lunes, julio 01, 2024

«La casada infiel», de Federico García Lorca






a Lydia Cabrera y a su negrita

Y que yo me la llevé al río 
creyendo que era mozuela, 
pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago 
y casi por compromiso.

Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.

En las últimas esquinas 
toqué sus pechos dormidos, 
y se me abrieron de pronto 
como ramos de jacintos.

El almidón de su enagua 
me sonaba en el oído, 
como una pieza de seda 
rasgada por diez cuchillos.

Sin luz de plata en sus copas 
los árboles han crecido
y un horizonte de perros 
ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras, 
los juncos y los espinos, 
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.

Yo me quité la corbata. 
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver. 
Ella sus cuatro corpiños.

Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna 
relumbran con ese brillo. 
Sus muslos se me escapaban 
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre, 
la mitad llenos de frío.

Aquella noche corrí
el mejor de los caminos, 
montado en potra de nácar 
sin bridas y sin estribos.

No quiero decir, por hombre, 
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.

Sucia de besos y arena 
yo me la llevé del río. 
Con el aire se batían 
las espadas de los lirios.

Me porté como quién soy. 
Como un gitano legítimo. 
La regalé un costurero 
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme 
porque teniendo marido 
me dijo que era mozuela 
cuando la llevaba al río.




1928

















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