Camino descalzo a la charla con mi madre,
la plaza polvorienta, la silla del jardín, el pañuelo de
la bailarina, el viento,
los ojos en las ventanas de enfrente, una luna que cuelga
entre dos hojas de palmera y otra luna
en la ventana. La bailarina tiene un palpitante corazón
de pájaro que ningún pecho puede contener. Un jarro rocía
agua para asentar el polvo.
El labio de la flauta está húmedo por la saliva del intérprete. Como
saliva de un niño
en la garganta de un globo. Esta melodía: la guardarán
los demonios de tu corazón
como el color de tu primer uniforme escolar. Pero si
el acordeón se vuelve loco
las mujeres que creen en la suerte dirán que este muchacho es yeta.
Le prepararían un collar hecho con
dos hilos de los sacos
de harina de repuesto y con huesos de animales extintos y
conchas y colmillos
amarillos. Vuelvo descalzo a oír las palabras de mi madre. «Otra
luna en la ventana».
«Construye algunos rincones en tu corazón, mi amor, y
en ellos esconde tus plantas de menta».
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