martes, julio 20, 2010

"Into the wild", de Jon Krakauer

Extracto



Lo único que me sujetaba a la ladera de la montaña, y, de hecho, al mundo, eran dos delgadas cuchillas de cromo-molibdeno clavadas en una alargada mancha de aguanieve congelada. Sin embargo, cuanto más ascendía, más cómodo me sentía. Cuando se inicia una escalada difícil, sobre todo si es en solitario, sientes constantemente la llamada del abismo a tus espaldas. Resistirla requiere un tremendo esfuerzo consciente; no te atreves a bajar la guardia ni un solo instante. El canto de sirena del vacío te crispa, convierte tus movimientos en torpes, vacilantes, espasmódicos. No obstante, a medida que la ascensión continúa, te acostumbras al riesgo, a contemplar de cerca la muerte, y llegas a creer en la fiabilidad de tus manos, tus pies y tu cabeza. Aprendes a confiar en tu propio autocontrol.

Al cabo de poco tiempo estás tan absorto en lo que haces que ya no notas los nudillos en carne viva, los calambres en los muslos, la tensión que produce la concentración ininterrumpida. Un estado parecido al trance gobierna tus esfuerzos, y la escalada se convierte en una especie de sueño clarividente. Las horas transcurren como si fueran minutos. La confusa carga que comporta la vida cotidiana –los descuidos y olvidos, las facturas sin pagar, las oportunidades perdidas, el polvo debajo del sofá, la inexorable dependencia de los genes- queda olvidada temporalmente, borrada de tus pensamientos por la arrolladora claridad de la meta y la seriedad de la tarea en curso.













1996








Contribución a Dscntxt de Germán Hitschfeld M.




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