Han llegado saltando por los años, sin perder una pizca de su gracia, su furtivo relámpago. Estaban escondidas en los parques de Washington, en "las tarjetas postales enviadas desde otro continente hasta un lejano país estrecho, hasta unas playas en donde el negro océano Pacífico estrella constantemente su lomo frío y poderoso". Ocultas, "con su paso muy liviano en la hojarasca otoñal", en la hojarasca que rescatan las fotocopias, cuando un artículo de ardillas que se autodefine como "divagaciones" aparece escrito por María Luisa en el número 106 de Revista Sur, de Buenos Aires, en agosto de 1943. La segunda guerra lanza sus sirenas sobre Nueva York, donde vive la escritora. "Se dictan decretos y black outs", escribe ella, evocando los simulacros de bombardeos. "Llegan y se van ministros, taciturnos y febriles. Y le echan carbón a la Máquina. Y la Máquina anda, suena y truena y vomita resplandores rojizos como un dragón su fuego por las fauces".
Pero están las ardillas. Sin ellas no habría divagación, ni ensueño, ni temor de la guerra, ni serían aun humanos los parques y los hombres.
A María Luisa Bombal se le han perdido tantas cosas que ha escrito, como ráfagas de ardilla que no puso empeño alguno en sujetar, aunque fuese de la rojiza cola. Nadie ha leído en Chile este relato delicioso, escrito con la levedad bombaliana que no puede atraparse en un comentario periodístico sin dejar destrozadas las alas del encanto maestro. "Pero, para el infeliz poeta que escribe en prosa, y este es mi caso... nada más difícil que encarar un artículo en primera persona, ya que su especialidad consiste en desmadejar una serie de impresiones tan personales, como al parecer, alocadas".
"¿Por qué no has escrito versos con tu don poético", le preguntó una vez el poeta Julio Barrenechea en una mesa redonda de escritores. "Ay, porque entonces lo que escribo me resulta prosa", contestó María Luisa, con una sagacidad imponderable.
La poesía viene a comer en su mano, como las ardillas, siempre que ella la deje libremente transitar más allá de los versos, por casas evaporadas en la niebla, jardines abandonados, tranqueras iluminadas por un relámpago, alcobas donde las amortajadas sienten caer la lluvia, fundos donde la vida de las mujeres parece haberse detenido al borde de sus faldones de otro tiempo, y extrañamente, de este mismo momento.
¿Pueden ser solamente estas ardillas sus recuerdos de treinta años en Estados Unidos?
"En Nueva York me sentía sola, de aquella soledad particular que no se siente sino cuando uno empieza a sentirse extranjero. Cuando pensaba en mi pasado, me parecía el pasado de otra persona y no lograba juntarme con él, tan ajeno y distante lo sentía. Y nuestro pasado, por muy triste que sea, es el único compatriota que en el extranjero nos permite reconocernos a nosotros mismos". Entonces se va a Washington, ciudad de las ardillas", que estamos brevemente comentando. Allí encontrará a esas "brujas juveniles y traviesas", que correrán por el césped y por los hombros de su fantasía, disipando fantasmas. "De todos los segundos de belleza inadvertida o perdida es de lo que gozan las ardillas, prestándoles un sentido y una utilidad. Por ellas no se pierden ni un solo reflejo de la mañana y gozan asimismo de cada accidente del día en su transcurso. De una breve hora de neblina. De un puntazo de sol, de un soplo de viento y de las hojas secas recién desprendidas y revoloteando como pájaros duros alrededor de su propio esqueleto; el árbol desnudo y ceniciento y de los aromas pesados que empiezan a alentar las flores cuando va a llover. A menudo buscan ciertos lirios sombríos, de esos que tienen la raíz hundida en el corazón de Isolda. Y cavando el limo con sus uñas se adentran en una tierra llena de murciélagos y gemidos, de algas celestes y de blandos pozos de humo... Por las noches, aguzando el oído percibo los pasos de ciertas ardillas intrusas aventurándose por las calles de este gran jardín otoñal que es Washington y los oigo escurrirse por los cerros vivos y me las imagino asomándose a las últimas ventanas iluminadas".
En Valparaíso, algo mágico ha ocurrido. Algo, a lo mejor, sugerido por las ardillas que a veces se cuelan aun entre las máquinas de los periodistas. Se ha reunido un grupo de ellos, que trabajan en Educación y Cultura y han decidido impulsar una campaña en favor del Premio Nacional para María Luisa. Ella ha sido la primera sorprendida. Nacida en la V Región del país, en Viña del Mar, no imaginaba que este apoyo podía nacer de un grupo de periodistas jóvenes y entusiastas que están movilizando a personas y entidades, para reparar lo que ellos estiman una ya antigua injusticia, un raro olvido oficial.
