Versión de Juan Carlos Villavicencio
Qué extraños los días de la sal
que son como soñar un sueño soñado por otro.
Y como actores muertos en una tragedia bien tramada
ellos se conmueven
y empiezan a respirar como los recordamos.
Las colinas perdidas se hunden en el letargo;
las montañas destacan en el Oeste;
las caravanas errantes de la muerte vagan por la tierra día y noche
junto a la inquebrantable fe de los muertos.
Las manos amenazan desde las tinieblas
con decirte todo;
la profunda hermandad no conduce a la sabiduría;
las palabras ya están fuera de lugar.
Extraños son los días de la sal –
ahora abandonados, arrojados al abismo,
despreciados como semillas podridas.
Y mientras nos arrastramos dentro de nosotros mismos,
porque eso es todo lo que podemos hacer,
los días se deslizan detrás nuestro,
perdidos y olvidados para siempre,
como nuestra propia piel oscura,
como nuestros vanos intentos por dormir.
Tenemos nombres y títulos
antiguos como la eternidad,
y nuestro dialecto nos traiciona.
Qué extraños los días de la sal.
Ni siquiera son dignos de ser recordados.
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