lunes, septiembre 07, 2009

“Inacción”, de Aciro Luménics







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El sonido llega desde el pozo. El agua rebota entre las gotas, su existencia, símil preparado en torbellinos. Las paredes caen, desentienden la secuencia lógica. Ladrillos, piedras, textos y fragmentos. Pulso un grito que no sale más que en trinos defectuosos. La oscuridad, el frío...






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El surco acaba en la intención. Algunos suaves golpes contra el piso de animales que sentencian y descansan en la sombra. Risas oportunas, cuerpos frágiles, recuerdos sin oscilación. Sobre la montaña, las aves se deslizan al inicio del océano. La visión. El murmullo de la brisa. La exánime intuición de las temibles olas.






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La noche no se acaba en el deseo. No hay sonido más que voces elevadas en el rezo. Siendo el mantra sin razones, una entrada justa, el céfiro espectáculo sobre las llamas. No buscamos sin hallar la arena, el montículo artefacto, la sagrada curación.






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El espacio se hace breve, inalcanzable. Los destellos dimensionan cercanías y distancias. No hablamos más que en el silencio. Ruinas, calles bajo el agua, catedrales a medio construir y esa muchedumbre que recela ante el escape. La ciudad será arrasada, es preciso no avanzar, ni socorrer. El afecto reaparece en cada símbolo o señal vacía. No se oyen gritos o lamentos, sólo en el afán de permanencia. Acodados sobre una ladera sin pendiente, los ancianos se reflejan a sí mismos.






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Se reúne el tiempo en intervalos. El descenso, la premura, el río. Ptolomeo, el vuelo, una pirámide. Los aspectos fieles sin reproducir. La belleza, el canto, el agua. La mirada en ciernes de un vigía que en la noche se adormece. El desastre limpia el vicio. Sólo un grupo sobrevive, la unidad, la vida, el subterráneo. Más allá, bajo las quebradas y vegetación, un retorno al círculo de fuego nos indica el rumbo, el menor estrépito, la inacción.






en A ultranza, 1969












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