no sé quiénes son, pero
dicen que si quieres
cantar,
cantes. si quieres bailar,
demuéstrenmelo. el mundo de cuerpos
oscuros del que vengo no
sabe cómo nombrar
a estos desesperados pies que se arrastran
por nada.
más
que la inalterable
percusión de la vergüenza, me mantengo
firme en este foco
de reverberación. no confío
en tus manos más de lo que
confío en el
reloj que mi tío
me trajo de regalo desde la pa-
tria. ¿alguna vez has pasado
tus manos alrededor del tronco
de un olivo? venimos
del mismo
lugar. mi padre me habla
de nuestro viejo país, y no pregunto
adónde fueron las canciones,
cuándo fuimos abandonados
sólo con versos
cantados a viva voz
a Dios. no he visto
a mis primos en 10 años, pero vi
una nación que quiere ser dueña de mi nación
soltar un puño en una kufiya y llamar
a mi país «moda» — esta es la piel
que conozco. y he aprendido
que ellos y otros como
ellos son de los que se roban
todos los escalones antes de la tumba; dando pie
a toda alegría, a ninguna
penas. sé que no lo
guardarás, pero si
te cuento un secreto
¿me lo vas
creer?
bailé a lo largo del espinazo de la orilla,
me construí desde la arena
hasta que el océano
vino por mí.
me rendí con las olas,
cogí estas manos levantadas
y pregunté: ¿qué es el sol
sino sólo la yema
de la luna? o mejor dicho, ¿qué soy
en la oscuridad sino sólo
una forma de
llegar a ti?
los oí decir que mi gente era
mala, pero no podemos ser
tan malos si
mamá todavía me deja entrar
después del amanecer — el resentido desastre
de mi orgullo endurecido en esta
vestimenta, ella riéndose amablemente por
lo que queda de mí.
¿sabes cómo aprendí
a cantar? recé;
este paciente atuendo
gravó versos a fuego en mi carne.
me perdí a mí mismo. hice
esto hasta que olvidé
lo que significaban los gritos.
vi cómo
salían
del coro
de una sola boca. y aún así,
pregunté, aún así
Dios no me detuvo,
no cantó
ni una sola palabra
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