lunes, noviembre 28, 2011

"Moon", de José Luis Ortega Torres

Acerca de la película Moon (2009), de Duncan Jones, protagonizada por Sam Rockwell







Moon se convirtió, de la noche a la mañana, en una must see aunque nadie sabía muy bien porqué. De repente, prácticamente de la nada, esta ópera prima se hizo de fama mundial tras su estreno en Sundance el año pasado y por llevarse, meses después y sin el permiso de Takashi Miike, Vincenzo Natali, Gaspar Noé y otros afamados contendientes, el premio de Mejor Película en la Meca de los cinéfagos hispanohablantes, el festival de Sitges. ¡Ah! …y otro dato meramente anecdótico, pero ineludible para los fans de Ziggy Stardust (que todavía los hay): bajo el nombre de Duncan Jones, director y creador de la historia original, se esconde el hijo del camaleón del rock, David Bowie.

Pero yéndonos al filme en sí mismo, que es lo que realmente importa ¿Qué es Moon? y ¿realmente es tan sorprendente? El debut de Jones en la realización parte de un conocimiento, podemos decir, exhaustivo y amoroso hacia el género de la ciencia ficción, parcela en la que Moon aterriza de muy buena forma, y que si bien no es del todo sorprendente, sí es un filme refrescante yendo a contracorriente de las modas impuestas desde los últimas dos décadas en este género.

Aquí nos podemos olvidar de explosiones espaciales, viajes intergalácticos o gigantes azules de otras civilizaciones. En pocas palabras, Duncan Jones hace que borremos de la memoria por unos instantes los clichés propios de una superproducción sci-fi para llevarnos a un viaje del espíritu en una película donde prácticamente no hay acción, sino discernimiento, porque Moon es una cinta que está elaborada más a la manera del Tarkovski de Solaris, que a las reelaboraciones de cocteles genéricos como Pandorum, por poner un ejemplo reciente.

Estamos ante una cinta de género puro, una sci-fi movie clásica en el más estricto de los sentidos, y es ahí donde radica lo -paradójicamente- novedoso de la película, porque ya es rara avis en estos tiempos de mixturas y saturación informática, que el guión de Nathan Parker, desarrollado a partir de un argumento original del propio Jones, no caiga en la tentación de incluir guiños al suspenso gótico, ni al terror alienígena, o a la viril guerra interracial, para construir una cinta donde lo que importa es la descomposición del Yo como instancia no sólo psicológica, sino también de la condición humana.
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La deshumanización como tema universal es planteada por la dupla Parker/Jones como el quid primordial de Moon, partiendo de una premisa ecologista básica -la humanidad destruyó sus recursos naturales, por lo que ahora debe de buscar en el satélite- para dar paso a una drama tan íntimo como lo es una sola persona aislada en la mayor expresión del termino: Sam no está confinado en algún sitio del que pueda buscar una salida aún después de los años (llámese prisión, psiquiátrico, isla, etc.), sino que está abandonado en medio de la nada, llevando consigo al espectador a una introspección mística-filosófica sobre la pérdida de la conciencia sobre la existencia: No es nada en tanto nadie lo encara. Su humanidad se ha perdido al no encontrar un espejo que le dé validez a su existencia, de ahí que el robot GERTY llegue a tratar a Sam más como a un ser protegido que como al humano de quien recibe órdenes.

Sam terminará por darse cuenta que existe otro Sam y que, de hecho, él es solamente un eslabón de una gran cadena de trabajo formada por muchos Sams desde tiempos imprecisos en la trama. Nunca podríamos darnos cuenta si el Sam accidentado es el real Sam de no ser porque es el propio GERTY quien se encarga de revelar su origen sintético y de memoria programada para repetir hasta el infinito la secuencia de hechos monótonos que conforman el súmmum que llamamos “vida”.

El retrato que Jones propone en Moon es desolador: la humanidad está condenada no sólo a su extinción, sino que desde antes de que desaparezca de la faz de la Tierra como género, ya es perfectamente sustituible. Monigotes en serie construidos a la imagen y semejanza de su creador (…el inevitable juego a ser Dios), terminarán por borrar no sólo la conciencia individual, sino todo resabio de Historia grupal. Finalmente, todo será un grupo de mí mismos construyendo universos personales como grises maquetas de pequeñas villas que no se disparan ni vertical ni horizontalmente, sino que se mueven en lentos círculos concéntricos que dejan tras de sí una polvorienta estela llamada deja vú porque, tal vez El Todo, ya lo hemos vivido antes.



en Revista Cinefagia, mayo 2010











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