Olas suaves se cuelan por entre los tobillos de los postes. Los lanchones cabecean acurrucados en los hangares. Zumba el tábano en el interior del cobertizo, donde exquisito huele el aceite en las cuadernas. La marea arrastra trozos de cáñamo, viruta desdeñada por la garlopa enloquecida.
El viejo carril rueda por las nubes. El aire ahoga el estertor de los hierros. En el agua se duplican las hojas del canelo. Misteriosa es la frescura de los ramajes tardíos.
No se espera a un dios: sólo a la fortuna que el hombre ha despreciado: el hemisferio opuesto, el coraje asertivo, la prefiguración. Invitan desde la lejanía, a su sombra, los tilos.
en Isla del Rey, 2002
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