lunes, octubre 17, 2011

«Última frontera entre Santiago de Chile y Santiago de Chile», de Juan Carlos Villavicencio





No puedo guardar silencio. Hoy ha pasado uno de aquellos acontecimientos que suceden tan pocas veces con una claridad indesmentible desde cualquier ángulo de análisis o pasión. Porque esto es pequeño, pero también más grande. Porque acá no son miles y miles de personas luchando por una educación mejor y gratuita, para tantas familias esclavizadas en deudas, hayan o no terminado sus estudios, hayan llegado o no al final con un mínimo de aprendizaje, para justificar haber tenido el real atrevimiento de estudiar en este Chile que ha mirado más a las personas como signo de peso, que como seres vivientes dignos y pares. Esa es una gran batalla, como punta de un iceberg de una guerra oscura en la hemos sido esclavizados hace casi cuarenta años.

Lo de hoy es algo más pequeño, pero también más grande. Acá vimos a un grupo de seguidores que no pudo acceder a cruzar una frontera gigante que hoy se hizo explícita. Tan simple como eso. Un grupo que no puede cruzar esa frontera dentro del mismo Santiago de Chile. El contexto es simple, finalmente, pero nunca se mostró el verdadero rostro evasivo del pasado: Universidad Católica, club de fútbol que tiene su estadio ubicado en la cota 1000 –en el sector oriente de la ciudad, el más acomodado de Chile– no ha podido ocupar casi nunca frente a clubes más populares, de seguidores con menos recursos, con peor educación, pero igualmente chilenos. En fin, ese club del sector más rico de Chile decide jugar en su cancha, pero sin dejar que participen de ese encuentro los seguidores del club popular, Colo-Colo. Entonces pasa que dignos de un fanatismo a veces insano, estos seguidores se suben al transporte público o, incluso, intentan caminar –literalmente– a «la punta del cerro», para por lo menos acercarse lo más posible a alentar a su equipo, a punta de gritos, a las afueras del estadio de San Carlos de Apoquindo. Un gesto. Burdo, sí, para algunos, pero un gesto.

Ellos no pudieron cruzar la frontera que sabemos ahí existe. Un grupo de chilenos se encontró con los protectores de una Constitución que más vela por cuidar los intereses de una clase social, por sobre la libertad de todo ciudadano de la República de Chile. Un metapaís: un país dentro de otro país diferente, donde la justificación es que «esa gente» podría causar desórdenes y molestar a los dueños del país (o de los países, del suyo y el nuestro). Entonces algo se quiebra más allá, porque aquí ya no importa «ser» o «hacer», sino lo que «podrías llegar a ser» o «a hacer»: acá lo relevante es que esos seguidores «manchan» la estética y el modus vivendi de gente que los quiere lejos, no aquí, no mezclando su aire con este aire finalmente más envenado por omisión, por estafas, por esclavitud, por sectarismo, por ser «los elegidos» por sobre «el resto», por realmente no amar a su prójimo: por ignorancia, por maldad, por ausencia de vergüenza o de poder realmente abrir los ojos.

Hoy deberíamos aprender a ser más fuertes, porque esto pequeño que ha sucedido, indesmentible desde cualquier ángulo de análisis o pasión, ha dado la posibilidad de ver por primera vez el rostro más nefasto y perverso de nuestro país. Porque si los que deberían guardar la Ley no permiten que un grupo de seguidores de un equipo de fútbol caminen libres por las calles, intentando cruzar aquella frontera que –por fin– nos grita en la cara y sin desenfado ¡Aquí estoy!, no puedo guardar silencio para gritarles a esos hipócritas que han esclavizado silenciosamente el mundo, que acá se acabaron las cadenas, porque prefiero que me maten traicioneramente a bajar la mirada.

Digo que no quiero su Ley. Digo que este mundo es de todos. Digo que no nos vencerán.






17 de octubre, 2011








1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente análisis de una realidad que subyace hipócritamente desde tiempos inmemoriales. Ahora se palpó en términos más concretos, pero hace rato que acá hay 2 Chile, como se repitió durante el fin de semana...pero eso otro país tiene sus días contados...