jueves, noviembre 09, 2017

“Alias Grace”, de Margaret Atwood

Fragmento




Éste es el noveno día que me siento con el doctor Jordán en esta habitación. No han sido días seguidos, pues los domingos y algunos otros días él no ha venido. Yo antes contaba desde mis cumpleaños, más tarde conté desde mi primer día en este país, después desde el último día de Mary Whitney en este mundo y después desde aquel día de julio en que ocurrió lo peor y después de aquello conté desde mi primer día en la cárcel. Pero ahora cuento desde el primer día que pasé en el cuarto de costura con el doctor Jordán, porque no siempre se puede contar desde la misma cosa; es demasiado aburrido y el tiempo se estira cada vez más y se hace insoportable.

El doctor Jordán se sienta frente a mí. Huele a jabón de afeitar, del inglés, y a espigas y al cuero de sus botas. El olor me tranquiliza y siempre lo espero con ansia, los hombres que se lavan son preferibles en este sentido a los que no lo hacen. Lo que hoy ha colocado sobre la mesa es una patata, pero aún no me ha preguntado nada, o sea que la patata está ahí entre nosotros. No sé qué espera que diga de ella, como no sea que he pelado muchas a lo largo de toda mi vida y también las he comido, una patata temprana con un poquito de mantequilla y sal, y perejil si lo hay, es una delicia, y hasta las viejas se pueden cocer de maravilla, pero no son nada sobre lo que pueda mantenerse una larga conversación. Algunas patatas tienen cara de niño pequeño o de animales y una vez vi una que parecía un gato. Pero ésta parece simplemente una patata, ni más ni menos. A veces pienso que el doctor Jordán anda un poco mal de la cabeza. Aunque prefiero hablar con él sobre las patatas, si tiene este capricho, que no hablar con él en absoluto.

Hoy lleva un corbatín distinto, de color rojo con puntos azules o azul con puntos rojos, un poco llamativo para mi gusto, pero no puedo quedármelo mirando para saberlo. Necesito las tijeras y las pido; después él quiere que empiece a hablar, así que le digo: hoy terminaré el último cuadro de este quilt, después coserán todos los cuadros y lo acolcharán; es para una de las hijas del alcaide. Es un modelo Cabaña de Troncos.

Un quilt Cabaña de Troncos es algo que todas las chicas deberían tener antes de la boda: significa el hogar; y siempre contiene un cuadro de color rojo en el centro, que simboliza el fuego del hogar. Me lo contó Mary Whitney. Pero eso ni lo menciono, pues no creo que le interese por ser algo demasiado corriente. Aunque no más corriente que una patata.

Él pregunta: ¿qué coserás cuando lo termines? Yo le contesto: no lo sé, supongo que ya me lo dirán, no cuentan conmigo para el acolchado, yo sólo hago los cuadros porque es un trabajo muy delicado y la esposa del alcaide dijo que ocuparme en coser cosas tan sencillas como las del penal, las sacas del correo, los uniformes y demás, sería desaprovecharme; pero de todos modos acolcharán el quilt por la tarde y será una reunión festiva y a mí no me invitan a las fiestas.

Y él insiste: si te hicieras un quilt para ti, ¿qué motivo elegirías?

Bueno, ahí sí que no tengo la menor duda; sé la respuesta. Sería un Árbol del Paraíso como el que la esposa del concejal Parkinson guardaba en su arcón; yo solía sacarlo con la excusa de ver si necesitaba algún remiendo sólo para admirarlo: era precioso, todo confeccionado con triángulos; los de las hojas eran oscuros y los de las manzanas eran claros, una labor muy primorosa, con unas puntadas casi tan diminutas como las que hago yo; pero en el mío el ribete sería distinto. El ribete del quilt de la señora Parkinson era el de la Caza del Pato Salvaje y el mío tendría dos ramas entrelazadas, una de color claro y la otra de color oscuro, «ribete de parra» lo llaman, como los zarcillos de las parras que adornan el marco del espejo del salón. Sería muy trabajoso y llevaría mucho tiempo; aunque si el quilt fuera mío y sólo mío, estaría dispuesta a hacerlo.

Pero lo que le digo a él es otra cosa. Le digo: no lo sé, señor. A lo mejor, un Lágrimas de Job, un Árbol del Paraíso o una Valla en Zigzag, o quizás un Rompecabezas de Solterona, porque ahora soy una solterona, ¿no le parece, señor?, y desde luego lo mío es un rompecabezas. Esto último se lo dije en broma. No le di una respuesta sincera porque decir lo que realmente quieres trae mala suerte y entonces no ocurre lo que deseas. Puede que no ocurra de todos modos, pero para estar más segura tienes que procurar no decir lo que quieres o no querer nada, pues te pueden castigar por eso. Es lo que le sucedió a Mary Whitney.






1996









Traducción de María Antonia Menini


















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