martes, febrero 28, 2017

«Este es un país brutalmente mediocre, maricón y conchesumadre». Entrevista a Marcelo Mellado, de Daniel Hidalgo






Me vine en esto, porque es la mejor forma de andar acá en Santiago –dice, sacándose el casco, aludiendo, claramente, a su bicicleta. –Igual está lleno de sacos de weas que se creen la raja con la bicicletita, está peor que en Valparaíso.

Algunas advertencias: estamos en un infernal martes, superando los 32°, en la santiaguina comuna de Ñuñoa. Conversaremos con el escritor Marcelo Mellado, que ya en el borde de sus 60 años, se ha transformado en uno de los narradores más interesantes del panorama local, con sus textos –los cuentos Ciudadanos de baja intensidad, República bananera, Armas arrojadizas o las novelas La provincia, El informe Tapia y La batalla de Placilla–, no exentos de extravagancia y polémica, ha sabido impregnar, desde hace unos años, una original y paródica mirada del imaginario político cultural de nuestro país, desde la provincia, hoy instalado en Valparaíso. Hablaremos de sus obsesiones y temas, de su escritura y su forma de entender el mundo. Una última advertencia: la siguiente entrevista estará plagada de chuchadas.


Marcelo, acabas de sacar Humillaciones, tu más reciente libro de cuentos, háblame un poco del proceso de su escritura.
Ahí hay una línea conceptual que se sigue: los cuentos son un registro que uno tiene para resolver cuestiones concretas, cuestiones operativas, como retóricas de la operatividad político cultural, por decirlo de alguna manera, y en ese sentido funcionan, no sé qué tan efectivos sean, pero a mí me sirven para resolver cosas que tienen que ver con la estética de los pueblos abandonados, en ese registro, rápido como de informe específico, de informe de situación, o de informe político.

¿Te planteas de una forma distinta al escribir una novela?
Sí, en el sentido de que la novela es morosa, es pretenciosa, es wagneriana, es decir es más pasá a caca. Hay que ser pretencioso y maricón en el sentido escénico, tiene esa weá media maricona, negativamente hablando. Pero tiene esa cosa, también, experimental y polifónica. Los dos registros son distintos y fascinantes, de igual forma.

Te gustan de igual manera ambas escrituras.
Asumiendo su registro, sí, su momento. Es como bañarse con agua helada o agua caliente. Hay momentos para cada tipo de baño.

Igual, pasa con la novela que tiene una cosa súper aspiracional, como que no puedes ser un autor respetable si no tienes una novela, están medio subvalorados los cuentos en ese sentido.
Es muy común esa idea. En el registro canónico reculiao del mercado y la literatura regida por esa razón, claro. Menos mal que existe Borges, pero sí, la novela es lo que hay que escribir. Alguien dijo hay que escribir novelas, y estamos mandoneados por ese modus operandi del mercado y del campo académico, ambos se nutren y se mariconean para que terminen todos los agentes dedicados a lo mismo.

Cuando uno revisa tu obra, se da cuenta de que tienes una temática muy armada, tus personajes, el tono, ¿de dónde sacas todo eso?
Vienen de las prácticas de pueblos abandonados o de la retórica municipal, fundamentalmente del mundo municipalizado, sin glamour, son humillaciones sin glamour. Muchos funcionarios municipales, profesores asesinados, profesores gay con aspiraciones profesionales y políticas, como todos los colegas de uno, uno se nutre de todo el mundo del clasemedianismo profesional y también de la aspiracionalidad funcionaria, ese es mi modelito de trabajo… que ya me tiene bastante aburrido, en todo caso.

¿En serio?
Es que lo tengo agotado, ya pos, hueón. Ahora quiero pasar a otro nivel en que las cosas comiencen a funcionar distinto.

¿Cuál sería ese nivel?
Por ejemplo, ya se produjeron algunos cambios, como la instalación de los centros culturales, por la que nosotros peleamos tanto. La maldita de la Paulina Urrutia, cuando fue ministra, impuso la industria cultural, siempre se crean unos Frankenstein al final, pero eso venía de antes. Casi todas las iniciativas del régimen cultural en Chile vienen de cuestiones que fueron trabajadas antes por nosotros, por comunidades, por asociatividades culturales, creo. Quiero pensar que nosotros inventamos el maletín literario, cuando muchos años antes, habíamos hablado de la biblioteca mínima familiar, claro que ha sido mal implementado. Lo mismo con los centros culturales, antes de la ley Bicentenario nosotros evidenciamos que era necesaria la creación de espacios, y después hay que venir a agradecérselo a los huevones, cuando son políticas que simplemente tienen que hacerlas. En Chile las políticas se hacen así, a la mala, es un país que se va haciendo poco a poco. Eso del binominal por ejemplo: las weás pasan cuando ya no son necesarias o ya te olvidaste. Hace diez años si hubiéramos roto el esquema binominal, puta que estaríamos contentos, ahora me da lo mismo. No es el momento, las revoluciones nunca son en el momento que uno quiso, hueón. O cuando uno fue testigo, era muy pendejo. Lo mismo con la reforma educacional, más encima aguardentosa, porque los hueones la están manejando… menos mal que la revolución no se hace con todos los deseos que uno tiene porque si no seríamos ayatolas. Entonces, dan ganas de meterme en otro registro, de otras productividades.

