- Deseaba tanto esto..., recuperar lo que hemos perdido. Regresar a los tiempos en que la Unión Soviética actuaba y las demás naciones reaccionaban, en que nuestra ciencia, nuestra cultura y nuestro ejército eran la envidia del mundo. Ahora supongo que ése no era el modo de lograrlo.
-Ministro Dogin -manifestó Orlov-, no se podría haber logrado. De haber construido su nueva unión, se habría desmoronado. El mes pasado, cuando regresé al centro espacial en Kazajstán, vi los excrementos y las plumas de pájaro en las escaleras y los cohetes cubiertos de plásticos que a su vez estaban llenos de polvo. Y me dolió volver al pasado, a la era de Gagarin y la época en que nuestras lanzaderas espaciales, los Buranos, iban a permitirnos colonizar el espacio. No podemos impedir la evolución ni la extinción, Ministro. Y una vez que ha sucedido, no podemos cambiarla.
- Quizás, pero está en nuestra naturaleza combatirla. Cuando un hombre está muriendo, no preguntas si el tratamiento es demasiado caro o demasiado peligroso. Haces lo que crees que debes hacer. Sólo cuando el paciente muere y la razón sustituye a la emoción, te das cuenta de lo imposible de la tarea -añadió sonriendo-. Y, sin embargo, Serguéi..., sin embargo debo admitir que por un momento pensé que iba a lograrlo.
- De no haber sido por los norteamericanos...
- No, no fueron los norteamericanos. Fue sólo un norteamericano, un agente del FBI en Tokio que disparó al avión y nos obligó a trasladar el dinero. Piénselo, Serguéi. Es humillante pensar que un alma sencilla cambió el mundo mientras los poderosos fracasaban.
-Ministro Dogin -manifestó Orlov-, no se podría haber logrado. De haber construido su nueva unión, se habría desmoronado. El mes pasado, cuando regresé al centro espacial en Kazajstán, vi los excrementos y las plumas de pájaro en las escaleras y los cohetes cubiertos de plásticos que a su vez estaban llenos de polvo. Y me dolió volver al pasado, a la era de Gagarin y la época en que nuestras lanzaderas espaciales, los Buranos, iban a permitirnos colonizar el espacio. No podemos impedir la evolución ni la extinción, Ministro. Y una vez que ha sucedido, no podemos cambiarla.
- Quizás, pero está en nuestra naturaleza combatirla. Cuando un hombre está muriendo, no preguntas si el tratamiento es demasiado caro o demasiado peligroso. Haces lo que crees que debes hacer. Sólo cuando el paciente muere y la razón sustituye a la emoción, te das cuenta de lo imposible de la tarea -añadió sonriendo-. Y, sin embargo, Serguéi..., sin embargo debo admitir que por un momento pensé que iba a lograrlo.
- De no haber sido por los norteamericanos...
- No, no fueron los norteamericanos. Fue sólo un norteamericano, un agente del FBI en Tokio que disparó al avión y nos obligó a trasladar el dinero. Piénselo, Serguéi. Es humillante pensar que un alma sencilla cambió el mundo mientras los poderosos fracasaban.
1998
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