lunes, marzo 04, 2013

“Serena tarde entre los pinos”, de Mario Spachiaro








Ella razonó quieta, algo eterna… entre los pinos.

Un perro anciano caminó sin rumbo,
escarbando entre recuerdos de sueños venerables
y su voz de huesos esparcidos en la arena.
Todo es circular, interrumpió, vamos y volvemos;
y una sombra gigantesca recorrió su sonrisa desafecta.

Pensé que no la volvería a ver,
cansada ya del viento, del sagrado viaje
y de la anodina frase que insistía en repetir.

Viajaré hacia el sur,
le conté en voz alta, sin querer,
arrepentido. 
Los faroles chinos se cimbraron sobre arbustos
que en aquel instante parecieron ser más grandes.

Era la última tarde,
extinguida el agua entre las grietas
del saber
mirar
o aminorar
el tiempo y la caricia
que se cuela, impune, entre palabras
y descansos obligados.

El día recobró su aroma triste entre sus manos que
impidieron todo movimiento. Recordé una frase,
una melodía:

…el temblor,
el ruego con que toda soledad antigua nos sorprende.

Y la serenidad volvió; también el ruido de las olas,
la brisa cálida que entumeció mi rostro
y ese Buda de madera que quedó olvidado en la escalinata
de la Catedral.

Caminé hacia arriba, como un mago,
un visionario perfecto en su debacle.

Seis minutos después, la tierra se movió.
Yo estaba cerca.
Ella seguía lejos.



en Plegarias del olvido, 1956















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