que se horripilen,
que se horroricen, que se espeluznen… Me da igual. El hombre me resulta
indiferente.
Verdaderamente… usted
es un ser bastante horripilante para el lector.
Sí, pero me da igual, yo no busco serlo. Llevo el
desprecio hasta el punto de ni siquiera preguntar si soy horripilante. Me da
igual. Todo me da igual. Menos la técnica. La técnica… ¿Funciona mi cuchillo,
mi cuello postizo, o no funciona?
Y bien… por ahora
parece funcionar.
Todo está ahí.
…creo que ha
demostrado tener una excelente técnica…
¡Todo está ahí! ¡Todo está ahí!
en Magazine littéraire, nº 280, septiembre
de 1990
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