Mientras bebo este café a pequeños sorbos
me voy por los recuerdos como un eco
en esta noche de horas triturándose,
sin hacer ruido,
como si la noche misma fuera muy poco
y el caer de la hoja no importara a nadie,
ni siquiera a ti,
que lees reclinada en las estrellas
sin reparar en el movimiento repetido.
El silencio me dice que soy dueño de la voz
para que te haga presencia única y querida,
de esa manera que tú sabes,
y tornes menos penosa esta realidad apretada.
Pero nada me revela que tú existes
a pesar de que el agua te ilumina los ojos,
tu respiración me llama a la ansiedad
y tus manos recuperan la caricia.
No hay nada que defina esta hora nocturna
tranquila como la luz más suave,
o como la llama que el aire no sacude.
A la deriva, a tumbos, voy por mis pensamientos
sintiendo cómo la noche sube hasta el sueño,
pero callado y solo
para no turbar tu abandono apacible,
y para recobrar de a poco,
en la extasiada hora,
algo de tu presencia antigua,
diferente a la que ahora sube del temblor de tu pecho,
y yo vuelva a ser entonces
el mismo que acarició tu adolescencia
ya apagada entre las horas idas.
en Tránsito breve, 1959
y en El viajero de las lluvias (Antología), Descontexto Editores, 2015
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