En ese sentido, tú siempre has sido bien crítico con la izquierda tradicional chilena. Hoy estamos con este gobierno de la Nueva Mayoría, que tiene un discurso súper progresista e integrador, ¿qué te pasa con eso?
Me cargan. Se impuso un progresismo pasado a caca, causero (de causa), pendejístico, impostor. Mapuche, grupos minoritarios, gays, hamburguesa de soya, animalismo, todas weás pasá a caca, de un narcisismo que forma parte de una impostura generacional insoportable y reaccionaria. Igual que el anarco fascismo, todos esos perros culiaos, buenos para carretear, y que son unos sacoweas no más, y toda la profusión artisticucha culturosa y tamboril, que es muy porteña, lo vemos mucho en Valpo, porque tenemos el horror de tener allá el Consejo de la Cultura, entonces se observa mucho esa presencia, existe un Estado culturoso que promueve muchas causas que en el fondo evidencian patologías de huevones que quieren corregir al otro, como el ciclista insoportable, del que hablábamos antes, que puebla Santiago, que cree tener supremacía moral frente al que anda en auto, todos los hueones bien pasaditos a caca, como el mapuche que no es mapuche, el maricón que tampoco lo es, la simulación extrema del progresismo. Yo también soy tributario de eso, pero oye, hueón, paremos el hueveo, y además yo soy viejo, entonces esas cosas dichas a fines de los setentas, podían tener sentido, pero extendidas como chicle hasta ahora, las vuelven insoportables y mentirosas. Falta un rediseño de los modelos revolucionaros, de los modelos emancipadores.

¿Por qué no se ha dado ese rediseño?
Porque la izquierda chilena es muy ordinaria, fascista, conservadora, maricona, reculiá, traidora, chilena, y porque este es un país brutalmente mediocre, maricón y conchesumadre.

Ehh… ¿Algo más?
Sí, como chilenos somos huérfanos, cobardes, maricones, no tenemos capital simbólico, entonces estamos obligados a copiarles a todos los hueones. Los grafiteros culiaos tienen que copiarle a los grafiteros españoles, los hinchas del fútbol le copian a los argentinos, o sea es un país conchesumadre y copión. Y lo poco y nada que produce, es despreciado, entonces van a la segura estos culiaos, y eso es culpa de la mediocridad de la izquierda chilena.

* * *

En Humillaciones, Mellado extiende un proyecto literario que ha venido puliendo por años, desde los márgenes de la industria editorial, a veces con mayor visibilidad que otras. En el libro nos encontramos profesores frustrados, ex funcionarios municipales desesperados por volver a su antiguo lugar de trabajo, agentes culturales llenos de culpa e imposturas, personajes mediocres que tratan de zafar siempre de la peor forma. Es como si Mellado mapeara la derrota política de cierta épica revolucionaria. Siempre desde el humor y la ofensa, imbatible.

Cuando apareció Ciudadanos de baja intensidad, coincidió con un auge de la edición independiente en Chile, sin embargo, en el cuento “Edi Yonki”, brillante por cierto, tienes una mirada bien crítica del fenómeno.
Sí, porque las editoriales independientes, yo creo que por una falta de concepto, terminaron instaladas como pymes elementales, tratando de competir o insertas en la gran industria. No hicieron un juego o una alternativa interesante, sino que se metieron al negocio general, van a las ferias detrás de la Cámara del Libro, sin un proyecto propio.

En el cuento, haces una caricatura de los editores que lloriquean.
Sí, es que hay una cuestión poco digna. No sé si conocís a una estúpida porteña que pertenece a una asociatividad de investigadores poéticos, La Casa no sé cuánto, Morada, La Casa Negra, no sé de qué mierda La Casa, que lamenta no haber tenido apellido mapuche, si fuera de apellido Melinao sería feliz ella. Bueno, esa gente imbécil hace funas porque no la invitaron a una feria de Viña y esto es una empresa privada, no los invitan porque no les interesa su producto, porque sus tortillas son malas, o ellos creen que son malas, no veís que tienen mucha sal. ¿Por qué tienen que invitar a hueones que les cagan el negocio, si la Cámara del Libro es una huevá de mierda que es una empresa? Y ahí se mete la conciencia culposa, ¿por qué se sienten culpables si podrían decirles que no están invitados y punto? Entonces, ese escandalillo que viene de los tiempos de la toma de sitio, de la vieja culiá que es clienta del municipio, que reclama al alcalde y la hueona tiene dos puestos, tres taxis. El que no llora no mama y eso es una cosa de indignidad.

