martes, diciembre 22, 2009

“Mar del frío”, de Tomás Harris







Había tumbas tapizadas de felpa roja,
había lápidas fluorescentes,
había cráneos tremendos como mundos,
había espejismos y fuegos fatuos entre los mausoleos,
había mausoleos de hielo como mármol,
inscripciones había,
signos,
premoniciones indescifrables,
mensajes de pasión de los vivos para las muertas;
pero con las muertas es pobre industria,
se te enfría el bajo vientre y la mente,
se te queda pegado al cerebro el amor como culpa
y no responden,
no se lamentan por el cuerpo que le aguijas,
por la carne, que no les arde,
por los estertores con que los vivos nos allegamos
al vacío del deseo;
fue ahí cuando travestimos al silencio,
cuando vestimos al silencio de hembra,
cuando le colgamos cuentas verdes de las tetas y el vientre
para que brillara en lo negro;
no se podía seguir avanzando por tu imaginación,
Almirante,
una lluvia de peces caía sobre el Reino de la Muerte,
más allá,
al Sur,
el mar se iría haciendo blanco, albo,
páramo de hielo sin luz;
entonces, nos cubrimos con el manto del miedo que
crecía como la camanchaca,
pequeños fantasmas se sucedían en las sombras,
crujidos, murmullos, palpitaciones,
el cementerio estaba hecho de carne,
el cementerio entero era orgánico latiente,
nos palpábamos los cuerpos los unos a los otros
para verificarnos en lo negro;
por fin estábamos más allá de tu imaginación,
enfermos,
verdaderos,
totales,
estábamos ahora más allá de tu magnífica
imaginación.






en El último viaje, 1987













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