Sobre Aciro Luménics se han dicho pocas cosas. En contadas ocasiones nos encontramos frente a un acertijo de esta especie. Un autor desplazado por el tiempo, ensimismado en el encierro obligado, exiliado por sus pares epocales, sumido en el silencio, olvidado. Luménics llena de sombras cualquier habitación iluminada; oscurece el más radiante día de sol sobre la nieve. En pequeños fragmentos, de oscura y breve entrega, nos hunde en su mundo brillantemente velado, si algo así pudiera existir. Desde el rimbombante título de su primer libro conocido: Seis mil relatos de ficción absurda, del año 1961, el asunto va quedando más o menos claro, si es que algo así, también, se pudiera decir sobre algún aspecto de la vida –incluso literaria- de Luménics. Hasta A ultranza, del año 1969, su segunda y última publicación conocida –en donde reúne poemas y prosas-; texto en el que el tiempo, el sentido y todo objeto conocido, son lugares revertidos, dispersos y fundidos como oro líquido. Agregando su inclusión en dos o tres antologías, que circulan con la escasez de un maniquí dorado, editadas por amigos o sellos extremadamente minúsculos. Mención aparte merece Desierto al sur, del año 1956, libro de crónicas urbanas y rurales, del cual Luménics reniega totalmente en autoría y participación.
Luménics es un autor que se confronta consigo mismo, significando así una distancia natural con su entorno artificial: otros autores, publicaciones masivas, la crítica. Todo tiende hacia el olvido en él, hacia la invisibilidad, salvo un pequeño intento de rescate por parte de generaciones jóvenes y, curiosamente, alguna publicación menor en el ámbito latinoamericano.
Nos vemos enfrentados al sujeto incontenible, inclasificable, salvo por la brevedad de sus escritos (poesía, prosa poética y relato breve), su tendencia absoluta al lenguaje lírico y sus temáticas rodeadas de misterio y trascendencia.
Su vida se confunde y fusiona con el mito. En esto se parece a tantos otros casos literarios, y se reúne con la tradición más exacta de la negación. Autores que fueron vistos por última vez en la entrada de un bosque interminable. Autores que despidieron pulidas letras y ornamentos verbales para dedicarse al tráfico de esclavos o de marfil. Autores que terminaron gangrenados hasta el cuello. Autores en la selva africana, tapizados de mosquitos. Autores del no. Autores de la negación. Autores de, desde y hacia la nada. Autores displicentes, nihilistas. Autores que dejan de ser autores. Autores que se olvidan que son autores. Autores que reniegan, sucumben e idolatran. Y, sin embargo, todos ellos siguen siendo autores, tanto o más respetables que los que siguen el encanto editorial, la mano en palmoteo y la sonrisa, el lanzamiento, la distribución, la conferencia, el adulaje.Estamos acá en presencia de un autor del no, en terminología bartlebyana. Acaso emparentado con el matemático, ajedrecista, místico incurable o adicto. Acaso emparentado con el frenesí del tiempo y las ideas, con la melodía que no acaba nunca, con el origen.
Es su palabra contra la de nadie. Es su palabra expulsada como un acto espiritual, que se pierde de inmediato, se ahoga o vuela. Es su gesto un secreto en sí, no por ánimos herméticos, sino que porque no lo puede compartir con nadie. Luménics está solo, extremadamente, y ya perdió toda esperanza en su acto de interlocución. Está incomunicado. Por eso viaja, se aleja, piensa y le escribe a nadie. Por eso la desconfianza, el retiro y la meditación.
en Revista Cinosargo, noviembre 2009
No hay comentarios.:
Publicar un comentario