Tengo entendido que al final sí les dieron un espacio en la feria.
Ay, sí, si las hueonas hacen un escándalo y le llaman funa. Un escándalo de vieja culiá, eso es. Yo nunca me he quejado si no me invitan. O sea, puedo putear, pero no voy a armar un escándalo de vieja culiá, es como armar un escándalo si no me gano un fondart, esa hueá es falta de pudor, en nuestra izquierda falta pudor, no tienen vergüenza. Y nuestros padres nos enseñaron esa weá, nos enseñaron a ser pudorosos.

Estás viviendo en Valparaíso, ¿no?
Sí, estoy viviendo en el cerro Bellavista.

¿Y qué tal la relación con el puerto?
Mientras mantenga la weá con el cerro, con la gente, con las viejas, con los alemanes, con algunos cuicos gentrificadores, no tengo ningún problema. Porque el porteño pasado a caca me cae mal, los poetas para qué decir, esos hueones deberían estar prohibidos, los tamborileros están en otra, no me meto con esa weá, no me dedico ya a la weá cultural. Siempre estoy preocupado pero estoy muy fóbico para comparecer en una asamblea y mirarle la cara a estos hueones, a algún poeta o algún hueón pasado a caca, tengo mis amigos de antaño y a ellos los veo. Hay que tener mucho Perogrullo para soportar el esquema neurótico patológico de la cultura porteña, son hueones que creen en una weá muy rara.

Allá en Valparaíso, hiciste algo así como un Encuentro de Pueblos Abandonados hace un tiempo.
Sí. Es un colectivo operativo de escritores que viven en la provincia y cuyo eje fundamental tiene que ver con la extrema visibilidad de pertenencia a Santiago, el santiaguinismo radical, y también lo que significa habitar pueblos en que la actividad cultural es secundada a extremos. Todos pertenecemos a la cultura municipal, imagínate lo que eso significa. Entonces nos coordinamos con Daniel Rojas Pachas en Arica, con Óscar Barrientos en Punta Arenas, con Mario Verdugo en Talca, y otros más que tenemos prácticas que reivindicamos como territoriales. Es un ajuste de cuentas con la generación del ’50, de Lihn, a quien admiro mucho y todo, Lafourcade y todos esos maricones del cuiquerío que marcó una cosa muy cuica, de esto sí y esto no, y dejaron como criollos a todos los demás, porque su obsesión era ser modernos y urbanos pero de Santiago, París y New York, y rompieron con toda una generación potente de escritores como Manuel Rojas, Carlos Droguett, Mariano Latorre, José Santos González Vera, a quienes rebajaron como criollistas, entonces es un gesto de política cultural que queremos revertir. Ahora vamos a hacer una versión del encuentro en Arica y Tacna, un encuentro chileno pero fuera de Chile, desterritorializado. Rojas Pachas hace algo muy interesante allá. El encuentro partió en Llolleo, hicimos uno en Valparaíso y queremos hacerlo en otras partes.

A todo esto, ¿cómo ves el panorama escritural chileno en cuanto a lo actual?
Es un diagnóstico que no deja de ser. Se inventó, dado las nuevas construcciones administrativas de Chile, una institucionalidad que tomó otro curso. Se ve productividad, se ve mercado y campo cultural funcional en los territorios incluso. Si tú vas a Valdivia, hay producción hasta científica, en Valpo también, hay producción en general y harta investigación. Está ejerciéndose el concepto de Deleuze, esa idea entre concepto y percepción: el artista genera una mirada que le es propia, algo de eso hay. Surge de la lectura de nuestras prácticas arcaicas, eso lo hizo la Violeta Parra, lo hizo Víctor Jara, ir al territorio.

Pero, en contextos distintos, supongo.
Sí, el contexto era otro. Lo hizo la Universidad de Concepción en la época cuando no te pedían magíster ni doctorado pa’ pasarse a caca, sino que contrataron directamente a la Violeta Parra, para que hiciera lo suyo, sin imponerle ningún registro, que hiciera lo suyo. Hoy se están haciendo sistemáticamente lo que hicieron algunos adelantados de la época del 50. Cachai que en Valparaíso hubo un encuentro de escritores en donde fue Juan Rulfo, po. La misma Universidad Católica de Valparaíso, fueron los primeros que levantaron la idea de pensar la ciudad, unos visionarios, algo que ahora es tema pero en ese entonces no, ahora que no hay ciudad quieren pensar la ciudad, ahora que el estado privatizó y se deshizo de todo, y a pesar de que uno nunca le compró mucho a los mijitos ricos de la escuela de arquitectura de la Cato Valpo, fueron adelantados en esa idea.

