Será cuando la luna se despida del agua
con su corriente oculta de luz inenarrable.
Nos robaremos todos los fusiles,
apresuradamente.
No hay que matar al centinela, el pobre
sólo es función de un sueño colectivo
un uniforme repleto de suspiros
recordando el arado.
Dejémosle que beba ensimismado su luna y su granito.
Bastará con la sombra lanzándonos sus párpados
para llegar al punto.
Nos robaremos todos los fusiles,
irremisiblemente.
Habrá que transportarlos con cuidado,
pero sin detenerse
y abandonarlos entre detonaciones
en las piedras del patio.
Fuera de ahí, ya sólo el viento.
Tendremos todos los fusiles
alborozadamente.
No importará la escarcha momentánea
dándose de pedradas con el sudor de nuestro sobresalto,
ni la dudosa relación de nuestro aliento
con la ancha niebla, millonaria en espacios:
caminaremos hasta los sembradíos
y enterraremos esperanzadamente
a todos los fusiles
para que una raíz de pólvora haga estallar en mariposas
sus tallos minerales
en una primavera futural y altiva
repleta de palomas.
en La ventana en el rostro, 1961
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