miércoles, octubre 16, 2024

«Un muro contra nuestro respiro», de Nathalie Handal

Versión de Juan Carlos Villavicencio



 
Cada día es una hora más cruel —
       apenas late una cerca de corazones,
como el latido de las hojas en nuestros jardines resecos
       el calor en Gaza en Jericó
guarda los sueños que nunca tuvimos tiempo de recordar
       una anciana trata de revivir
alguna fantasía, otra
       piensa en su esposo
perdido en un lugar imposible que ella sí puede imaginar —
       hombres sobre alambres de púas dejan de
responder cuando gritamos sus nombres
       demasiado atareados — intentan cruzar el puesto de control
los soldados el día la noche
       mientras otros toman té, hablan de toques de queda
de mujeres, de los niños que enterraron
       mientras una madre se pregunta
lo que le dirá al niño que lleva dentro
       que ella desearía que no naciera

Fuimos testigos de octubre en llamas,
       y cada mes que sigue
sucede lo mismo, las calles por las que
       caminamos son un recordatorio
de quiénes somos y de lo que nunca 
       harán de nosotros…
retratos humanos en rincones
       que olvidamos mirar o que olvidamos alcanzar…
imágenes pegadas en paredes como si
       no pertenecieran a ningún lugar
un novio y una novia forzados a casarse
       en cualquier lugar menos donde debieron,
y, sin embargo, seguimos haciendo las preguntas:
       qué victoria apaga las velas
qué mar habla de otro mar

Incluso si levantan el muro más alto
       de lo que podamos subir
conocemos sólo un hogar
       incluso si cada vez tomamos rutas diferentes 
los árboles nos guían el viento nos guía
       el sol y la luna nos guían
y cuando llegamos encontramos los libros
       no podemos dejar de leer, los bordados
que hicieron los refugiados, la cocina
       donde vivimos nuestras vidas
—una propuesta de matrimonio una muerte un nacimiento—
       y todos los días mientras preparamos nuestro café
nos saludamos adecuadamente
       y apartamos el muro de cada respiro nuestro 
















Wall Against Our Breath

Everyday a crueler hour— / the fencing of hearts barely beating, / the palpitation of leaves in our dry gardens / the heat in Gaza in Jericho / keeping dreams we never had the time to remember / an old woman trying to revive / any fantasy she can, another / thinking of her husband / lost nowhere she can imagine— / men over barbed wire who stop / answering when we scream their name / too busy–trying to cross the checkpoint, / the soldiers the day the night / while others drink tea, talk about curfews / women, the children they buried / while a mother asks / what she will tell the child inside her / that she wish it did not come // We witness October in flames, / and every other month following, / is the same, the streets / we walk through a reminder / of who we are and what they will / never make of us… / human portraits in corners / we forget to look at or forget to reach… / pictures stuck on walls as if / they belong nowhere / a groom and bride forced to wed / anywhere but where they should, / and yet, we keep asking: / what victory blows candles out / what sea speaks of another sea // Even if they raise the wall higher / than we can reach / we know only one home / even if we take different routes each time / the trees guide us the wind guides us / the sun and the moon guide us / and when we arrive we find the books / we cannot stop reading, the embroideries / the refugees made, the kitchen / where our lives were lived— / a marriage proposal a death a birth— / and everyday as we brew our coffee / we greet each other properly / and chase the wall from our breath










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