Marcelo, aparte, tú eres profesor y…
Chucha, esa es una de las humillaciones más grandes que puede sufrir un ser humano.

¿Tanto así?
Es que es una humillación en sí misma, a uno debieran darle un cartón certificado de humillación al titularse. Imagínate que a los profes los humillaron con platas del Estado. Hueones que eran señores feudales, en un pueblo de mierda como Llolleo, yo fui testigo de dónde pararon las platas de las subvenciones cuando veías a hueones en un auto tipo senador UDI.

¿Y qué piensas de la Reforma Educacional?
Yo creo que tenía que venir, pero ojalá hubiera sido más radical. Esa hueá de los liceos emblemáticos los haría mierda, por emblemáticos, solo por eso. El Instituto Nacional lo quemaría completo, por emblemático, los haría cagar a todos los emblemáticos. ¿Qué es esa weá clasemediana aspiracional vende pomá’?, hay que terminar con toda esa weá. En Chile no tenís un gásfiter, un tapicero, todos los hueones quieren ser abogados, hay que recuperar el amor por los oficios, ¡los simples oficios, hueón! Entonces el tema de la Reforma pasa también por temas conceptuales de país y eso es un trabajo largo, pero lo bueno es que se empezó y eso se debatió. Incluso, estoy de acuerdo con las ironías del cuico Eyzaguirre, se le salió, pero todos lo decimos, nada más insoportable que un padre y apoderado queriendo que su hijo entre en la universidad, desde kínder los hueones preguntando por cuál es el nivel de ingreso a la universidad del colegio. Es patético.

¿Y en qué estás ahora en cuanto a lo literario?
Había empezado a escribir una novela que se llamaba “Mopa”, que tenía que ver con Valparaíso y las quebradas y las escaleras meadas, y los cerros, y el travestismo con el teatro de muñecos y el audiovisualismo. Pero se me cruzó otra imagen, por cosas catastróficas familiares que pasan, y entonces me puse a escribir otra cosa. Recuperé una imagen que es el país imaginario que tenía mi hijo cuando chico, es una novela de aventuras, una especie de Conan el Bárbaro, pero chilensis. Se ha transformado en una especie de ucronía, utopía, y heterotopía, pero es una novela chilena del oeste, una cosa así. Es otro registro, la ocupación mitológica del territorio.



en Paniko.cl, enero de 2015






lunes, febrero 27, 2017

"Fortuna", de Ida Vitale






Por años, disfrutar del error
y de su enmienda,
haber podido hablar, caminar libre,
no existir mutilada,
no entrar o sí en iglesias,
leer, oír la música querida,
ser en la noche un ser como en el día.

No ser casada en un negocio,
medida en cabras,
sufrir gobierno de parientes
o legal lapidación.
No desfilar ya nunca
y no admitir palabras
que pongan en la sangre
limaduras de hierro.
Descubrir por ti misma
otro ser no previsto
en el puente de la mirada.

Ser humano y mujer, ni más ni menos.





en Trema, 2005

















domingo, febrero 26, 2017

“Último recurso”, de David Miralles






Te veo venir por última vez
a mi encuentro.
Cruzas una calle mojada
que devuelve tu figura
y siento el aire helado
que te envuelve como un muro,
muro que no podrá vencer
ni el estratégico poema
que abandono frente a ti.



en Los malos pasos, 1990






sábado, febrero 25, 2017

“Cuántas lágrimas (mirando al Sur)”, de Li Yu

Versión de Juan Carlos Villavicencio





Cuántas lágrimas
rasgan tus mejillas y corren a través de tu rostro.
No intentes decir nada cuando la ansiedad te haga llorar,
ni toques la flauta cuando tus lágrimas esperen ser evocadas,
o de verdad tu corazón se terminará de romper.








