Desde Brooklyn la noche te margina. Abajo de tus pies se escinde la ciudad en dos inmensos muslos, y cada esquina espera que le llegue el orgasmo.
Estás ausente.
Pero todo discurre como si no tomaras los ojos de un viejo espiando el último reducto de los parques a oscuras.
Acechas amantes, y te amanece el cuerpo (sonámbulo casi). Y es que acaso en este punto sepas lo que eres, y tus manos contemplen aquello que prohibiste de ti mismo.
Tímidamente amigo de la muerte. ¡Aquel amanecer desde el Puente de Brooklyn!
en Y ahora ya eres dueño del Puente de Brooklyn, 1980
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