Libro IV
Las leyes de la educación deben estar en relación
con el principio de gobierno
1. De las leyes de la educación
Las leyes de la educación son las primeras que recibimos, y como nos preparan para ser ciudadanos, cada familia particular debe gobernarse conforme al plan de la gran familia que comprende a todas.
Si el pueblo en general tiene un principio, las partes que lo componen, o sea las familias, lo tendrán igualmente. Las leyes de la educación serán pues distintas en cada tipo de gobierno: en las monarquías tendrán por objeto el honor; en las repúblicas, la virtud, y en el despotismo, el temor.
3. De la educación en el gobierno despótico
La obediencia extremada supone ignorancia en el que obedece, pero también en el que gobierna, pues no tiene que deliberar, dudar ni razonar; le basta querer.
En los Estados despóticos, cada casa es un imperio aislado. La educación, que consiste principalmente en vivir con los demás, es pues muy limitada, reduciéndose a llenar de temor el corazón y a dar algunos conocimientos muy sencillos de religión. El saber es peligroso, la emulación funesta, y en lo que respecta a las virtudes, simplifica la educación en semejantes gobiernos.
Así pues, la educación es aquí prácticamente nula. Hay que quitarlo todo para dar algo, y empezar por hacer un mal súbdito para hacer un buen esclavo.
5. De la educación en el gobierno republicano
En el gobierno republicano se necesita de todo el poder de la educación. En los gobiernos despóticos, el temor nace por sí mismo de las amenazas y los castigos; en la monarquía el honor se ve favorecido por las pasiones que a su vez favorece; pero la virtud política es la renuncia de uno mismo, cosa que siempre resulta penosa.
Se puede definir esta virtud como el amor a las leyes y a la patria.
Dicho amor requiere una preferencia continua del interés público sobre el interés de cada cual; todas las virtudes particulares que no son más que dicha preferencia vienen por añadidura.
Este amor afecta principalmente a las democracias. Sólo en ellas se confía el gobierno a cada ciudadano. Ahora bien el gobierno es como todo el mundo: para conservarlo hay que amarlo.
Nunca se oyó decir que los reyes no amasen la monarquía o que los déspotas odiasen el despotismo.
en Antología política de Montesquieu (ed. de Óscar Godoy Arcaya),
Estudios públicos 62, otoño 1996

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