Pintura original de Wong May-po












viernes, febrero 24, 2017

“Café Bénabou”, de Enrique Vila-Matas






¿Qué sucede cuando la gente no tiene el mismo sentido del humor? No reaccionan adecuadamente entre sí. Es lo que acaba de ocurrirme con el camarero de este Café Tabac de la plaza de Saint-Sulpice, el café donde antaño se sentaba Perec por las mañanas. Decía Wittgenstein que, cuando la gente no comparte el mismo humor, es como si entre ciertos individuos existiese la costumbre de que una persona arrojara un balón a otra, y se estableciera que la otra persona tenía que atraparlo y devolverlo, y que algunas, en lugar de devolverlo, se lo metieran en el bolsillo. Decido olvidarme del camarero de humor distinto y miro hacia la iglesia de Saint-Sulpice. Estoy en el mismo lugar de observación desde el que Georges Perec, en los años setenta, se dedicaba a catalogar esta plaza y anotar de ella muy especialmente «lo que generalmente no se anota, lo que se nota, lo que no tiene importancia, lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes». Aquí escribió Tentativa de agotar un lugar parisino, un libro que consistía en una meticulosa larga lista de lo que había visto en la plaza a lo largo de varios días diferentes. En su momento lo leí con infinita diversión. Allí había anotado Perec todo lo que pasaba cuando no pasaba nada y había excluido de su lista sólo lo que pudiera resultar demasiado trascendente, y sobre todo lo que ya estaba «suficientemente catalogado, inventariado, fotografiado, contado o enumerado».

Apuro mi café y tengo un recuerdo para El salto en paracaídas, un breve texto genial, incluido en Nací. Cuando aún era un tierno principiante, hacia 1959, al final de una reunión del grupo de la revista Arguments, Perec pidió la palabra, y su intervención tuvo alguien la ocurrencia de grabarla. Feliz ocurrencia. Perec contó de forma tan inspirada como tartamuda una experiencia muy personal («la cuento porque estoy un poco... porque he bebido un poco»), una aventura de su breve paso por el paracaidismo y la historia de cómo llegó a comprender que, en la literatura y en la vida, era absolutamente necesario lanzarse, tirarse al vacío, «para persuadirse de que eso podría quizá tener un sentido que incluso uno mismo ignorase».

Entre los libros de primera hora que me cambiaron la vida, estuvieron siempre los de Perec, libros que recuerdo haber leído fascinado, devolviéndole al autor, página a página, cada uno de los eufóricos balones que lanzaba. Desde el primer momento, vi que Perec era inseparable de Roussel y de Kafka, precisamente los otros dos escritores que entonces más me interesaban, pues me habían demostrado que en novela era posible hacer cosas muy distintas de las que se predicaban en mi tierra. En aquellos días, por lo que fuera, todo a veces se producía de la forma más sencilla. Y así Kafka, Roussel y Perec llegaron a mí con la máxima naturalidad, casi juntos, y después lo hicieron libros también decisivos como el ensayo novelado Maupassant y «el otro», donde Alberto Savinio, con el pretexto de hablar de Maupassant, acababa hablando de todo, y para eso le bastaba con asociar cualquier idea con el dichoso tema central, en realidad ausente. O libros como El mito trágico del Ángelus de Millet, de Salvador Dalí, cuyo atractivo método de trabajo, alejado de todos los dogmas sobre la novela, se basaba también en asociaciones de ideas, asociaciones que se desplegaban en un tapiz que, al dispararse en todos los itinerarios posibles, acababa por convertirse en inagotable.

Pasa un autobús de la línea 63, y lo anoto —como todo— meticulosamente. Pasa luego uno de la línea 96, que va a Montparnasse. Frío seco, cielo gris. Pasa una mujer elegante llevando tallos en alto, un gran ramo de flores. El 96 es el mismo autobús que Perec atrapara en sus apuntes, y el mismo que luego me trasladará a mi hotel aquí en París, el Littré. Un rayo de sol. Viento. Un mehari verde. Lejano vuelo de palomas. Instantes de vacío. Ningún coche. Después cinco. Después uno. «La trama es una vulgaridad burguesa». Le adjudico la frase a Nabokov. «El estilo avanza dando triunfales zancadas, la trama camina detrás arrastrando los pies», recuerdo que respondió John Banville en una entrevista.

Es posible que estas dos citas sean como lanzar un balón que no van a devolvernos nunca todos aquellos que tienen todavía el humor de situar a la trama decimonónica en un pedestal absoluto. La novela del futuro verá esa trama como una simpleza que hizo furor en cierta época y se reirá de un tópico que me machacó durante mi primera juventud, esa idea de que la novela —«como bien saben en el mundo anglosajón»— ha de privilegiar siempre la trama. Hoy me alegro de haber visto pronto que aquella idea británica sobre la novela, como sucedía con tantas otras, no tenía por qué considerarla una regla inamovible. Me moría de risa el día en que le escuché a Kurt Vonnegut decir que las tramas en realidad eran sólo unas cuantas y no era necesario darles demasiada importancia, bastaba con incorporar —casi al azar— una cualquiera de ellas al libro que estuviéramos escribiendo y de esta forma disponer de más tiempo para la forja de lo que realmente habría de importarnos: la forma de contar lo que vemos, de interpretar el mundo, el estilo.

