viernes, febrero 02, 2024

«Palestina. Crónica de un asedio», de Daniel Jadue

Otro fragmento



 
El resto del camino lo transitamos en silencio. Fue hermoso y duro a la vez. A pesar de todo, llegar a Beit Lehem fue maravilloso. La ciudad formaba una unidad consubstancial con los cerros sobre los cuales se encontraba, desde su nacimiento. Las casas se descolgaban por las laderas buscando las maravillosas vistas que surgen naturalmente, de cualquier parte de la ciudad hacia cualquier otra parte de ella o hacia las cercanías de Palestina. Las calles estrechas, con casas y edificios antiguos, de cientos de años de antigüedad, le daban un aspecto incomparable con todo lo que había conocido antes. Todas las construcciones eran de piedra en color ocre, muy cercanas al color de la tierra que las rodeaba.  Algunas más claras, otras más oscuras, pero todas formaban parte de una postal, mil veces vista y completamente perfecta. La imagen superaba con creces todas las expectativas que yo traía. Me di cuenta de inmediato de una de las diferencias más importantes entre los asentamientos ilegales y las ciudades palestinas. A simple vista se nota que estas últimas pertenecen al terreno en donde están, que son parte de los cerros, que han ido creciendo y se han ido consolidando junto a ellos, escalándolos a través de la historia convirtiéndose en una amalgama indestructible, tal como se consolida un texto de un libro en construcción, en el que cada nuevo párrafo toma en consideración al anterior y sirve de guía al siguiente, generando una coherencia maravillosa, que en el caso de las ciudades se expresa en una fusión casi perfecta entre territorio, naturaleza circundante, edificaciones, historia y cultura. El todo es una verdadera y maravillosa síntesis entre continuidad y transformación.

A diferencia de ellas, los asentamientos israelíes no respetan nada de lo que existe. Se posan sobre el terreno, como si este fuera un valle, arrancando árboles y bosques, aplanando los cerros, construyendo grandes plataformas con las que borran de un plumazo la geografía y la imagen espacial precedente. Sus casas son repeticiones de un prototipo que no necesita, ni aspira a adaptarse a la pendiente de los cerros; que no hace diferencias entre sus habitantes, ni entre sus gustos personales, ni representa las distintas épocas que conviven en cualquier ciudad con historia. Son todas iguales, estandarizadas y repetidas una y otra vez hasta el infinito, como pensadas para personas sin historia ni identidad. Se nota de solo mirarlas que han surgido por generación espontánea, que no pertenecen a ese lugar y que lo desprecian, como desprecian a sus habitantes, a su medio ambiente, a su historia y su cultura.

Pensé en lo que sucede cuando uno deja de ver a un amigo entrañable durante veinte años o más. Siempre existen en él los rasgos fundamentales que lo definen y que te permiten reconocerlo, en ese par de segundos que la memoria se demora en recorrer sus archivos internos, para sacarlos a la superficie y que de ellos emane una sonrisa y un saludo cariñoso generado por la identidad, la historia y la memoria. Comparé en mi mente aquella situación con lo que sucede cuando, un día cualquiera, te encuentras con un amigo al que ves todos los días, pero sin cabello, completamente calvo. No lo reconoces o te cuesta mucho, caes en shock, hasta que sus gestos te recuerdan que te es familiar. Lo saludas sin atreverte a preguntar que le pasó, porque esos cambios radicales, en la vida y en el aspecto de las personas, sólo son fruto de crisis internas demoledoras o de enfermedades terminales que llevan a la muerte.

Las ciudades palestinas están vivas y tienen esos rasgos fundamentales, esa esencia que te permite saber que son las que siempre han estado ahí. Los asentamientos se parecen a las enfermedades terminales, al cáncer, llegan un día sin avisar y aniquilan todo a su alrededor. Destruye la esencia, borran la historia, ignoran la unidad consubstancial que existe entre arquitectura, habitante y territorio, entre los cerros y quienes los han habitado por miles de años. Los asentamientos se apoderan de todo, son ajenos a todo y a todos y llegan para quedarse hasta terminar con la vida misma de lo que ahí existía.

Me parecía consistente con el proyecto sionista. Para hacer nacer a Israel sobre la tierra de Palestina, han tenido primero que asesinar a Palestina. Han tenido que borrar todo vestigio de lo que era y lo siguen haciendo, día tras día, hora tras hora, ante la mirada silenciosa y cómplice de toda la comunidad internacional.











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2014




Mutante Editores, 2023










Contribución indirecta a DscnTxt de Rafael Bielsa






















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