martes, julio 27, 2010

“El más azul de los caminos...”, de Carlos Almonte y Alan Meller







Un hombre viaja alrededor del mundo lo bastante aprisa para que el sol esté siempre sobre su cabeza. Una cabeza más pesada, proporcionalmente, al resto de su cuerpo. El cuerpo es el árbol Bodhi. La mente, el espejo brillante en que él se mira.

La ubica de cierta manera en un lugar determinado o porque con su presencia turbadora modifica también conducta y mirada. En el vaivén y trascendencia de la ceremonia, los invitados se representan como un pequeño y complejo taller de destilado (en un rincón de la sala un grupo de ancianos en voz baja se exalta en fantasías sobre el tema sexual).

Incluso el silencio que se produce entre cada canto es también un momento del mensaje. El silencio escucha silencio y repite en silencio lo que escucha que no escucha.

En el caso de descender, el retorno sólo obedece a la reacción entre el color de la superficie y el color del cuerpo.

El fotógrafo logra, a través del ornamentado ojo social de la cámara, hacer una imaginativa disección del cuerpo, con una actitud idéntica al de un anatomista despechado. La cámara no agrega mayores detalles de ilusión.

El hombre, mientras vive, sufre el vago recuerdo de un vértigo: esa sensación de caída inminente. Quizás el azaroso viaje de su imagen fotográfica hasta esta página.

Han pasado cien años desde esa última vida. El hombre ha desaparecido. Empero, su cara ostenta todavía una cierta oscilación entre la mirada vuelta hacia adentro y ensombrecida hacia afuera, lo que constituye más un signo de iluminada beatitud, que la señal de su muerte física. Visita el cementerio de la aldea, a orillas del mediterráneo. Ve unas velas en el mar y las toma por palomas que picotean sobre un techo, en vista de un efecto que sobrepasa la risa y que afecta a la tristeza radical de su condición.

También el agua borrará su nombre, el plumaje anónimo, el signo interrogante de su cuello, su blancura impoluta, su reverso blanco, su nombre tañedor de signos, borroso en su designio, borrándose al borde de la página. De la página signada. El signo de los signos.

Un hombre viaja alrededor del mundo y del revés blanco de una página cualquiera inhala su blancura venenosa. ¿En qué momento de su viaje el día ha cambiado de nombre?



¿Nunca existió el árbol Bodhi, ni el brillante espejo en que él se mira?





Texto origen: “La Nueva Novela”, de Juan Luis Martínez


en Neoconceptualismo. El secuestro del origen, 2001;
y en Revista Descontexto, 2004


Ilustración: Yoshihiro Nakashima, "Debajo del árbol Bodhi".













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