miércoles, agosto 23, 2017

“Una especie de penumbra”, de Emilio Morales




 
A veces, a esa hora entre el sueño y la vigilia
una especie de penumbra le alcanza
unos minutos, quizá segundos, de intensa claridad
y entonces sabe exactamente el lugar de casa cosa, de cada persona
de quienes ama y de quienes le fastidian
sobre todos cae cierta luz como un cuadro de Vermeer
y no puede engañarse pensando
porque no es el pensamiento geométrico quien le dicta,
no son las emociones exacerbadas
sino una tenue apertura que ilumina cierto ángulo
y también las acciones de aquellos que contempla
bajo esa “luz holandesa”
renovando lo que la pérdida de humedales con plantas herbáceas
(o quizá también los lagos)
hicieron:
que la opacidad no refleje el cielo en el color de las cosas
y la luz sea difusa
hasta la hora crepuscular
la hora de esa rara lucidez
que no podría calificarse de agradable
pero tampoco un espanto
lucidez quieta
que le hace sostenerse frente a la duración de los momentos
como si el nacimiento y la muerte hubiesen cesado
como si las disputas fueran consideradas palabra por palabra
en su real validez,
porque nada pasa si no gritamos nada
es tan patético o asfixiante
e incluso cualquier sobrestimación del sufrimiento
parece quedar fuera de lugar
solo el dolor que aparece
desnudo
sin proyecciones
sin recuerdos
solo el dolor
un extraño ahora que no pide nada
sino la observación estricta,
ni más ni menos



en Desplazamientos de la memoria, 2017

Ediciones Carlos Porter








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