¿Y cuáles eran esas tramas? Un amigo se las sabe de memoria, tiene una lista muy perecquiana: «Alguien se mete en un lío y luego se sale de él; alguien pierde algo y lo recupera; alguien es víctima de una injusticia y se venga; dos se enamoran, y mucha otra gente se entromete; una persona se enfrenta a un desafío con valentía, y tiene éxito o fracasa; alguien escribe un relato breve (al estilo de Bartleby, el escribiente) y termina escribiendo una historia imaginaria de la literatura del siglo xx (al estilo de Moby Dick)...».

¿Y qué sucede cuando no ocurre nada? Que termina uno a veces por acordarse de los orígenes de su fascinación por las tramas no convencionales y recuerda cuando descubrió que se podían construir libros libres, de estructuras inéditas, con asociaciones y cavilaciones en torno a centros ausentes... Son las doce y doce de la mañana. Pasa un camión Printemps Brumell. Viento. Pienso en métodos construidos con hiperasociaciones de ideas que —como en libros de Savinio o Dalí— no agotan nunca el tema en estudio y observación. Sin duda, una obra maestra absoluta de ese nuevo género fue la hipernovela La vida instrucciones de uso, donde se daban cita todas las tramas de Vonnegut, que de paso eran dinamitadas, en una operación parecida a la de Flaubert cuando en Madame Bovary acabó con el realismo a base de llevarlo hasta su extremo máximo y ser el más realista de todos. Pienso en los veintinueve años y once meses que se cumplen desde que apareciera La vida instrucciones de uso, un libro al que Italo Calvino, por variadas razones —«el compendio de una serie de saberes que dan forma a una imagen del mundo, el sentido del hoy que está también hecho de acumulación del pasado y de vértigo del vacío»— consideraba como el último verdadero acontecimiento en la historia de la novela: puzzle en el que el propio puzzle da al libro el tema de la trama y el modelo formal, y donde el proyecto estructural y la poesía más alta conviven con asombrosa naturalidad.

De hecho, durante un largo tiempo La vida instrucciones de uso fue para muchos, en efecto, el último verdadero acontecimiento de la novela moderna. Después, vendría un gran libro de Roberto Bolaño, Los detectives salvajes, que recogía con extraordinaria osadía y talento el guante lanzado por Perec. Día de cielo gris, frío seco. Viento. Pasa un señor con aspecto de secretario «provisionalmente definitivo» de alguna sociedad secreta de inventores de aforismos. Parece salido de una de las páginas más divertidas de Perec. Podría llamarse perfectamente Bénabou. Incluso este café, si lo miro bien, podría llamarse también Bénabou. Pasa otro autobús de la línea 63. Pasa el 96. Lasitud de los ojos. Risas sofocadas. Distintos humores. Voy anotando. Alguien mueve un visillo más allá del café Bénabou. Tañidos de la campana de Saint-Sulpice. Se acumula el pasado y al mismo tiempo el vértigo de un vacío, lo que también anoto debidamente. Pasa otro 63. Quisiera decir todo lo que le es posible a un hombre decir, y decirlo, además, de todos los modos posibles. Pero me parece que, ni aun logrando esto, conseguiría terminar algo. Pasa otro 96, éste con aspecto de querer salir disparado hacia las nubes. Como si de una respuesta a semejante aspiración se tratara, ahí arriba, una nube parece inmóvil. Paradojas de cielo y tierra. Risas calladas. No pasará nunca otro 96.



en El viajero más lento, 1992
 





jueves, febrero 23, 2017

"Dillingham, Alaska, bar del Sauce", de Gary Snyder






Los taladros charlan llenos de barro y aire comprimido
por todo el globo,
            en bares de techo bajo oímos las mismas nuevas canciones.

Todas las nuevas canciones,
            en las cantinas del mundo.
            Después de conducir la oruga. Cuando el camión
            volvió a casa.
            Caribú resbaló,
            las patas delanteras se doblaron primero
            bajo la cálida tubería petrolífera
            instalada a un metro del suelo.

Sobre el piso de madera, vaso en mano,
            reír y blasfemar con
            la mujer de otro.
            Tejanos, hawaianos, esquimales,
            filipinos, trabajadores, siempre
            al filo de una bronca,
            en los bares del mundo.
            Oyendo esas nuevas canciones de siempre en Abadan,
            Naples, Galveston, Darwin, Fairbanks,
            blancos o cobrizos,
bebiéndolo todo,