"Ahora nieva", dice la escritora en este relato que ha caído como llovizna en nuestras manos: "El cielo está negro y mudo pero el suelo blanqueado resplandece. ¡Ah, la triste magia azul de la nieve! Es como si la tierra se hubiera tragado a la luna, me cuenta una ardilla".
Esta ardilla que se queda mirando más allá del papel, más allá de la nieve, como si efectivamente "la tierra se hubiera tragado a la luna", como termina diciendo este relato bello y desconocido.
Pero están las ardillas. Sin ellas no habría divagación, ni ensueño, ni temor de la guerra, ni serían aun humanos los parques y los hombres.
A María Luisa Bombal se le han perdido tantas cosas que ha escrito, como ráfagas de ardilla que no puso empeño alguno en sujetar, aunque fuese de la rojiza cola. Nadie ha leído en Chile este relato delicioso, escrito con la levedad bombaliana que no puede atraparse en un comentario periodístico sin dejar destrozadas las alas del encanto maestro. "Pero, para el infeliz poeta que escribe en prosa, y este es mi caso... nada más difícil que encarar un artículo en primera persona, ya que su especialidad consiste en desmadejar una serie de impresiones tan personales, como al parecer, alocadas".
"¿Por qué no has escrito versos con tu don poético", le preguntó una vez el poeta Julio Barrenechea en una mesa redonda de escritores. "Ay, porque entonces lo que escribo me resulta prosa", contestó María Luisa, con una sagacidad imponderable.
La poesía viene a comer en su mano, como las ardillas, siempre que ella la deje libremente transitar más allá de los versos, por casas evaporadas en la niebla, jardines abandonados, tranqueras iluminadas por un relámpago, alcobas donde las amortajadas sienten caer la lluvia, fundos donde la vida de las mujeres parece haberse detenido al borde de sus faldones de otro tiempo, y extrañamente, de este mismo momento.
¿Pueden ser solamente estas ardillas sus recuerdos de treinta años en Estados Unidos?
"En Nueva York me sentía sola, de aquella soledad particular que no se siente sino cuando uno empieza a sentirse extranjero. Cuando pensaba en mi pasado, me parecía el pasado de otra persona y no lograba juntarme con él, tan ajeno y distante lo sentía. Y nuestro pasado, por muy triste que sea, es el único compatriota que en el extranjero nos permite reconocernos a nosotros mismos". Entonces se va a Washington, ciudad de las ardillas", que estamos brevemente comentando. Allí encontrará a esas "brujas juveniles y traviesas", que correrán por el césped y por los hombros de su fantasía, disipando fantasmas. "De todos los segundos de belleza inadvertida o perdida es de lo que gozan las ardillas, prestándoles un sentido y una utilidad. Por ellas no se pierden ni un solo reflejo de la mañana y gozan asimismo de cada accidente del día en su transcurso. De una breve hora de neblina. De un puntazo de sol, de un soplo de viento y de las hojas secas recién desprendidas y revoloteando como pájaros duros alrededor de su propio esqueleto; el árbol desnudo y ceniciento y de los aromas pesados que empiezan a alentar las flores cuando va a llover. A menudo buscan ciertos lirios sombríos, de esos que tienen la raíz hundida en el corazón de Isolda. Y cavando el limo con sus uñas se adentran en una tierra llena de murciélagos y gemidos, de algas celestes y de blandos pozos de humo... Por las noches, aguzando el oído percibo los pasos de ciertas ardillas intrusas aventurándose por las calles de este gran jardín otoñal que es Washington y los oigo escurrirse por los cerros vivos y me las imagino asomándose a las últimas ventanas iluminadas".
En Valparaíso, algo mágico ha ocurrido. Algo, a lo mejor, sugerido por las ardillas que a veces se cuelan aun entre las máquinas de los periodistas. Se ha reunido un grupo de ellos, que trabajan en Educación y Cultura y han decidido impulsar una campaña en favor del Premio Nacional para María Luisa. Ella ha sido la primera sorprendida. Nacida en la V Región del país, en Viña del Mar, no imaginaba que este apoyo podía nacer de un grupo de periodistas jóvenes y entusiastas que están movilizando a personas y entidades, para reparar lo que ellos estiman una ya antigua injusticia, un raro olvido oficial.
"Ahora nieva", dice la escritora en este relato que ha caído como llovizna en nuestras manos: "El cielo está negro y mudo pero el suelo blanqueado resplandece. ¡Ah, la triste magia azul de la nieve! Es como si la tierra se hubiera tragado a la luna, me cuenta una ardilla".
Esta ardilla que se queda mirando más allá del papel, más allá de la nieve, como si efectivamente "la tierra se hubiera tragado a la luna", como termina diciendo este relato bello y desconocido.
en Las Ultimas Noticias, 6 de agosto de 1978
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