¿Por qué tantas arrugas en tu frente?
¿Por qué ese amargo sello de tristeza?
¿Por qué a menudo, en actitud doliente,
inclinas a la tierra la cabeza?
¿Por qué muere en tus labios la sonrisa
y se apaga en tus ojos la alegría?
¿Por qué cubre tu faz esa enfermiza
palidez de mortal melancolía?
¿Por qué cruzas la tierra indiferente
en eterno monólogo con tu alma?
¿De tu ternura se secó la fuente?
¿Pesar horrendo te robó la calma?
¿No te conmueve el esplendor glorioso
de esta mañana ideal de primavera,
y del bosque el susurro rumoroso
y los aromas mil de la pradera?
Mira, el arroyo, con murmullo suave,
jugueteando en el césped se desliza;
escucha cómo trina alegre el ave,
cuál gime entre los árboles la brisa.
¡Comprendo tus congojas, bella niña,
leo en tus ojos las ocultas penas:
yo recorrí también esta campiña
en tardes apacibles y serenas!
Llorando a solas, como tú, doliente
víctima de amorosos desengaños...,
¡primer dolor que ensombreció mi frente!,
¡contaba entonces apenas dieciocho años!
¡Las lágrimas que viertes son muy bellas,
el llanto de tus ojos es bendito!
En mis noches sin luna y sin estrellas,
de mi vida en el páramo infinito,
cómo envidio el rocío silencioso
que humedece tu pálida mejilla,
emblema ideal de un sentimiento hermoso
que ya en mi ajado corazón no brilla.
¡Llora, niña inocente!, ¡qué no diera
por sufrir esos dulces desengaños
y recorrer doliente la pradera
cual de mi infancia en los felices años!
en Antología general de la poesía chilena, 1959
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