Lo
difícil es sentarse sin hacerse notar.
Lo
demás viene por añadidura.
Un
par de tragos y regresan las ganas de pensar a solas.
Aparece
un fondo de zumbidos distantes,
las
cosas se tornan difusas y resulta un milagro
haber
nacido y poder mirar el vaso.
El
trabajo
(el
hombre solo no puede no pensar en el trabajo)
vuelve
a ser el antiguo destino
de
que es bello sufrir para poder pensarlo.
Después,
los ojos miran al vacío,
dolientes,
como agujeros invidentes.
Si
este hombre se levanta
y
va a dormir a su casa,
parece
un ciego que perdió el camino.
Cualquiera
puede salir de una esquina
y molerlo a golpes.
Puede
surgir una mujer y tenderse en la calle,
joven
y hermosa, bajo otro hombre, gimiendo
como
en otro tiempo una mujer gemía con él.
Pero
este hombre no mira. Se va a su casa a dormir
y
la vida no es más que un zumbido de silencio.
Desvestido,
este hombre muestra
miembros extenuados
y
una cabellera brutal, alborotada.
¿Quién
diría que a este hombre
lo recorren tibias venas donde un tiempo
la vida quemaba?
Ninguno
creería que en otros tiempos
una
mujer acarició ese cuerpo y lo besó,
ese
cuerpo tembloroso, empapado de lágrimas,
ahora
que el hombre, en su casa,
intenta
dormir sin lograrlo y gime.
1934
en Poesías completas, 1995
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