martes, enero 16, 2024

“Tras ti el cielo avanza”, de Víctor Quezada





De estar allí, sobrevolando, encontraría-
mos debajo de la fotocopia de la novela del
dipsómano, Purgatorio de Zurita (quien de
esta vida al fin habrá perdido toda esperan-
za), sobre la silla otras fotocopias: Russell,
Peirce, Frege (los tres responden a la ironía
cervantina en el prólogo a la primera parte
del Quijote: toda una estética la de la falsa
erudición, ¿no?) y sobre ellas: la novela del
joven Martín Adán (que alguna vez te leí al
oído), Casa GrandeEl obsceno pájaroHijo
de ladrón, algunos cartapacios y, encima,
Umbral (primer pilar), perfilando la estruc-
tura de una casa.
 
A los pies de la cama debe estar tirada la
polera verde (la que sirvió de distancia
entre su oreja y mi pecho), ahogada sobre
una pata de la mesa (escritorio) que es el
hogar de Yoko. Yoko, quien hoy o mañana
debe ser alimentada.
 
Las advertencias eran mínimas: situarla
no directamente al sol, pero sí frente a una
ventana, ventana sur, regarla cada siete
días (por lo menos). La pieza es perfecta; de
morir, solo cabría argüir irresponsabilidad.
No debiera morir, menos en el estado de
sensibilidad que subyace a esta escritura,
este conjuro: hay que recordar que bajo
dominios tópicos la flor es asimilable a la
mujer y al amor (ver cualquiera de la metá-
fora o “Las kenningar”). No debiera morir a
menos que deje de escribirla.
 
(Nota: olvidar Bonsái, recordar con fervor
“Tantalia”, pero no cometer el error de
otorgarle al amor características de seres
orgánicos. De paso, leer de nuevo “Elena
Bellamuerte”).

 

 

 

en Yoko, 2023 (Segunda edición)





















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