el dolor
del trabajo
de destruir el mundo




en Axe handles, 1983




Traducción de Nacho Fernández, Miguel Ángel Bernat,
José Luis Regojo y John Good
















miércoles, febrero 22, 2017

“Chi Po”, de Francisco Garamona






El lugar y la fecha en que nació se desconocen.
Era pintor, poeta y músico.
Los poemas venían por sí mismos,
los cuadros se pintaban solos y las melodías
que le sacaba a su flauta también.
La materia misma estaba ya fijada
aunque él nunca sabía cuál sería
el resultado de todo eso.
Después de 40 años de trabajo sostenido
sólo buscaba la creación de ciertas “atmósferas”,
ya que lo único que tardaba en alcanzarlo
era la muerte a la que esperaba ansioso
porque sabía que su espíritu se consumía
en el torbellino de su inquieta imaginación.
¿Y para qué pintar un paisaje o poner
en palabras o notas las secuencias de un ritmo?
¿Por qué había que imitar la música
del arroyo desbordado o en calma?
Una noche hizo una fogata en la que destruyó
toda su obra, y tomando a su flauta por los extremos
la quebró secamente golpeándola contra una roca.
Al otro día abandonó su aldea
y durante diez inviernos se convirtió en vagabundo.
Cuando ya era un anciano, el gobierno del Emperador
le consiguió un ínfimo cargo en un Teatro Imperial
donde se representaban dramas y comedias
al gusto de la época. Ahí experimentó la frustración
ya que sus años de vagabundeo lo habían alejado
para siempre de la vida mundana.
Murió al caer de un caballo
en la entrada de unas termas adonde los actores
iban a tomar sus baños medicinales.



en La cobra rubia, 2013






martes, febrero 21, 2017

“Isolda en tres silogismos”, de María Negroni







la espalda entre los cuerpos
a modo de cautela
o quizá
           para nacer gracias a un límite

algo del rojo de mis labios
como terror a estar desnuda

en el bosque desierto
dije de pronto que sí

la noche poquísima
la vi añorando

la dulce herida




en Cantar la nada, 2011













Contribución indirecta a DscnTxt de David Villagrán












lunes, febrero 20, 2017

“A dos razones”, de Efraín Barquero



 

Las buenas mozas suben al anca
y las pasables se van en carro.
Bien destapadas las pretendidas
y las que quedan se ponen manto.

Las maduritas y las de guarda
nunca se pierden en el canasto.
Las pintaditas se casan pronto,
las pasmaditas se van al claustro.

Las más hermosas andan en cabra
y son corridas a dos caballos.
Las feecitas pasan a misa
como un entierro bien enlutado.

Pero de listas y de quedadas
hay siempre gusto como hay reparo.
Las agraciadas que lo demuestren
y las sin gracia que den su mano.



en Las mejores poesías chilenas (Selección de Alone), 1966






domingo, febrero 19, 2017

"El precio de querer volar". Apuntes sobre 'Serata' de Marcelo Pellegrini, de Leandro Hernández Gómez







Presentación de la plaquette Serata de Marcelo Pellegrini, por Ediciones Andesgraund


Debo confesar que no ha sido fácil preparar un texto sobre Serata. Lo llevo leyendo y releyendo desde hace varias semanas y lo que me ha ocurrido es bien singular. La primera lectura me dejó bastante inquieto y por varias razones. Les cuento: me sorprendió el uso de la rima en los primeros textos, la corrección de los versos, de su métrica. Luego, a medida que avanzaba en la lectura, me encontré con una serie de referencias que me parecieron señales dejadas por el poeta para seguir un camino de migas que me podría llevar a un espacio que no fuera una casa de galleta y caramelos: el amor cortés que los trovadores provenzales iniciaran a partir del siglo XII; la tierra baldía y la leyenda del Rey Pescador; la noche oscura de San Juan de la Cruz. En definitiva, creí ver una erótica y una mística, especialmente por la permanente contemplación que se percibe como oficio poético: «Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido».

En cambio, a partir de la segunda y tercera lecturas me entró la duda de que tal vez no fueran señales las que dejaba el poeta sino señuelos, cebos o cazabobos. Entonces me sentí como un chinook viejo que cae y muerde el anzuelo a pesar de toda la supuesta experiencia que da la migración por el río Yukón de la literatura. Y, así, me vi cazado por Serata justo cuando creí que iba tan alto tan alto que le daba a la caza alcance.

De este modo, y luego de toda esta introducción que tiene más cara de ser una serie de excusas, creo que una manera de acceder a esta plaquette de Marcelo Pellegrini puede a través del entendido de que ésta se abre y se cierra como un espacio literario, tal como lo entiende Blanchot en su famoso ensayo.

