lunes, junio 17, 2024

«Recado sobre el trabajo de la mujer», de Gabriela Mistral

Fragmento





Me parece más un mal que un bien tratar del trabajo de la mujer como de un tema feminista. Es preferible enfrentarlo lisa y llanamente como un problema del trabajo a secas.

En Chile, país pobre, la mujer se ha incorporado a casi todas las profesiones y oficios; la necesidad no le dejó el lujo de escoger y la legislación del trabajo por sexos no madura todavía en el mundo para evitarle aquellas labores tremendas que estropean en la niña a la moza y en esta a la madre. Así, aunque nuestras mujeres no bajen aún a las minas, ni rompan piedras en las canteras, el hecho es que ya se han dado a labores viriles y a más de una brutal. Tengo delante de los ojos todavía a un grupo de mujeres que limpiaban la vía férrea en Combarbalá después de un derrumbe y bajo un sol de fuego.

Nuestra famosa civilización no ha sabido vigilar sobre la preservación de la madre. Se habría necesitado liberar de la miseria a toda mujer que cría o que educa cuando el padre falta o ha abandonado a los suyos, siguiendo vicios, cosa esta más común en Chile que en cualquier tierra que yo conozca.

La situación actual de Chile y en buena parte del Pacífico, es la de que la mujer se ha incorporado ya, y en masa, a todas las formas de trabajo donde se la tolera o se la busca. Ya no es cuestión de que nos hablen de un "mejoramiento en los salarios femeninos", sino lisa y llanamente de pedir la nivelación de los jornales para los dos sexos. A igual horario y a igual género de labor, paga común. Sieguen muchachos y muchachas en el campo argentino, hagan de mandaderos los niños o las niñas, vendimien hombres o viejas, en el Valle de Aconcagua, el oficio no tiene cara y no para mientes entre barbar y bucles, es el Trabajo en concreto y en abstracto con mayúscula. ¿Quién puede tartamudear siquiera una razón contraria a este derecho recto y claro como la espada?

En mi viaje último por la América del Sur, pedí a varias dirigentes feministas que me averiguasen los salarios de nuestras mujeres en las fábricas y en el campo, porque bien me sé la vieja inequidad y conozco esta vergüenza desde que tenía siete años y veía las pagas dobles en el fondo. Mis amigas de Chile no me ayudaron, pero otras del Pacifico han contestado. Mis gracias por esas respuestas que queman las manos y que redundan más o menos en lo que sigue. Las obreras industriales han visto subir sus salarios en las ciudades pero la nivelación está muy lejos todavía.

Las trabajadoras del campo viven todavía del absurdo que bueno es llamar delito: su jornal, en algunos países es la mitad del masculino sin que haya diferencia alguna en la faena la cual deje margen a una excusa o mixtificación en los puntos más celados por la austeridad o donde los patrones no son señores del siglo XI, el desequilibrio de las pagas es de un tercio. Esto es el tope de la justicia social en las zonas favorecidas.

El campo representa, yo me lo sé bien, el lugar donde la América del Sur tiene a su gente más digna y pura, y en donde la abandona del más raso desamparo. El campo criollo resulta por eso a la vez nuestra honra y nuestra vergüenza.

Pero no se vaya a creer que la plana peor del problema es la de solo el trabajo agrícola. En ciudades del Pacífico y del Caribe que se tienen por modernas, el comercio ha adoptado la tábula africana del medio salario para sus empleadas, sin dar más razón que la del sexo y la abundancia de la oferta. «Son muchas las mujeres que quieren trabajar, dicen los jefes de empresa, y un hombre "luce' más en un escritorio: le da más tono al negocio…».

Con lo cual tenemos otra vez delante, galvanizando, el esperpento medieval, con lo cual el sexo femenino sigue siendo en cierta manera, una jettatura para el trabajo y una condición más propicia para la vida galante...

Va más lejos todavía la vieja lepra oriental. En muchos colegios privados de la América criolla se mantiene la calificación sin apelativo de maestros y maestras y de este modo, la hora de clases se gobierna por ley en vez del trabajo; el sexo es una categoría en sí.

Pero la lonja más fea de la historia negra que voy contando la da el servicio doméstico. No hay hotel europeo o americano donde yo me aloje en el que no indague clara o mañosamente cómo anda este asunto de las pagas maniqueas, es decir, contrastadas. A menos de que se trate de país nórdico o sajón, el hábito hace siempre su zancadilla a la ley, y la deja entera e inútil como una nuez vana. La camarera puede ser excelente, hacer camas y barridos irreprochablemente, dar óptimo trato a los clientes, que de todas maneras el camarero la aventajará en soldada, y en una proporción muchas veces escandalosa. Y me tengo de contar con dolor que nuestras viajeras criollas, al pagar las propinas de sus sirvientes de barco y otro hotel se portan en esto como hombres, nada menos que eso. Las he visto rematar la eterna injusticia con la mayor naturalidad, como que siguen una costumbre y no hay opio igual al de la costumbre para adormilar la consciencia. También ellas, mujeres, viven la superstición del sexo: temen degradar al mozo con una magra paga y para la camarera que les sirvió con paciencia y hasta con cierta ternura, llegarán al filo del mínimum, seguras de que esa mujer, no les pondrá cara ácida ni les va a dar un bochorno en el hall lleno de gente. Aquí lo de la soga propia apretando más que la ajena.

Cuando las veo dosear[*] las propinas, ¡ay cuántas cosas veo detrás de esa mano ladina. Miro la masa de nuestras sirvientas criollas que ganan de veinte a cincuenta pesos, veo la muchedumbre indecible de nuestras «chinas» que yo me tengo por las mejores que produce nuestra injusta América y a las que he contado y puesto en lugar donde queden para un archivo de la costumbre criolla.

Nosotros, gente del Pacífico, no podemos hablar de feminismo mientras tratemos a lo paganas a esas criaturas cuya estampa suele valer para un santoral; mientras vivamos junto con nuestras chinas en romanas del Imperio o en gamas negreras de Virginia o en reyezuelas hindúes.




[*] Neologismo que equivale a «dosificar». Nota de Luis Vargas Saavedra en la publicación original.




en Recados completos, La Pollera Ediciones, 2023
























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