–Sabes, a veces eres igual que tu padre, sólo que mucho más guapo, claro.
–¿Papá no te parece guapo?
–No, tu padre no es guapo, pero es un hombre hecho y derecho.
–Y yo un chico hecho y derecho, como quería ser Pinocho.
–Claro que sí, hijo.
–¿Cómo es que ahora papá no pasa tanto tiempo con nosotros?
–Está muy ocupado, hijo, ya lo sabes. Su trabajo le ocupa la mayor parte del tiempo.
–¿Cuándo volveré a verle?
–Dentro de quince días iremos a La Habana y nos reuniremos con él. ¿Te acuerdas del hotel Nacional, donde tiene su apartamento?
–¿Estará aquel hombre bajito que tenía un perro blanco de pelo rizado?
–¿Bajito? Ah, el señor Lipsky. No lo sé, cariño. ¿Te acuerdas de la última vez que le vimos? En Miami, el día después del huracán.
–Íbamos caminando por el centro de la calle, que parecía cubierta de diamantes, y el señor Lipsky llevaba el perro en brazos.
–El huracán había reventado la mayoría de las ventanas de los grandes hoteles, y Collins Avenue era una alfombra de cristales rotos.
–El señor Lipsky te dio un beso; recuerdo que tuvo que ponerse de puntillas. Luego, a mí me dio un caramelo.
–Lipsky llevaba su perrito en brazos porque no quería que se lastimase con los cristales. Dijo que el perro estaba acostumbrado a dar un paseo cada mañana a la misma hora, y que no quería contrariarle.
–El señor Lipsky habla raro.
–¿Cómo que habla raro?
–Canta.
–¿Canta?
–Sí, como si canturreara cuando te dice algo.
–Ah, bueno, ya sé a qué te refieres. El señor Lipsky es un poco peculiar, pero es un buen amigo de tu padre y de nosotros.
–¿Tiene mujer?
–Eso creo, pero no me la han presentado.
–Ojalá cuando crezca no sea tan bajito como él.
–Descuida. Serás tan alto como tu papá, o más.
–¿El señor Lipsky es rico?
–¿Por qué lo preguntas, Roy?
–Porque siempre lleva unos anillos gordísimos.
–Mira, Roy, el señor Lipsky es uno de los hombres más ricos de América.
–¿Y cómo se ha hecho tan rico?
–Bueno, es que tiene muchos negocios diferentes, aquí y en Cuba. Puede que en todo el mundo.
–Negocios de qué clase.
–Muchas veces da dinero a una persona para que monte un negocio, y esa persona tiene que devolverle más que la cantidad que él le adelantó, o bien pagarle una parte de lo que gane mientras le dure el negocio.
–Pues sí que es listo.
–Tu papá cree que el señor Lipsky es el hombre más listo que ha conocido nunca.
–Ojalá yo sea listo.
–Ya lo eres, Roy. Por eso no te preocupes.
–¿Sabes una cosa, mamá?
–¿Qué, hijo?
–Creo que entre ser alto y ser listo, yo elegiría ser listo.
–Serás las dos cosas, cariño, no tendrás que elegir.
–¿Sabes cómo se llama el perrito del señor Lipsky?
–Skzy no sé qué más... Skylark, eso, como la canción de Hoagy Carmichael.
–Seguro que él también es listo. A un perro que se llama Skylark no le queda más remedio que ser listo.
–¿Papá no te parece guapo?
–No, tu padre no es guapo, pero es un hombre hecho y derecho.
–Y yo un chico hecho y derecho, como quería ser Pinocho.
–Claro que sí, hijo.
–¿Cómo es que ahora papá no pasa tanto tiempo con nosotros?
–Está muy ocupado, hijo, ya lo sabes. Su trabajo le ocupa la mayor parte del tiempo.
–¿Cuándo volveré a verle?
–Dentro de quince días iremos a La Habana y nos reuniremos con él. ¿Te acuerdas del hotel Nacional, donde tiene su apartamento?
–¿Estará aquel hombre bajito que tenía un perro blanco de pelo rizado?
–¿Bajito? Ah, el señor Lipsky. No lo sé, cariño. ¿Te acuerdas de la última vez que le vimos? En Miami, el día después del huracán.
–Íbamos caminando por el centro de la calle, que parecía cubierta de diamantes, y el señor Lipsky llevaba el perro en brazos.
–El huracán había reventado la mayoría de las ventanas de los grandes hoteles, y Collins Avenue era una alfombra de cristales rotos.
–El señor Lipsky te dio un beso; recuerdo que tuvo que ponerse de puntillas. Luego, a mí me dio un caramelo.
–Lipsky llevaba su perrito en brazos porque no quería que se lastimase con los cristales. Dijo que el perro estaba acostumbrado a dar un paseo cada mañana a la misma hora, y que no quería contrariarle.
–El señor Lipsky habla raro.
–¿Cómo que habla raro?
–Canta.
–¿Canta?
–Sí, como si canturreara cuando te dice algo.
–Ah, bueno, ya sé a qué te refieres. El señor Lipsky es un poco peculiar, pero es un buen amigo de tu padre y de nosotros.
–¿Tiene mujer?
–Eso creo, pero no me la han presentado.
–Ojalá cuando crezca no sea tan bajito como él.
–Descuida. Serás tan alto como tu papá, o más.
–¿El señor Lipsky es rico?
–¿Por qué lo preguntas, Roy?
–Porque siempre lleva unos anillos gordísimos.
–Mira, Roy, el señor Lipsky es uno de los hombres más ricos de América.
–¿Y cómo se ha hecho tan rico?
–Bueno, es que tiene muchos negocios diferentes, aquí y en Cuba. Puede que en todo el mundo.
–Negocios de qué clase.
–Muchas veces da dinero a una persona para que monte un negocio, y esa persona tiene que devolverle más que la cantidad que él le adelantó, o bien pagarle una parte de lo que gane mientras le dure el negocio.
–Pues sí que es listo.
–Tu papá cree que el señor Lipsky es el hombre más listo que ha conocido nunca.
–Ojalá yo sea listo.
–Ya lo eres, Roy. Por eso no te preocupes.
–¿Sabes una cosa, mamá?
–¿Qué, hijo?
–Creo que entre ser alto y ser listo, yo elegiría ser listo.
–Serás las dos cosas, cariño, no tendrás que elegir.
–¿Sabes cómo se llama el perrito del señor Lipsky?
–Skzy no sé qué más... Skylark, eso, como la canción de Hoagy Carmichael.
–Seguro que él también es listo. A un perro que se llama Skylark no le queda más remedio que ser listo.
en Wyoming, 2002
Traducción de Luis Murillo Fort
Fotografía de Óscar L. Tejeda
Traducción de Luis Murillo Fort
Fotografía de Óscar L. Tejeda
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