El 28 de febrero se cumple el primer aniversario del fallecimiento de Miguel Serrano, mi padre. Escritor, diplomático, filósofo, fue un chileno viajero por tierras y mundos sin límites. Era, en cierto sentido, inalcanzable para sus compatriotas por su Cosmovisión hermética y cargada de antiguos conocimientos, que fueron estudiados -o, mejor dicho, perfeccionados-, en los Himalayas y los Alpes, en India y Suiza, lugares donde residió durante dos fructíferas décadas.
Fue Embajador en Yugoslavia y Austria, pero su destinación más importante sería en India, donde cultivó la amistad de muchos yoghis y Siddhas, como también la de Nehru, Indira Gandhi y el Dalai Lama (fue el único extranjero que le recibiera en los Himalayas cuando escapó de la invasión china del Tibet). Buscó incansablemente el conocimiento místico basado en la metafísica del hinduismo, que le posibilitara encontrar los "centros" desde los cuales se dirigen los destinos de la humanidad y su evolución espiritual, en las profundidades del Himalaya. Fue reconocido en India y en Occidente como un gran experto en estas materias.
Con más de cuarenta títulos publicados, sus obras más importantes, a mi juicio, son Quien Llama en los Hielos (expedición a la Antártica), Las Visitas de la Reina de Saba (prologada por C. G. Jung), El Círculo Hermético, La Flor Inexistente y Elella, Libro del Amor Mágico. Dejaré que sean algunos pasajes seleccionados de estas últimas dos obras los que hablen por mi padre, donde la magia, lo extrasensorial y lo espiritual forman parte de la esencia misma del mensaje.
La primera flor
"Junto a la casa había un jardín. Mis primeros compañeros de juego fueron las raíces, las hojas, y esos espíritus de la naturaleza que hablan a los niños".
"Un día, del interior de una flor asomó una mano y me hizo señas para que me aproximase. Un niño no se asusta con eso; no me extrañó, pues, ver la mano. En cambio, me preocupó que la invitación fuese para entrar en la flor. Poco después, la flor se deshojó. Quise recoger sus pétalos y reconstruirla; pero no me fue posible. Pensé entonces en armar una flor de papel pintándola de colores vivos. Muchos días pasé en mi trabajo, hasta que la flor estuvo terminada. La llevé al jardín y la puse en el lugar donde apareciera la mano. Si la flor hubiese estado bien hecha, la mano volvería a asomar. Pero la mano no vino, no retornó más. Mi flor no podía competir con las del jardín, pintadas por el buen Dios".
"En aquel momento dejé de ser un niño y no pude seguir conversando con las plantas, las raíces, los espíritus, ni con las manos que aparecen y desaparecen en los jardines. Había entrado en competencia con la naturaleza y con el buen Dios; había contraído, sin saberlo, el compromiso mortal de crear una flor".
La Flor Inexistente. Londres, 1969
El maestro habla de las flores de loto
"Están ahí -dijo-, aún cuando en verdad son flores inexistentes. Son más bien una posibilidad, una virtud del alma. Ellas crean tu doble etérico, tu cuerpo de aire. Pero tendrás que inventarlas. Es como un jardín en sombra; para que puedas ver tus flores, tienes que hacer la luz. La luz se llama Kundalini; encendiéndola, encontrarás los estrechos senderos que te llevan de flor en flor. Kundalini es, además, la abeja que liba en cada flor".
"Todo esto que no existe, es más verdadero que lo existente. La inmortalidad es como una flor que nadie ha visto. Deberá ser inventada. No de otro modo eres inmortal. Ciego, sin ver, deberás cultivar de noche las flores de tu jardín".
Elella, Libro del Amor Mágico. Buenos Aires, 1973. Santiago, 1974
El maestro habla del templo
"El templo eres tú, es tu propio cuerpo. Un día también yo recorrí el mundo, visitando sus santuarios, desde el monte Kailas, en los Himalayas, hasta el cabo Comorin, en el extremo sur. En todos ellos hay templos y ofrendé sacrificios. Me bañé en los ríos sagrados y busqué la ciudad de los inmortales afuera de mi mismo, para venir a comprender, al fin, que lo externo es un reflejo imperfecto de lo que está en mí. El verdadero Kailas se halla adentro, también el lejano sur y la ciudad de Agharti. El cielo mismo tiene la forma de tu cuerpo, los astros sólo reproducen centros de luz que hay en ti. Por ello, todo viaje cósmico se realiza en verdad adentro. Los que buscan afuera son los que morirán. Alcanzarán los astros sólo en apariencia y los hallarán vacíos. La tierra es nada más que un punto de tu gran cuerpo cómico, o es posible que tú seas un punto de la tierra. Eres un templo de una sola columna y varias puertas. Debes encontrar la entrada en tu propio laberinto y luego sellarla. Por allí, al centro, arriba, está el Kailas y la ciudad de Agharti. Pero ahora parecieran encontrarse sumergidas, bajo el mar. Deberás primero descender al fondo para recuperar las llaves entre las ruinas de un viejo continente. Y ¿sabes tú qué es este mundo sumergido? Es el antiguo cerebro de los hombres-dioses, que aún está en ti, pero que ha sido cubierto por una nueva corteza, por un nuevo país. Con la desaparición de lo antiguo, de un viejo sol, los hombres-dioses se sumieron en los montes y en las aguas, en espera de la resurrección. Todo aquello que se cumplía con la ayuda de los hombres-dioses, escapa hoy a tu voluntad; la dirección del curso de los astros, los procesos automáticos de tu cuerpo, son en verdad dirigidos por esos dioses sumergidos y caprichosos, que están siempre a la espera de que se apague el nuevo sol que hoy nos alumbra".
"El camino que te enseño va debajo de las aguas, en busca de la tierra perdida de los dioses, de los guías-simiente, de los dioses-instinto; va de un sol nuevo a otro antiguo, sumergido, para poner a flote un continente legendario, encontrando los caminos, los puentes que lo unan al presente, pudiendo heredar así de los viejos sacerdotes, de los guías, la dirección de los trabajos en el templo."
Elella, Libro del Amor Mágico, 1973-1974
en La Tercera, 25 de febrero de 2010
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