jueves, septiembre 24, 2015

"De qué soberanía hablamos", Entrevista a Gabriel Salazar, de Gonzalo Castillo





En Santiago el historiador y profesor de la Universidad de Chile, Gabriel Salazar, sostiene que es necesario que así como las leyes y Constituciones, los tratados entre distintos Estados sean materia de actualización y revisión para adaptarlos a las distintas circunstancias históricas que se van presentando conforme pasa el tiempo, y no deben ser considerados de manera rígida.

Además, el Premio Nacional de Historia 2006, señala que es incongruente por parte de Chile hablar de soberanía, en momentos en que gran parte de nuestros recursos y riquezas son entregados de manera expedita a intereses extranjeros.

Chile ha basado su argumentación sobre el diferendo marítimo con Bolivia en la intangibilidad de los tratados, y en general en el ámbito jurídico. ¿Es sostenible proyectar en el tiempo ese argumento?
Así como también las constituciones políticas tiene que ser también eliminadas para dictar nuevas, como estamos viviendo ese proceso en Chile, creo que la legalidad tiene una vigencia determinada, históricamente acotada, y lo mismo vale para los tratados. Yo creo que el tratado de 1904 y todos los tratados que se firmaron con Perú y Bolivia, después de la guerra del Pacífico, son tratados que, de alguna manera, establecieron las condiciones del vencedor de la guerra, y establecieron un aparente statu quo, un tratado de paz, en el fondo, para que no continuara la guerra, pero tendía a consolidar y rigidizar un estado de cosas que no podía ser, sino transitorio. Bolivia y Perú fueron derrotados, y en esa condición tuvieron que firmar los tratados respectivos, y perdieron lo que perdieron. Pero eso tiende a cambiar con el tiempo. Las fronteras fijadas de esa manera, están acotadas a una situación determinada, y con el correr del tiempo, pienso yo, como historiador, la historicidad exige muchas veces, que esos tratados sean revisados, y sean actualizados, porque la condición de vencedor/vencido, es una situación del momento, es epocal, digamos diez o veinte años, pero no eterna.

Entonces creo que el alegato chileno en La Haya es un alegato que se aferra a la permanencia perpetua de los tratados, entonces tiene la debilidad justamente de que no reconoce que los procesos históricos van cambiando y se van transformando en el tiempo, y a la vuelta de ciento y pico años es evidente que las condiciones entre Chile y Bolivia han cambiado. Creo que por ese lado el alegato chileno es muy patriotero, quiere rigidizar las cosas y mantener la condición de vencedor en el tratado, y eso creo que está un poco en el aire, porque las cosas cambian y requieren que todas las leyes deban ser actualizadas en algún momento.

¿Qué le parece la estrategia de Bolivia de llevar su demanda marítima a la Corte Internacional de Justicia de La Haya?
La estrategia de Bolivia, pienso yo, como historiador, está bien concebida desde el punto de vista que ella, acoge lo que estaba planteando, es decir que los tratados necesitan ser revisados, después de cien años en que las cosas cambian. Ahora es un hecho real, concreto y rotundo, que Bolivia se quedó sin mar después de esa guerra y de ese tratado. Y en este mundo actual, que está globalizado, donde las comunicaciones son ultra rápidas, internet, el mundo está convertido en una aldea. Y mientras más globalizado estemos, mientras más aldea mundial seamos, las fronteras valen menos, como en Europa. En Europa existen las fronteras y se respetan los tratados, pero la gente pasa y traspasa encima por un tema de la ciudadanía de toda la Unión Europea. Entonces es realmente inconcebible que en América Latina, en donde todos somos hispanoamericanos, hablando el mismo lenguaje, tenemos la misma memoria, la misma tradición, no tengamos una unidad como país que relativice la importancia de las fronteras, y yo creo que desde esa perspectiva de un mundo globalizado, de países vecinos que necesitan interpenetrarse e integrarse para producir su desarrollo común, necesitan revisar sus tratados a efectos de lograr esa unidad. No es cuestión de darle soberanía a Bolivia y nosotros quedamos menoscabados, eso es un lenguaje decimonónico. Creo que ahí radica la debilidad chilena: los bolivianos tienen la ventaja de que están pidiendo la actualización de un tratado en función de razones válidas, que en rigor son válidas.

