miércoles, mayo 28, 2025

«Esta herida llena de peces», de Lorena Salazar Masso

Fragmento




Empaco y salimos de la casa con Juan Paulino. Corro tras el niño, las mamás siempre corriendo, siempre detrás, ¿se sienta una madre alguna vez? La selva está mojada por la lluvia de anoche; el sol, con falsa timidez se asoma entre las nubes. Caminamos sobre un puente de madera cercado por troncos musgosos, hojas cordadas —las más grandes que he visto—, epífitas, ramos de hojas que parecen la corona de una piña: nacen en el tronco de los árboles y viven allí como un castillo al borde de un acantilado. Todas las plantas de esta selva se unen para que nazca una orquídea, bombillos de color entre tanto verde. Oigo la voz del niño, me grita que ha encontrado las orejas de las flores. Avanzo unos metros y lo encuentro encaramado en la baranda del puente, abrazado a un árbol, susurrándole a las hojas: «Tengo un diente flojo».

Llego hasta él, hago un esfuerzo exagerado para cargarlo, le digo que puede hablarle a las hojas desde el puente, que es peligroso subirse allí.

—Ma, ¿te dije que tengo otro diente flojo?
—¿Qué le vas a pedir al ratón?
—¡Pues otro diente!

Alcanzamos a Juan Paulino, negro de piel mate, tensa y dura como caballo viejo, su camisa sin mangas deja ver unos músculos forjados a punta de madera. De cerca, ojos de niño —redondos y tristes— que disimula con un paso firme y pesado. La selva se desviste, deja el agua frente a nosotros y un sol todavía joven en el cielo. A Juan Paulino lo espera una canoa pequeña con dos pescadores, nos pregunta si queremos subir. Digo que no, que mejor lo vemos desde aquí. El niño sí quiere ir.

—Déjelo —dice.
—No trajimos el chaleco salvavidas —respondo.
—Tranquila, seño, soy amigo del río.

El niño me agarra la mano, me dice que, si lo dejo ir, me dará el diente nuevo que le salga. Debería decir que sí, por el destino y porque me llamó «seño».

Juan Paulino, el niño y los pescadores se alejan en dirección a los cardúmenes. Todos hablan con él, le cuentan historias, está feliz. Me siento en la escalera que baja del puente al río. Cantan grillos, garzas, cigüeñas. No me bañé antes de salir. Voy con el mismo vestido sudado de ayer. Imagino que pasa una canoa con lavanderas, que me secuestran, me desnudan y lavan mi vestido. Una de ellas lo moja, lo unta de jabón, lo estrega contra el suelo de la canoa. Lo vuelve a meter al río mientras las otras reman, el vestido sale limpio, lo escurre y se lo cuelga en el antebrazo derecho. Las mujeres me preguntan si estoy enferma, aseguran que me falta aguacate en las piernas, en las nalgas, pero alaban la trenza que aún llevo en el pelo. Preguntan si sé algún arrullo, un canto o si soy muda. Me dan de beber sauco con panela, me visten y me dejan de nuevo en las escaleras del puente.

El sol en el centro del cielo. Con la mirada busco al niño entre plantas de agua y pájaros, se ve contento: una caña de pescar en su mano y un pez que cuelga del nailon.




Publicado por Editorial Tránsito, 2021









Contribución a DscnTxt de Fernanda Brito























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