En el capítulo dedicado a la obra y la comunicación, el autor francés se refiere a lo que es la lectura de la obra poética y dice que «leer, en el sentido literario, ni siquiera es un puro movimiento de comprensión, el conocimiento que mantendría el sentido liberándolo. Leer se sitúa más allá o más acá de la comprensión.» Y luego agrega una imagen que me parece muy adecuada para acercarse o alejarse a Serata, «La lectura no es un ángel volando en torno a la esfera de la obra, haciéndola girar con sus pies alados. No es la mirada que desde afuera, detrás de un vidrio, percibe lo que sucede en el interior de un mundo extraño. Está vinculada a la vida de la obra y presente en todos sus momentos, es uno de ellos y es alternativa y simultáneamente cada uno de ellos...»

A partir de esto último me permito volver, en una lectura que pretende ser literaria, a los primeros cebos que mordí como lector. Quisiera detenerme un momento en el tema del amor que inaugura el conjunto. Si es que hay referencias a la poesía provenzal y su amor cortés, distingo que el erotismo que se despliega aparece despojado de la idealización del ser amado y de la posición de vasallaje del amante, tan propio de esta vertiente, que finalmente lo eleva e ilumina. El amor loco nos aniquila. Nos arranca de la cotidianidad y nos arrastra hasta que desaparecemos, nos borramos, nos tarjamos del mundo. Si fuera amor cortés, estaríamos ante el subgénero alba, aunque el texto se titule Serata, y el poema «Los delatores» podría ser leído también como una referencia a uno de los personajes convencionales del subgénero: los lauzengiers, aquellos testigos y alcahuetes del marido celoso.

Creo que es posible también decir que otro de los temas (o cebos) que cruza Serata es el referido al oficio mismo de poeta y en ese sentido se distingue la serenidad del atardecer, o lo ominoso de la noche que en el caso de esta plaquette «nos trata mal». El poeta desarrolla una poética de la contemplación y contemplar es una manera de actuar y de fracasar. La contemplación de la belleza que no está exenta de violencias, la natural y la humana. Otro gran señuelo es el texto «Tormenta» y que hace que muerda el cebo del Sturm und Drang, «tormenta e ímpetu» que prefigura una de las cumbres estéticas de la Modernidad: el romanticismo, ese momento luciferino, Octavo Paz dixit, en que pareciera en que todo se remece y el lucero del alba ilumina y enciende la cultura. Pero no olvidemos que esta plaquette se llama Serata y no mattinata.

El último resplandor luciferino de Occidente, según el propio Paz, es el proyecto vanguardista, que como todo el mundo sabe puede sintetizarse en igualar el arte con la vida o, dicho de otro y del mismo modo, vivir artísticamente. Todos sabemos, además, que este proyecto fracasa y termina en el museo y en el mercado. A partir de esto cabe preguntarse ¿qué espacio tiene la poesía y el poeta y el lector de poesía en un mundo posterior al fracaso? ¿Qué sentido tiene la obra poética hoy por hoy? Me da la impresión que Serata, de alguna manera, es un esbozo de respuesta a estas preguntas.

Retorno a Blanchot que en su ensayo mencionado anteriormente establece una interesante relación: «El poema es el exilio, y el poeta que le pertenece, pertenece a la insatisfacción del exilio, está siempre fuera de sí mismo, fuera de su lugar natal, pertenece al extranjero, es lo que es el afuera sin intimidad y sin límite (...) Este exilio que es el poema hace del poeta el errante, el siempre extraviado, aquel que está privado de la presencia firme y la residencia verdadera...».

Así, se puede sostener que el o los poetas que aparecen y desaparecen en Serata de Marcelo Pellegrini, el o los sujetos líricos que se solidifican y disuelven en esta plaquette no hacen más que dar cuenta de lo evidente: que no existe «sino pura soledad embancada en la zozobra».

¿Qué es, entonces, vivir? Vivir es ir a la guerra, es cruzar el canal de Chacao a nado, o es también adentrarse en la noche oscura de San Juan de la Cruz. O sea, vivir es actuar, pero también pensar, contemplar, leer. No por nada, Borges se imaginó el paraíso como una Biblioteca. La vida, pareciera decirnos Serata, es pagar el precio por querer volar.




Librería Livin, Santiago, 22 de diciembre de 2016












sábado, febrero 18, 2017

“Escrito en una pared de la posada, al norte de la sierra Dayu”, de Song Zhiwen*



 

Los gansos silvestres
vuelan en octubre al Sur
y emprenden ahora su regreso.
Mientras mis viajes continúan,
sin tener fin jamás.
¿Cuándo podré volver a mi hogar?
La creciente ha descendido,
y el río está tranquilo.
La selva se sumerge
en brumosas emanaciones
de los pantanos.
Mañana, al rayar el alba,
cuando dirija la mirada
hacia mi lejano pueblo,
¿podré ver los ciruelos en flor
a lo largo de los cerros?



* El poema fue escrito en el camino hacia el exilio, en la provincia de Jiang-Xi, en el sur del país.



en Poesía clásica china (Edición de Guojian Chen), 2001