¿El general de la sociedad chilena tiende a identificarse con el discurso o visión de las élites sobre el tratamiento de los problemas entre Chile y Bolivia, tanto en los tiempos de la guerra del Pacífico como cada vez que resurge este tema?
Sí y no. Porque es un hecho que el Ejército que ganó la guerra del Pacífico, o los ejércitos que ganaron la guerra, estaban compuestos de rotos, y los rotos en esa guerra no perdían ni ganaban nada. Simplemente ellos los llevaron para pelear y murieron por miles y miles, y los que se beneficiaron fueron, en definitiva, la élite empresarial chilena y la élite empresarial inglesa, con otras nacionalidades que estaban involucradas en la cuestión del salitre. Fue una especie de capital internacional que se fue metiendo ahí, con mayoría inglesa y con minoría chilena, en última instancia. Entonces, los rotos, de hecho, combatieron por principios y conveniencias que no eran las de ellos, sino de las élites, e incluso élites internacionales. Y dieron la sangre, y ganaron la batalla y se prestigiaron como ejército de rotos, por eso el Ejército chileno, después de la guerra del Pacífico, quedó prestigiado a los ojos de los mismos rotos, porque ellos ganaron esa guerra, eso está claro. Todas las descripciones de las batallas nos revelan que gracias al empuje de los rotos, los mineros, se obtuvo esa victoria. Entonces, pasa que el pueblo chileno se prestigió a sí mismo, a través del Ejército en esa guerra, y en esa medida, al prestigiarse a sí mismos, también le dio el apoyo a la élite, entonces eso es complicado, por un lado, porque las glorias del Ejército, que son las glorias del Ejército de rotos, son las de Chile y nadie quiere negar esas glorias, pero en la práctica, más allá de la guerra, más allá de los intereses capitalistas, en el norte de Chile conviven peruanos, bolivianos, chilenos y tenemos peruanos aquí en grandes cantidades en Santiago, estamos cada día comiendo más cocina peruana. Entonces, lo que pasa es que hay integración real de los pueblos, pero no de los Estados, y no de las élites que se agarran de los Estados, y lo que pasa en Bolivia y con su pueblo es que es obvio que ellos no tienen mar, y les duele que les hayan quitado la provincia que tenía acceso al mar, entonces el pueblo boliviano apoya, en ese sentido, las pretensiones del Estado boliviano, pero eso no significa que se identifiquen con las élites. Es un problema real para el país, sin lugar a dudas. La cosa tiene muchos bemoles. Un historiador social tiene que preocuparse de todos los aspectos del problema, y no sólo del tratado en sí. Hay que recordar que en esa época Chile entregó soberanía gratuitamente. La Patagonia, la puna de Atacama, y ese tema no se toca en Chile.

¿Qué le parece que se hable de soberanía marítima, en momentos en que en Chile el mar está prácticamente privatizado?
Hablamos mucho de soberanía chilena sobre el territorio, pero resulta que la soberanía nacional, por ejemplo, sobre el agua. El agua está privatizada, entonces dónde está la soberanía ahí. Poco a poco los ríos están siendo privatizados. El cobre de hecho está privatizado, a pesar de que una parte es de Codelco, pero la mayoría está en manos extranjeras. Entonces qué tanto hablamos de soberanía, cuando estamos entregando la riqueza de este país a los extranjeros en masa. Hasta la educación. Están apareciendo universidades extranjeras dentro de Chile que se están apoderando de ciertos procesos educativos. Hay incongruencias en todos estos planteamientos. Yo creo que la frase del Presidente boliviano fue muy buena: «qué tanto hablan ustedes de una democracia dinámica si no ha cambiado la Constitución de Pinochet». Lo encontré genial.

En una entrevista hace algún tiempo, usted mencionó que Chile, teniendo un amplio litoral, debería ser capaz de entregar alguna porción a Bolivia.
Mirado históricamente, el tema de la costa, también es un contrasentido, porque Chile con 4 mil 200 kilómetros de costa, ya a comienzos del siglo XIX, 1830 por ejemplo, cuando no estaba el canal de Panamá, ni se podía navegar mucho por el Cabo de Hornos, Chile era el país de la costa del Pacífico que podía haber estado destinado a conquistar los mercados del Pacífico: China, Japón, Filipinas, la India al frente. Por tanto, la vocación de un país que tiene 4 mil 200 kilómetros de costa es una vocación marítima. Y Chile estaba destinado, por ubicación geográfica e histórica, en ese tiempo, a conquistar el Pacífico, pero no. Los gobiernos de Portales, de ese período, les entregaron el Pacífico a los ingleses, y convirtieron a Valparaíso en la base de operaciones para que los ingleses conquistaran el Pacífico. En cambio, Portales y compañía se preocuparon de quitarles un par de provincias a los peruanos y bolivianos; entonces, no utilizaron la costa como un criterio para desarrollar el país, porque fue una conquista territorial tierra adentro la que se hizo hacia el norte. Entonces seguimos teniendo 4 mil 200 kilómetros de costa más todavía que en 1830, y qué más da que los bolivianos tengan un territorio para poner un puerto para embarcar y desembarcar su mercadería. Hay una serie de contrasentidos en nuestra historia. Si hubiéramos sido un país marítimo y que ocupamos toda la costa porque dominamos el Pacífico, te creo. No les demos ni un milímetro de costa a nadie. Pero no, este es un país de vocación terrícola. Si hasta Agustín Edwards cuando se viste de chileno se pone un ponchito de huaso.






en Diario Universidad de Chile, 6 de mayo 2015












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