La lluvia invernal, la primera,
ha desquiciado el dulce letargo
de la vida eremita, la certeza
del fuego y las bodegas bien abastecidas,
ha traído a los muros protectores
del convento, la lepra de los años,
el moho de los muertos embutidos
tras las húmedas paredes. Un temor de peste
clausura los ruinosos huertos, emigra
el alma de la vieja iglesia.
Hacia el río y los confines
de la tierra, qué triste corre
sobre el cipresal el humo de las sábanas...
en Huesos de la memoria, 1996
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