*
Una cierta pesadez le impide
levantarse, un sentimiento de seguridad ante cualquier imprevisto, la visión de
un lecho que le ha sido preparado y le pertenece. Sin embargo, una
intranquilidad que le expulsa del lecho le impide seguir yaciendo con sosiego.
(en Descripción de una lucha)
*
Vivo con mi familia, entre seres
excelentes y dignos de ser amados, como un extraño entre extraños.
(A Felice Bauer)
*
Hundimiento, imposibilidad de
dormir, de permanecer despierto; imposibilidad de soportar la vida o, con mayor
precisión, de soportar el sucederse de la vida. Los relojes no coinciden, el
reloj interno acelera de una manera diabólica o satánica, en todo caso
inhumana; el externo avanza atascándose, con su marcha habitual.
(Diarios)
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Me aislaré de todos hasta la
inconsciencia. Me enemistaré con todos, no hablaré con nadie.
(Diarios)
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6 de julio. Una y otra vez el mismo
pensamiento, la ansiedad, el miedo. Pero más tranquilo que en otras ocasiones,
como si se estuviera preparando un gran progreso, cuyo temblor lejano ya
siento. He dicho demasiado.
(Diarios)
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Soy un enfermo mental, la enfermedad
pulmonar es sólo un desbordamiento de la enfermedad mental.
(A Milena)
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Incapaz de vivir, de hablar con
seres humanos. Completo ensimismamiento, un pensar exclusivamente en mí mismo.
Apático, falto de ideas, angustiado. No tengo nada que decir, nunca, a nadie.
(Diarios)
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Estamos abandonados como niños
extraviados en el bosque. Cuando permaneces ante mí y me miras, qué sabes tú de
los dolores que hay en mí y qué sé yo de los que hay en ti. Y si yo me arrojara
a tus pies y llorara y te contara, qué sabrías más de mí que del infierno, si
alguien te hubiese dicho que allí hace calor y es un lugar espantoso. Sólo por
eso los seres humanos deberíamos mostrarnos entre nosotros tan respetuosos, tan
pensativos y amantes como si estuviéramos ante las puertas del infierno.
(A Oskar Pollak)
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Probablemente notarás que no duermo
desde hace unas noches. Es simplemente el «miedo».
(A Milena)
*
Insomnio. Ya la tercera noche
seguida. Me duermo con facilidad, pero despierto transcurrida una hora, como si
hubiera introducido mi cabeza en el agujero erróneo. Estoy completamente
despierto…, ante mí está de nuevo el trabajo de dormirme y me siento rechazado
por el sueño.
(A Milena)
*
Dos niños que estaban solos en una
habitación se introdujeron en un gran baúl; la tapa cayó, no pudieron abrir y
se ahogaron.
(Diarios)
*
Es evidente que estoy siendo
atacado, tanto por la izquierda como por la derecha, por enemigos demasiado
poderosos y no puedo huir ni hacia la derecha ni hacia la izquierda.
(Diarios)
*
Ahora soy más inseguro de lo que
jamás fui. Sólo siento la violencia de la vida. Y estoy en un vacío sin
sentido. Realmente soy como una oveja perdida en la noche que vaga por la
montaña, o como una oveja que sigue a esa oveja.
(Diarios)
*
No es miedo ante el viaje; peor, es
un miedo general.
(A Felix Weltsch)
*
Quizá te darás cuenta de que mezclo
al escribir lo necesario y lo innecesario, y eso tiene su motivo bueno y malo.
Prescindiendo del resto, lo que me conduce al Georgental (la alegría de
compartir un poco la vida con vosotros; permanecer en la cercanía de tu
trabajo; disfrutar algo del periodo de Zürau, que ha desaparecido
definitivamente con todo lo que yo era antaño; ver un poco de mundo y
convencerme de que en otros lugares hay un aire respirable —precisamente para
mis pulmones—, un conocimiento que no hará que el mundo avance, pero que
tranquiliza un deseo corrosivo). Prescindiendo de todo esto hay un motivo
extraordinariamente importante por el que viajo: mi miedo. Tú podrás,
ciertamente, imaginarte este miedo de alguna manera, pero no podrás llegar
hasta lo más profundo de él, eres demasiado valeroso para eso. Tengo, dicho
sinceramente, un miedo espantoso al viaje, naturalmente no precisamente sólo
ante este viaje, sino ante cualquier cambio. Cuanto mayor sea el cambio, más
grande es el miedo. Pero eso sólo es proporcional. Si me limitase a las transformaciones
más nimias —algo que la vida no permite—, el traslado de una mesa en mi
habitación se convertiría definitivamente en un suceso no menos espantoso que
el viaje al Georgental. Por lo demás, no sólo el viaje al Georgental es
horrible, también lo será el regreso. En el último y en el penúltimo motivo se
trata sólo de miedo a la muerte. En parte también se trata del miedo a llamar
la atención de los dioses. Si continúo viviendo aquí, en mi habitación, el día
transcurre con la misma regularidad que los otros; debo, naturalmente, cuidar
de mí mismo, pero la cosa ya funciona, la mano de los dioses mueve
mecánicamente los hilos. Es tan bello, es tan bello pasar inadvertido. Si
hubiera un hada en mi balanza, sería el hada «pensión». Pero abandonar ahora este
bello curso de las cosas, dirigirme hacia la estación bajo el gran cielo libre
con el equipaje, traer el caos al mundo, con lo que sólo se consigue advertir
el propio caos interno, todo eso es horrible. Y, sin embargo, tiene que suceder
así. Debería —no podría durar demasiado— «desaprender» la vida. Entonces, entre
el quince y el veinte. Saludos a todos…
(A Oskar Baum)
*
No es miedo al Georgental, donde,
tan pronto llegara, la misma noche, seguro que me habituaría. No es tampoco una
voluntad débil, que exige que la decisión sólo se produzca cuando la razón lo
ha calculado todo, lo que es, la mayor parte de las veces, imposible. Aquí se
trata de un caso límite, en el que la razón puede realmente calcular y siempre
llega al mismo resultado: que debo viajar. Más bien es miedo ante el cambio,
miedo de dirigir la atención de los dioses hacia mí al realizar una acción
demasiado grande para mis circunstancias.
(A Max Brod)
en Aforismos, visiones y sueños, 1998
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